«Desconociendo a Sonia»: Diario de rodaje (Vol. 1)

Estoy rodando un mediometraje. Esto sería una excelente excusa para explicar por qué no he publicado al menos una lamentable recopilación de fotos de risa en estas tres semanas, de no ser porque empezamos hace cuatro días tan solo; aunque también es cierto que la preproducción ha sido larga y he estado reuniéndome con todos los departamentos para coordinar su trabajo. Ah, sí, es que yo soy el director. El caso es que todo esto comenzó con una propuesta de nuestro profesor de Realización: proponer tantas premisas como alumnos hubiese en la clase, escoger una de entre todas ellas y rodarla en forma de mediometraje entre todos, como un auténtico equipo de producción. Siendo más o menos cincuenta personas, muy bien podíamos dividirnos en departamentos de cinco o seis personas y cubrir todas las tareas relacionadas con la producción; desde dirección y producción hasta música, montaje e incluso promoción. Yo planeé presentar una idea que tenía desde hacía cuatro años, una idea a priori poco atractiva y nada original, sobre todo comparada con el tipo de premisas que ya sabía que iban a salir, más serias, ambiciosas y crípticas. Más como de director muy serio. Mi premisa, en cambio, iba a ser una comedia sencilla que podía describirse como “un tío al que le deja la novia”. Pero no sencilla de “de cualquier manera”. Mi experiencia me dice que cuando unos aficionados se unen para rodar un corto y ponen toda la carne en el asador, se buscan cámaras de primera y una producción cuidada y en definitiva tienen ambiciones es porque van a hacer un drama. En cambio, los que hacen comedia ruedan subproductos de andar por casa y con la excusa del “es que esto es para echarnos unas risas” creen que justifican un rodaje cutre, un guión inexistente y un total desprecio por cánones estilísticos de ninguna clase. Mi premisa era sencilla, pero el auténtico punto de interés (al menos eso era lo que yo buscaba) estaba en cómo rodarla: debía ser estéticamente muy definida, tener secuencias cuidadosamente planificadas y un ritmo cartoon muy marcado, así como un montaje y un uso de la música deliberadamente efectista y enfocado a hacer del mediometraje algo realmente divertido a la par que de calidad. En pocas palabras: demostrar que la comedia es una cosa muy seria.

¿Puede una comedia convertirse en la película más innecesariamente cara de la historia? ¡James Cameron nos demuestra que SÍ!

Sí, me encanta oírme hablar. Este es el tipo de cosas que diré en los extras de mis DVDs con gesto reflexivo, y que luego citarán futuros estudiantes de Comunicación para respaldar sus lamentables intentos audiovisuales. Pero no nos desviemos. El caso es que si pensé en este viejo guión para mi presentación en Realización fue para demostrarme a mí mismo que podía vender a la clase una idea a priori poco atractiva pero en la que realmente confiaba, pese a que por lo general a los estudiantes no les gusta hacer comedia (tienen la equivocada noción de que hacer comedia no es respetable, sino un juego de niños). Lo que yo no esperaba es que realmente fuese a salir elegida como nuestro futuro mediometraje. Confiaba en llegar a ser uno de los finalistas (con las semanas, las ideas iban cayendo), pero nada más. Al fin y al cabo éramos cincuenta en la clase.

Y así comenzó la preproducción. Actores, localizaciones, permisos, equipos. Todo enfocado a la realización de mi guión, proyecto del que yo sería director. No estoy aquí para hablar de la preproducción, que nos ha tenido de acá para allá y que ha incluido unas sesiones de casting demenciales (incluyendo una en un colegio en el que me sentí como Juan y Medio), sino del rodaje, que ha sido planificado para cubrir dos fines de semana de marzo y ni un día más. Ya hemos superado el primero. No ha sido un rodaje tan legendario como el de Apocalypse Now, ni han ocurrido demasiadas cosas dantescas, pero todo depende de cómo se cuente. Vamos, que exagerando todo tiene gracia. Veamos cómo han transcurrido los primeros días del rodaje de Desconociendo a Sonia. Veréis nombres propios que a lo mejor a la mayoría no os importan de nada, pero estoy seguro de que ellos querrán ver que me acuerdo de lo que ha hecho cada uno, así que… ¡Allá vamos!

Día 1

8.15: Con los ojos aún pegados, llegamos al estudio de fotografía de la facultad, listos para el primer día de rodaje. Para esta primera jornada hemos confeccionado un plan de rodaje sencillo, consistente en una especie de sesión fotográfica en la que doce chicas deben posar para cámara con unas instrucciones más que precisas (“haz algo”) y todos los fragmentos en los que en protagonista habla a cámara sobre un fondo neutro. Sencillo.

9.30: La iluminación del estudio está lista, y el rodaje debería comenzar ya, pero nos hemos topado con dos inconvenientes: sólo han llegado cuatro de las doce chicas convocadas para el papel de su vida y hemos descubierto que la maquilladora no va a aparecer hasta las 12.30, siguiendo las férreas instrucciones del equipo de vestuario, al que supongo que di autoridad absoluta y libertad para organizar a los diferentes departamentos en alguna noche de borrachera. Por otra parte, mis indicaciones acerca de un rodaje, digamos, intimista, con la presencia de únicamente las personas imprescindibles, han sido alegremente ignoradas. Al director de fotografía, los dos jefes de producción, los tres eléctricos, la script y los dos encargados de sonido (y yo, claro) se han unido los responsables del making of, gente de grafismo, unos cuantos encargados de tareas irrisorias y varios vagabundos atraídos por la promesa de bocadillos gratis. Y el estudio de fotografía no es grande.

10.00: Isra y Nuria, jefes de producción, se han lanzado en cuerpo y alma a tareas ineludibles e inherentes a su cargo: uno ha ido a comprar paquetes de patatas y bollería y la otra ha ido a su piso para buscar maquillaje de andar por casa con el que ir adelantando trabajo con las cuatro actrices presentes. Mientras tanto, mis directoras de casting, Laura, Mariate y Lidia, se ocupan de entretener con juegos malabares a las cuatro chicas que esperan aburridas en un banco.

11.00: Salimos al pasillo y a la biblioteca a reclutar actrices en un intento desesperado de reunir a las doce chicas que necesitamos. Mis instrucciones para la selección son claras y dignas de una persona del siglo XXI, consecuente y defensora de la dignidad pro-género: que estén buenas.

11.30: ¡Finalmente empezamos a rodar! Sumando a las cuatro chicas que se han presentado, a las incautas a las que hemos abordado en los pasillos apareciendo violentamente desde detrás de una esquina y a Laura y Lourdes, de dirección y de localizaciones respectivamente, hemos logrado juntar a doce chicas de rostro esplendoroso. Las ponemos una a una frente a la cámara a hacer gestos espontáneos y las rodamos para luego escoger los que más nos gusten. Jacinto (director de fotografía) y yo vamos cogiendo soltura proponiéndoles gestos divertidos conforme las chicas van pasando, y a alguna hasta le hemos puesto un ventilador bajo la cara para conseguir el inevitable pelo Pantene. Ah. y he logrado que Lourdes salga haciendo un gesto de negra chunga con la mano. Hace más calor que en el infierno.

13.00: Se acabó el pase de modelos. Ahora nos queda esperar a Ignacio, nuestro actor protagonista, para rodar sus monólogos. No hay que cambiar apenas las luces, así que podemos hacer un rato el vago. O no. Algún idiota nos ha pisado la reserva de la tarde del estudio de fotografía y nos vemos obligados a trasladarnos al plató 2 de televisión. Bueno, no pasa nada, pensamos; le rodamos frente a la pared blanca del plató. Toca trasladar todo el equipo de la primera planta a la planta baja.

15.00: Preparar la iluminación en el plató 2 ha sido más complicado de lo que pensábamos. Comemos algo y nos preparamos para rodar las sencillas tomas del monólogo de Ignacio. En una hora habremos terminado y estaremos en casa bajándonos series compulsivamente con vistas al Holocausto Sinde.

16.00: Primera claqueta de la tarde: escena 3, toma 1. La toma es buena hasta que el ruido de una cisterna atrona en todo el plató e interrumpe a Ignacio. El plató está demasiado cerca de los servicios de la planta baja.

16.05: La cisterna comienza su activa participación en el rodaje y se convierte en un miembro más del equipo.

16:10: En diez minutos la cisterna ha sonado aproximadamente dos mil veces, arruinando toma tras toma. En ocasiones ha acudido eficiente a mi grito de “¡acción!”.

16.20: A la cisterna se une lo que parece un grupo de animales desbocados corriendo por los pasillos arriba y abajo. Maldecimos el momento en el que los conserjes decidieron desempolvar su viejo tablero de Jumanji.

16.30: Los encargados del making of se lanzan a los pasillos para pegar fraudulentos carteles de “no funciona” en la puerta de los servicios. Por desgracia, surten poco efecto. El estudiante medio de comunicaciones cuenta con suficiente sangre fría como para ignorar un poco convincente letrero escrito a mano en el reverso de una hoja de apuntes y arriesgarse a ser devorado por un váter estropeado.

16.45: Los recursos de la gente de making of parecen infinitos. Su siguiente ardid consiste en robar carritos de limpiadora y colocarlos elocuentemente frente a la puerta de los servicios. Nadie osaría contradecir a una limpiadora furiosa. ¿O sí? Ciertamente, si alguien es capaz de entrar en un servicio que supuestamente no funciona y ponerse a merced de una taza de váter con vida propia hambrienta de carne humana, sin duda se arriesgará a resbalar en un suelo mojado o a una leve irritación en el culo debida a la lejía.

17.00: La leyenda de la facultad desierta de los viernes por la tarde parece tener su excepción en el día de hoy. Por si las cisternas, los golpes en las paredes, los avestruces y los monstruos gigantes japoneses no fueran bastante, el salón de actos acoge una conferencia sobre derechos humanos y otras chorradas hippies. Como no podía ser de otra manera, nuestro plató parece estar acondicionado para que todo lo que se diga en el salón de actos resuene claramente en nuestros micrófonos.

18.00: Como director, es mi deber acercarme al salón de actos y pedir patéticamente que prescindan de los micrófonos y den su conferencia a gritos. En la puerta, una mujer de talante comprensivo me dice que siendo apenas cincuenta personas podrían apagar los micrófonos; pero al segundo sale del salón de actos un tipo bastante menos magnánimo que me pregunta cómo sería posible dar una conferencia sin micrófonos ante ciento sesenta presentes. Maldito público que se multiplica al mojarse.

19.45: Aprovechando los casi inexistentes instantes de silencio en los que nadie va al servicio y Godzilla permanece tranquilo, logramos rodar todos los planos del plan de rodaje del día, envueltos en una atmósfera asfixiante. Ignacio ha soportado a lo largo de toda la tarde la presión derivada de la necesidad de hacer una toma buena tras otra para aprovechar esos raros momentos de silencio, y yo no he podido permitirme el lujo de darle indicaciones para ir puliendo fallos mínimos en nuevos intentos. Por suerte, debo decir que no ha hecho falta repetir casi ninguna toma por culpa suya.

20:00: Hemos terminado. Mientras los de iluminación y sonido se encargan del trabajo sucio (es decir, desmontar aparatos), Jaime, uno de los encargados de montaje, se hace con la tarjeta de memoria de la cámara para ir volcando y organizando el material grabado. Grandes noticias: la tarjeta parece haber tenido un mal funcionamiento y las tomas de toda la tarde parecen irrecuperables.

21:30: Llego a mi casa bastante cansado y con la incertidumbre de si se habrán recuperado o no las tomas del día. Con el nivel de exigencia por los suelos, me dedico a ver vídeos de porrazos en youtube hasta que me quedo dormido.

La escena más habitual en mis rodajes.

Día 2

8.15: Es sábado por la mañana y poco a poco todo el equipo va llegando para nuestro segundo día de rodaje. A lo largo de hoy y mañana rodaremos casi exclusivamente en un piso que nos han prestado, gracias a Laura, de producción, y estamos esperando frente a la puerta a que nos abran. Seguro que a cuatro chicas aficionadas a la juerga nocturna les entusiasma la idea de que un puñado de tarados con cámaras y focos les pongan el piso patas arriba un sábado por la mañana. ¿Nuestra misión de hoy? Redecorar completamente una habitación para hacerla pasar por la de nuestro protagonista y rodar un puñado de planos allí mismo. En algún momento saldremos a la calle para rodar un par de planos sencillos, pero poco más. El único problema que tenemos a la vista es un único plano que involucra a Sarabel, la actriz principal, y a un personaje menor: el tipo que iba a interpretar al personaje se nos ha descolgado a última hora, y mis directoras de casting tienen hasta pasada la hora del almuerzo (cuando llegue Sarabel) para confirmar la participación de un sustituto. Con mi credibilidad en peligro tras los acontecimientos del día anterior, anuncio alegremente al equipo que a las seis de la tarde habremos terminado.

8.30: Llega Alberto, de iluminación, con estupendas noticias. El material del día anterior se ha recuperado. ¡Hurra!

9.00: Sin la presencia de los responsables de atrezzo, somos mis ayudantes de dirección, los jefes de producción y cualquiera que pasara por allí los que debemos ocuparnos de mover la cama, vaciar, desplazar y rellenar de nuevo una estantería y sacar del cuarto muebles inútiles. Gracias a la aportación de la biblioteca de la facultad y mi propia habitación, tenemos una impresionante colección de películas, libros y muñecos de La guerra de las galaxias. Insisto fervientemente en que el poster de Padme destaque entre todos los que iremos pegando por la pared. Desplazar muebles nos descubre un auténtico microcosmos de roña inteligente que hasta el momento había permanecido oculto a los ojos de la sociedad.

10.30: Todo está listo para rodar. Ignacio ha llegado, preparado para otra impresionante sesión de Método, pero por un pequeño caos en el plan de rodaje también tenemos ya con nosotros a Isabel (que interpreta a la llamada Chica Misteriosa) y Pedro (que interpreta al padre de Sarabel), con los que pensábamos rodar al final de la tarde un par de planos sencillos. Mis directoras de casting me dicen que han logrado embaucar a alguien para suplir al personaje menor que comparte escena con Sarabel, y me enseñan todos los tacones que han logrado reunir para las diversas escenas de Sarabel a lo largo del mediometraje. Con una lágrima emocionada, les digo lo orgulloso que estoy de ellas.

11.30: El orden de rodaje de las escenas cambia a cada segundo. Salimos a la calle para rodar un plano sencillo con el que dejar a Pedro libre para irse a su casa y subimos de nuevo para rodar los planos en la supuesta habitación de Ignacio.

12.30: Comienza el agobio derivado de tener a algunos actores mirando al techo sin nada que hacer. Isabel, nuestra Chica Misteriosa, lleva ya dos horas dando vueltas por ahí, y también ha llegado el llamado Simón para hacer la pequeña escena con Sarabel… que en realidad no tenemos pensado rodar hasta las siete de la tarde. Suerte que les di a las directoras de casting un manual de Temas de Conversación para Ascensores.

13.00: Empezamos a rodar por fin los planos de la habitación, lo cual nos lleva una cantidad obscena de tiempo. La idea es rodar seis o siete planos de exactamente el mismo encuadre, pero con Ignacio en distintos puntos de la habitación. Esto significa que los elementos de la habitación que Ignacio no toca en los distintos planos deben permanecer en la misma posición, con una precisión milimétrica. Un solo movimiento no planificado supondrá volver a rodar los seis planos desde cero, cosa que en un principio tampoco parece el fin del mundo. Desgraciadamente, los fantasmas del día anterior nos acosan en forma de perros que ladran en la lejanía y el jolgorio proveniente de un bar cercano. Toma tras toma, las intervenciones de Ignacio se ven arruinadas por un ladrido o un brindis demasiado entusiasta; y eso cuando las campanas de una iglesia cercana evitan recordar a todo el barrio la hora que es. En un momento, el ruido lejano de una ambulancia que parece no alejarse nunca nos hace pensar que el conductor está dando vueltas alrededor de la manzana sin cesar. Fuera de la habitación, nuestros gritos de “silencio, vamos a rodar” parecen ser asumidos como “hablad más despacio, vamos a rodar”.

16.00: Por culpa de la bella cacofonía urbana que nos rodea, avanzamos a paso de tortuga. Lo peor es que tememos seriamente por el absoluto estatismo de los objetos de la habitación. Nuestro mayor enemigo resulta ser una silla de ordenador demasiado inquieta que gira ligeramente sobre sí misma con el más leve soplido y que amenaza a cada segundo con hacernos empezar los seis planos desde cero. Sólo así se justifican escenas absurdas del calibre de ver a Félix, el jefe de sonido, ejecutar órdenes tipo “mueve el asiento un milímetro a la derecha” seguidas de “te has pasado medio milímetro”. Es en este momento cuando Jacinto, director de fotografía, empieza a abusar de la expresión “muévelo una micra”, imprecisa unidad de medida que oscilará entre un milímetro y diez centímetros a lo largo del rodaje. Por cierto, Jacinto y yo estamos arrinconados entre la cámara, un armario enorme y una esquina. Pienso en Matilda y el asfixiadero.

17.15: Llega Sarabel. Cuando se asoma a la habitación para decirme hola (porque yo sigo atrapado en la esquina de la habitación, con un creciente entumecimiento de mi cuerpo), descubro que en algún momento de la noche le ha salido un orzuelo en el ojo derecho. Como una prisión de un metro cuadrado no es el lugar idóneo para agobiarse, lo asumo con filosofía y un poco convincente “en el plano que vamos a rodar hoy contigo no se va a apreciar…”.

17.30: Con pasmosa velocidad, dejamos vacía la habitación por necesidades del guión y rodamos un par de planos más que involucran una caja llena de trastos. No quepo en mí de gozo cuando descubro un diario de Hannah Montana en una de las estanterías, e insisto en que asome por uno de los extremos de la caja. Por suerte, como director tengo autoridad para exigir estas cosas.

18.00: Llueve un poco, pero eso no nos impide rodar un par de tomas frente al portal del bloque, por fin con la participación de Isabel y Simón. En el caso del segundo, nos consolamos pensando que las más de cinco horas que ha estado contando las manchas de la pared del salón se verán compensadas por el hecho de que los dos únicos planos que tiene en el mediometraje se los pasará liándose con Sarabel, lo cual no está nada mal dado que Sarabel es bastante guapa.

18.30: Subimos al piso de nuevo, raudos y veloces. Ya sólo nos queda el polémico plano con Sarabel y Simón. Se trata de cinco segundos de un revolcón en una cama (revolcón que suponemos más largo, claro). Al segundo, Sarabel está vestida para la escena (con falda y tacones de suma elegancia, como no podía ser de otra forma estando yo tras la dirección) y su orzuelo totalmente oculto bajo el maquillaje. ¡Listos para empezar! Aunque insisto en que aparte de yo mismo y los actores sólo quiero a tres personas dentro de la habitación, en la puerta se forma una verbena que incluye hasta colchones en el suelo para que todo el equipo pueda observar cómodamente cómo Sarabel se queda en sujetador y Simón sin camiseta (sí, mis escenas sexuales están planteadas con una cantidad de ropa análoga a las de Física o química). No necesitamos demasiadas tomas, pero entre una y otra, los espectadores acribillan a Sarabel y Simón a indicaciones a voz en grito para hacer más realista el escarceo.

19:00: Se acabó por hoy. Reorganizamos las habitaciones (una de ellas la habíamos utilizado de almacén sin ningún escrúpulo, obligando a su inquilina a estudiar sobre el váter), robamos varias cosas del frigorífico y nos vamos.

19.30: Aunque todos estamos un poco cansados, salimos a tomar algo, como una gran familia feliz en perpetuo buen rollo. Ahora que están reunidos alrededor de un puñado de mesas mugrientas puedo echarles un vistazo desde el rincón del director y afirmar que estoy muy contento con todos ellos y con su trabajo.

21.30: Llego a casa satisfecho con todo lo rodado y con el equipo en general. Da la impresión de que una vez terminado, el mediometraje va a quedar tal y como lo tenía en mente y que encima va a molar bastante. Antes de acostarme veo Torrente 3. Gran error.

Camisa negra y tenis blancos. Sí señor, ése soy yo.

Día 3

8.15: Nos encontramos de nuevo en la puerta del piso. No se nos escapa el hecho de que es domingo y nos hemos levantado a las siete. Yo me he levantado a las seis con agujetas en todas partes y me he puesto a fregar los platos.  No me olvido de que hoy tenemos una jornada muy complicada, con muchas cosas por rodar y muy complejas todas. Ah, y la mayoría sexuales de un modo u otro; de ahí que escogiera una de mis camisas hawaianas de director de porno para salir de casa.

8.45: Comenzamos a organizar todo lo que debemos rodar hoy. Se trata de tres escenas en el salón de la casa, dos de ellas simples conversaciones y la otra un revolcón interrumpido; y otros seis planos secuencia de endiablada dificultad a lo largo del salón y los pasillos. Como el principio de Hijos de los hombres pero más complicado. Para las primeras tres escenas sólo requerimos a Ignacio y Sarabel, y en los seis planos secuencias debían sumárseles los actores que interpretan a sus padres y a el hermano pequeño de ella. Así que tenemos la primera mitad del día para rodar las que involucraban sólo a Ignacio y Sarabel y la segunda para las demás.

9.00: Nos damos cuenta de que redecorar el salón para que parezca la casa de una familia es una tarea de titanes. El “genial, es enorme, tendremos una gran capacidad de maniobra con la cámara” se ve sustituido por “Dios, es enorme, no hay forma humana de hacer que no parezca vacío”. Desde luego no parecía vacío antes de que nosotros entrásemos en él, pero eso era porque estaba repleto de mesas-estufa aquí y allá, sin ninguna razón de ser aparente. Una vez sacamos al pasillo y a las diferentes habitaciones las mesas que sobran, los sillones de más y los corchos con fotos, se nos cae el alma a los pies, y no sólo porque bajo los sofás hayamos encontrado mierda, zapatillas e incluso un librito de post-it escondido para ser leído sólo por los intrépidos aventureros que se internasen en aquellas tierras misteriosas; no. No tenemos suficientes cosas para rellenar el inmenso salón. Una vez recolocados los sofás y algunos muebles nos damos cuenta de que necesitamos más cuadros aparte de los horrores decimonónicos que ya hemos colgado, que no tenemos una miserable estantería que colocar por ahí y que hay rincones que podrían servir para colocar paneles solares suficientes para proveer de energía a media África. Nuestras primeras tretas consisten en meter muebles del pasillo, pero sigue sin ser suficiente. Adolfo, de dirección artística, y yo, bajamos al rellano, arrancamos una planta de metro y medio de alto que estaba ahí para decorar y la subimos al piso, dejando un sospechoso rastro de hojas y tierra. Para limpiarla la frotamos con un paño con lejía, y para darle brillo la pulverizamos con cristasol. Tal vez cuando la devolvamos a su sitio esté marrón.

10.30: Llegan Ignacio y Sarabel. Ella, que trabaja en un pub por la noche, ha dormido aproximadamente dos horas.

11.00: Es intolerablemente tarde y aún no hemos rodado nada. Hemos logrado apañar el salón, aunque la decoración parece propia de un estilista esquizofrénico a caballo entre el Egipto más estilizado y la casa de Los otros. Por alguna razón estamos preparando la iluminación a cámara lenta. Empiezo a temer que tendremos problemas para ajustarnos al plan de rodaje de hoy.

12.30: Empezamos a rodar, siempre a paso de tortuga. Me doy cuenta de que es la primera sesión en la que Sarabel e Ignacio deben interactuar de verdad, sin otra gente de por medio, y de que en última instancia yo soy el responsable de que se sientan a gusto el uno con el otro y con el rodaje en general. Desde mi punto de vista, si el equipo consta de como veinte personas que se conocen de antemano, tratar a los actores de distinta manera a como se trataría a cualquier otro miembro del equipo (incluso si se les trata mejor) no hace más que levantar una barrera entre unos (una masa de coleguillas) y otros (dos personas en cierto modo extrañas) y a la larga resulta contraproducente si se quiere que los actores se sientan a gusto y den lo mejor de sí mismos.

15.00: Tengo lo más parecido a una bronca que hemos sufrido hasta el momento. Desde producción me insisten para que aceleremos y rodar todo lo planeado para hoy, y desde casting me dicen que paremos para que los actores coman, con lo cual me hallo en una situación contradictoria. Dado que vamos realmente mal y que no estoy sometiendo a los actores a tormentos dignos de la peor versión de James Cameron (es decir, obligarles a bucear hasta dos pasos de la muerte y cosas así), me acerco más a la postura de los de producción e insisto en esperar a terminar un bloque de escenas antes de comer. Con el calor que hace en el salón y el estrés que tengo encima (consciente de que seguramente no podamos acabar con todo lo planeado para la jornada), que me insistan en tratar a los actores como si fueran bebés, o como si ellos nos estuviesen haciendo un favor viniendo al rodaje (se presentaron al casting voluntariamente, y dudo que hubiese sido para hacer un favor a un grupo de desconocidos) me pone de los nervios, así que acabé levantando el tono más de lo que sabía que era conveniente. Total, un par de gritos y la consiguiente disculpa, porque al fin y al cabo los gritos han sido fruto del agobio (en todos los sentidos) que llevo encima.

16.00: Llegan los actores restantes, es decir, la madre, el padre y el niño, y en el salón sólo hemos grabado las dos conversaciones. Mis chicas de casting, incapaces de encontrar el segundo tomo del manual de Temas de Conversación para Ascensores, me insisten en acabar ya con las escenas que no les involucren a ellos y empezar de una vez con las demás. Como ahora toca rodar el revolcón entre Ignacio y Sarabel y me gustaría que estuviesen lo más cómodos posibles en tal situación, echo al pasillo a todo el mundo salvo a las personas imprescindibles, pero esta vez de verdad. Así que ahora en el pasillo se apiñan como pueden quince miembros del equipo, tres actores, la familia del niño y todos los muebles del salón que no nos han cabido en las habitaciones, algo a lo que no soy ajeno y que me presiona aún más para acabar rápidamente y pasar a las escenas que requieren a todos los actores.

16.30: Llevamos a cabo los últimos preparativos para rodar el revolcón. Para evitar que los actores se desnuquen contra la mesa en el momento en el que han de caerse del sofá en pleno éxtasis, Mayte (de sonido) y yo nos tiramos una y otra vez como dos sacos de patatas para medir la distancia.

16.45: Encerrados en el horno antes conocido como salón, rodamos el maldito revolcón, por supuesto tardando la vida misma y sin orden lógico en los planos. Sarabel se quita y se pone la camiseta como diez veces, y los manchurrones de carmín en la cara de Ignacio vienen y van. Para cuando estamos terminando, mi visto bueno a las tomas cada vez es más aleatorio, y mi estado mental cada vez más catatónico. Alguien me pone en las manos una taza de agua caliente que parece contener cuatro bolsitas de tila por lo menos. Me pregunto si alguien del equipo pretende dejarme fuera de combate y usurpar mi puesto.

18.00: Sin tiempo para pararme a pensar, nos preparamos para rodar los seis célebres planos secuencia a través de los pasillos y el salón. Cuando le explico a Jacinto los movimientos de cámara se ríe en mi cara. El mundo se me viene encima: a las ocho y media Pedro, que interpreta al padre, se debe ir; y yo me encuentro ante la terrible evidencia de que en ese tiempo vamos a tener que reformular los seis planos secuencia desde el principio, posiblemente eliminar todo lo que los debía hacer especiales y rodarlo sin guión. Es totalmente imposible.

18.30: Mientras se hacen los preparativos para rodar en primer lugar el último de los seis planos secuencia, yo permanezco hundido en un sofá con la mirada perdida y el cerebro echando humo para improvisar una forma de rodar los seis planos de una forma más sencilla y sin que estos perdieran su sentido. Parece imposible. Mayte, de sonido, me dice exactamente lo que no quiero oír por lógico que resulte: hay que eliminar alguno de los seis planos. Con su ayuda, combino el concepto de dos de ellos y elimino un tercero, lo cual nos deja con sólo cuatro planos que encima nunca más serán secuencia.

18.50: Mariate, directora de casting, viene en mi búsqueda. En la puerta está la presidenta de la comunidad, esa misma a la que nadie de producción fue capaz de encontrar cuando los de localizaciones necesitaban hablar con ella para conseguir permisos de rodaje. Con el aspecto respetable que me brinda mi camisa hawaiana, mis pelos revueltos, mi mirada perdida y las cuatro tilas que llevo encima, salgo para explicarle con mi patentado tono de Hugh Grant que hemos sido nosotros los que hemos robado miserablemente la planta de su rellano. Por la consternación de la buena señora ante la desaparición de su maceta, deduzco que la planta es algo así como la piedra angular de la paz y la concordia entre los vecinos del bloque. Como era de esperar, no me atendió cuando le aseguré que los vecinos que fueron a su casa a quejarse de que estábamos armando escándalo a la una de la mañana le habían mentido como canallas. Tras dejarle que me soltara una perorata llena de tópicos y exageraciones (según ella llevábamos cuatro días sin dejar dormir a nadie) y no creerse que teníamos permiso del propietario para grabar en aquella casa, se marchó y seguimos a lo nuestro. Sí, he omitido la parte en la que damos a la planta un baño de lejía y cristasol.

19.00: Con los ánimos hundidos, nos disponemos a rodar el sexto (ahora sólo cuarto) plano secuencia (ahora plano a secas), que incluye un momento en el que Sarabel despeja con ambos brazos una mesa llena de platos, vasos y comida, supuestamente tirándolo todo por ahí.  Padre, madre y hermano están prevenidos para quitar de en medio los vasos que puedan antes de que Sarabel haga lo suyo. Colocamos colchones alrededor de la mesa. Sobre los colchones, agazapados, varios miembros del equipo se preparan para recoger cualquier cosa que pueda caer al suelo. ¡Acción! Sorprendentemente, no rompemos nada e incluso podemos repetirla una segunda vez. Esta vez lo logramos. Todo sale despedido de la mesa y no se rompe nada.

20.30: Aún sin ser planos secuencia, rodar estos cuatro planos está siendo una locura. Cada uno requiere una preparación de luces que dura más que el rodaje del plano en sí, y los actores deben cambiarse de ropa a cada segundo. Pedro ya ha asumido que no va a poder irse a las ocho y media. A toda hostia y con mínimas indicaciones, rodamos los cuatro planos de cualquier manera mientras que otros miembros del equipo van desmontando los rincones que no van a salir más en plano. Demasiada gente. Demasiado calor. Demasiado ruido.

21.30: Tras once horas encerrados en el piso del infierno y trabajando sin parar, hemos terminado. Pero de qué manera. Temo que los últimos planos reflejen la absoluta desidia de los que estaban tras (y delante de) la cámara. Mientras que lo rodado en días anteriores respondía a lo que yo tenía en mente, intuía su buen funcionamiento en el montaje; pero no sé qué pensar de este material totalmente ajeno a mis planes, rodado de la forma más atropellada e improvisada. Uno de los momentos clave del mediometraje tiene muchas posibilidades de acabar siendo cutre hasta límites estratosféricos. Espero que el montaje, la música y la calidad fotográfica que estamos consiguiendo hasta el momento logren maquillar el desaguisado.

21.40: Me paso diez minutos dando insistentemente las gracias a los actores y al equipo por aguantar estoicamente la infernal jornada sin apenas quejarse. Creo que no tengo muy buen aspecto.

22.15: Salimos tambaleándonos del piso, bajo la lluvia. Mientras gran parte del equipo sale huyendo de allí en flamantes coches, el Todopoderoso Director se ve obligado a arrastrarse hasta una lejana parada de autobús cargando con una pesada maleta y un tablón de corcho, arriesgándose a ser acuchillado en cada oscura esquina.

23:15: Llego a casa y caigo muerto sobre la cama.

Al final decidimos recrear el salón digitalmente y evitarnos problemas.

Ser director es complicado. Se te ha asignado un poder concreto y todas las personas que están a tu cargo lo saben. Por eso es difícil tomar ciertas decisiones y que tus intenciones o tus modos no sean malinterpretados. Hay que confiar en que los demás miembros del equipo no confundan un par de gritos en un rodaje (a veces hay que darlos) con el comportamiento habitual de uno, con un ataque personal, y, sobre todo, con un acto de abuso de poder. Aún nos queda un fin de semana entero por delante, pero hasta ahora creo que mi labor está siendo buena, y que el equipo, incluyendo a los actores, está contento conmigo. Ojalá todo siga así los últimos tres días. Por supuesto, esta historia continuará.

6 comentarios en “«Desconociendo a Sonia»: Diario de rodaje (Vol. 1)

  1. Joder, que agobio. Espero que el resultado final sea positivo. Tienes que aprovechar la oportunidad! Creo que he visto Torrente 3 del mismo modo y al mismo tiempo qu tú xD

    Palabras de inspiración por si no lo habias visto:

    1. Sí señor, el montaje hace maravillas, y dada la increíble calidad de imagen con la que contamos, los tijeretazos y la música con la que cuento maquillarán las precariedades… ¡Confío en ello!

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