Archivo de la categoría: The R Animation

Walt Disney Animation Studios: mis canciones favoritas (II)

Me pregunto, mi querido remedo de Eliza Doolitle, si serás un poco más sabio y reflexivo después de haber pasado por la primera parte de mi listado de canciones favoritas del Disney animado. Si después de un breve momento de visible introspección respondes que sí, pensaré que esto realmente está mereciendo la pena y retomaré la segunda parte que aquí comienza con brío y energías renovadas. Y si la respuesta es no, descubrirás que esto es el peor libro de Elige tu Propia Aventura de tu vida, uno en el que se lee claramente que tanto para aventurarte por la mazmorra como para acobardarte y volver a tu casa tienes que ir a la página 34. Además, ¿por qué querrías abortar la misión en este punto? ¿No quieres unirte a mí en las alturas, a la élite intelectual que ha aprendido a disfrutar con mirada adulta de estas películas tan maltratadas por la cultura popular, el público e incluso su propia compañía propietaria? Seguir leyendo Walt Disney Animation Studios: mis canciones favoritas (II)

Walt Disney Animation Studios: mis canciones favoritas (I)

Una vez, hará unos ocho o nueve años, volvía a mi casa hacia las seis de la mañana tras una noche de excesos en Chueca —esto es empezar un artículo por todo lo alto— cuando me crucé con un grupo de adolescentes extranjeras pasadísimas cantando a voz en grito Hakuna Matata. Puedes salir de Chueca, pero Chueca tarda en salir de ti, de modo que me uní a ellas en el momento exacto en el que Simba arrancaba con lo de it means no worries for the rest of your day, cantamos el resto de la canción juntos y me alejé haciendo el mismo fade out de la canción, con sus ah-ah-ah y todo, mientras ellas se despedían histriónicamente y una en concreto, obnubilada por este momento de absoluta complicidad entre desconocidos que ni siquiera hablaban el mismo idioma, me dedicó un YOU’RE AWESOME que aún guardo en mi corazón. Seguir leyendo Walt Disney Animation Studios: mis canciones favoritas (I)

Nacimiento, vida y prematura muerte de Circle 7 Animation

Los siete años que van desde 1999 hasta 2006 son lo que me gusta llamar cariñosamente la Era Stepford de Pixar. Entre estos años Pixar estrenó Toy Story 2, Monstruos S.A., Buscando a Nemo, Los Increíbles y Cars. Exceptuando la crónica postapocalíptica sobre el mundo inmediatamente posterior a la victoria de Skynet que es Cars, se trata de una lista intachable, y nadie podría haber adivinado las dificultades y problemas que estaba atravesando la compañía de John Lasseter entre bambalinas. Son unos años en los que Pixar trabajó incansablemente para dejarnos un producto de excelsa calidad al año, irradiando entusiasmo y amor por el arte de hacer buen cine. Recogiendo óscar tras óscar. Amasando dinero y más dinero. Sonriendo y saludando, como una mujer de Stepford. Y por dentro, lejos de la atención de nosotros los espectadores, pasando por el periodo más oscuro de su existencia. A todos nos ocurriría lo mismo si en el momento culminante de nuestra carrera descubriéramos la existencia de un gemelo malvado que amenaza con destruir todo por lo que hemos luchado y violar nuestro legado. El nombre del gemelo malvado de Pixar era Circle 7 Studios, y su historia, terrible, trágica y plagada de desnudos parciales, merece ser contada en The R Lounge.

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I Believe I Can Act: Cuando Michael encontró a Bugs

Me hice mayor en 1998. Recuerdo el instante como si fuera ayer. Tenía diez años, y como acostumbraba en aquellas lejanas y despreocupadas tardes de los lunes estaba en casa de mi abuela, viendo dibujos en la salita. No recuerdo si Conan o Azuki. Entonces, en un corte publicitario, pasaron un anuncio de Mulán, la película que la Disney nos tenía preparada aquel año. Sé, amigo lector, que te sientes inquieto ante la posibilidad de un relato de inexperta autoexploración corporal al estilo de las Aventuras Masturbatorias de Sally Draper, así que permíteme tranquilizarte: no es el caso, al menos hoy. Una película en la que la heroína se pasa casi todo el tiempo vestido de hombre no ofrece grandes posibilidades en ese sentido. El spot en cuestión, que llegaron a pasar aproximadamente un millón de veces al día por la tele, insistía en la ¿hilarante? presencia de Mushu a través del momento en el que afirma que él no es un lagarto enviado por los ancestros. “Dragón, no lagarto, yo no hago eso de la lengua”, y concluye haciendo eso de la lengua. En ese instante fruncí el ceño, algo que he hecho tantísimas veces en mi vida desde entonces que me ha dejado cuatro marcas visibles en la frente. En ese instante pensé: “¿por qué tiene que haber siempre un personaje que va de listo y de graciosillo?”. En ese instante me hice viejo.

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Men At (Dream)Work: ¡Ahora con más Soylent Green!

Esta entrada fue inicialmente escrita en el lejano y retrofuturista año 2010, aquel añorado tiempo en el que veíamos Patoaventuras antes de irnos al cole, merendábamos pan con nocilla, rebobinábamos cintas de casette con la ayuda de un boli Bic y cuidábamos a nuestros tamagotchis con mimo y tesón. Entonces no lo sabíamos, pero Pixar acababa de poner punto y final con Toy Story 3 a su espectacular racha de éxitos artísticos para adentrarse en una era incierta que todos esperamos que termine con el estreno en 2015 de Inside Out. Entre tanto, la Disney experimentaba lo opuesto al comenzar una escalada de éxitos comerciales que culminaría en las pornográficas cantidades de dinero amasadas por Frozen retitulada en The R Lounge como Las aventuras de Anna y Elsa en función de los Estudios de Mercado–; la audacia de estudios como Sony Animation y Laika permitió el florecimiento de propuestas animadas de calidad surgidas de competidores insospechados –una versión corregida y aumentada de las penosas maniobras financieras que en la década anterior trataban de robar un trozo del pastel de los estudios más poderosos con Ant Bully y porquerías por el estilo–; y la domesticación del perro siguió inalterable su curso.

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La película más triste del mundo (Vol. 2)

Previously, on The R Lounge…

Con la mansa pachorra que caracteriza a un Terrence Malick, aquí llega la esperada segunda parte de la intensa review de una de las películas clave del cine de los noventa, en una época en la que destacar entre proyectos irreprochablemente rompedores como Pulp Fiction, Trainspotting y Sospechosos habituales era tarea casi imposible. Goofy e hijo lo consiguió, por su subversión de los códigos narrativos del cine de conflictos paternofiliales y sus depresivas escenas con zarigüeyas mecánicas, nunca igualadas después ni siquiera cuando en El pianista un oficial nazi tira a un viejo en silla de ruedas por una ventana.

Cabe comentar que en mi afán ilustrativo de la reseña, a base de fragmentos youtuberos he intercalado prácticamente el 100% de la película en la reseña completa. Así que, querido lector, te propongo que te tomes esta lectura como un relajado entretenimiento de pura evasión. Como dice Alan Moore que hay que disfrutar de los cómics, busca un sillón cómodo, ponlo junto al fuego pese a que me leas desde Sevilla en pleno mayo y, liberándote de las prisas que caracterizan a este mundo informatizado lleno de internet, teléfonos portátiles y automóviles, asúmelo como un visionado audioguiado de Goofy e hijo en el que, como ocurre en las Ítacas, el camino importa más que el destino. Disfruta los vídeos cómodamente mientras alternas con mi rigurosa apreciación de los intensos acontecimientos que muestra la película, detente cuando te apetezca y continúa más tarde. Vamos allá.

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En busca del Valle Inexplicable

Mis cortos favoritos de Pixar son Geri’s Game y Presto. O lo que es lo mismo, el del viejo jugando al ajedrez y el del conejo y el mago. Sin embargo, mi criterio en este caso es un poco injusto. Desde luego, lanzo esta afirmación tremendamente categórica (estos dos cortos son los mejores, y vosotros y vuestras propuestas alternativas estáis equivocados) habiendo contemplado la lista completa de cortos producida por el estudio del Gordo Cabrón desde 1984 hasta hoy, incluyendo esos abortos protagonizados por Mate disfrazado de luchador mexicano, de torero o de gigoló. El problema reside en lo complicado que es valorar con justicia los primeros experimentos animados de Lasseter, ya que esos conglomerados de burdas figuras geométricas generadas por ordenador nos generan un curioso rechazo que desde un primer momento anulan cualquier posibilidad de empatía con nada de lo que en ellos se nos quiera mostrar. Así que estos cortos primitivos, desde Las aventuras de Wally B. y André hasta Knick Knack quedan prácticamente excluidos de una competición en serio. Sin embargo, cabe detenerse en este extraño fenómeno. Sabemos que estas primitivas imágenes generadas por ordenador nos provocan un irrefrenable rechazo. Incomodidad. Incertidumbre. Recelo. ¿Pero por qué? No se trata de una cuestión de elección; estas toscas imágenes CGI nos causan a todos un rechazo que otras recreaciones burdas, como podría ser un torpe dibujo animado de teleserie, no provocan. No nos gustan, desde luego; los ortopédicos movimientos de las superestrellas perrunas de Basket Fever (“por el basket loco estarás”) nos provocan risa y vergüenza ajena, pero en absoluto tienen que ver estas reacciones con el de desagradable e inexplicable rechazo que nos podría provocar una torpe recreación CGI. ¿Qué tiene de especial el CGI para que reaccionemos a ella (o a su peor versión) de forma diferente? Existe una teoría científica que lo explica.

Borroso está bien. Es suficiente. No merece la pena recordarlo con más nitidez.

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Side-kick Ass

Hay momentos en los que te das asco a ti mismo. Esta desagradable sensación te envuelve cuando en la tele ponen un manipulador anuncio de apadrinar a niños desnutridos de Senegal y, en lugar de cambiar incómodo de canal como haría cualquier persona civilizada, te sale una inesperada carcajada. También surge cuando vas por la calle, un mendigo te pide lastimeramente una moneda y tú miras a otro lado, concretamente a un perro que parece que sí podrías lanzar al tejado más cercano de una patada, porque a la tercera va la vencida. Y también surge cuando por algún motivo empiezas a pensar en la entrañable figura del sidekick de dibujos animados y sólo te vienen a la mente ejemplos sacados de películas Disney. En estos momentos uno se pregunta “¿tan asquerosamente pequeño es mi mundo?”. Me paro a pensar un momento y me doy cuenta de que muchos, muchísimos dibujos animados de los que la mayoría de mis amigos veían de pequeños para mí eran poco más que un desagradable entretenimiento lleno de violencia aburrida y un poco gay. No me gustaba Bola de dragón, no me gustaban los Masters del Universo, y Oliver y Benji me importaban un pimiento. Quizá la única excepción dentro de este universo de héroes atléticos e indiscutiblemente anabolizados eran las Tortugas Ninja (a mí me molaba Rafael), pero era eso, una excepción. No es de extrañar, por lo tanto, que mi repaso mental no saliese del amable y reconfortante mundo Disney y el submundo del Disneyxploit, el el que estoy tristemente versado también (esos animalejos decadentes de La princesa cisne…). Si tuviera que ganarme a los votantes presumiendo de conocimientos en materia de sicarios memorables, sería un digno heredero de Nixon, sudando y farfullando abotargado. “Ehm, uh, yo también quiero expresar mi cariño por ese… uhm, sicario en particular”.

Le pusieron Orko porque la letra O permitía reutilizar las mismas animaciones reflejadas sin que la letra se viera invertida. ¡Filmation, eres incorregible!

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Muertes X-Tremas 2: Esta vez es Disney-personal

La navidad es esa época para soñar y rencontrarnos con nuestras películas de antaño, las que nos hicieron llorar y reír en nuestra niñez y hoy nos llevan a gritar histriónicamente frases como “¿NO HAS VISTO POCAHONTAS? ¡TÚ NO TIENES INFANCIA!”. No es que yo cierre el kiosko Disney durante la época no estival (este blog es buena prueba de ello), pero en estos días me apetece más que nunca revisitar algunas películas Disney tirado en el sillón, a veces las más olvidadas y otras veces las más quemadas por ese infame y cansino reducto que habla del periodo 1989-1994 como si fuera la segunda venida del Hacedor. Es tiempo para ello, sin duda; pero también es tiempo para retomar mi largamente acariciada secuela a una de mis entradas favoritas de este blog, MUERTES X-TREMAS. Combinar dos de mis aficiones como son Disney y las muertes truculentas en el cine no era más que cuestión de tiempo, y el día ha llegado. Hoy me place presentarles, querido público, mi ranking personal de MUERTES X-TREMAS versión Disney. Esta entrada va a ser larga de narices, así que a los paletos que se quejan de que escribo artículos demasiado largos y se sienten más cómodos leyendo cómo sus conocidos anuncian en 140 caracteres máximo lo difícil que ha sido levantarse hoy de la cama, que vayan cogiendo la puerta.

El catálogo de muertes memorables de la Disney, amplificado tras cierta compra multimillonaria.

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Adaptando a Tintín: No hay huevos

Hace unas cuantas noches pude comprobar que no sólo es posible adaptar satisfactoriamente los álbumes de Tintín al lenguaje cinematográfico, sino que incluso se pueden mejorar en algunos aspectos. Me explico: El secreto del unicornio era un cómic en el que la auténtica chicha estaba en la trama dentro de la trama, una historia de piratas y tesoros relatada por un capitán Haddock que sólo se levantaba de la silla para agredir a la lámpara del techo. De este modo, los personajes a los que queríamos ver en acción no hacían nada salvo contar la historia de otros, mientras que era un desconocido, por muy antepasado de Haddock que fuese, el que se llevaba la mejor parte de la aventura. El cangrejo de las pinzas de oro, por su parte, es una trama de aventuras sólida en la que Tintín salta de un escenario a otro y de un peligro al siguiente, sucediéndose éstos por casualidad en bastantes ocasiones. Sin ir más lejos, el mítico primer encontronazo con Haddock en los camarotes del Karaboudjan se da por pura potra, igual que podría no haberse dado; y la incorporación del marino a la peripecia de Tintín es una cuestión de mero “no tengo nada mejor que hacer y el whisky se me ha acabado”.

Y en esto llegan Steven Spielberg y Peter Jackson, escudados por Edgar Wright y Steve Moffat (y un tercer guionista que no sé quién es), y entre todos juntan ambas historias como por arte de magia, para que cada una se beneficie de las fortalezas de la otra. De este modo, el punto de partida del álbum El secreto del unicornio desata la trama de lo que conocemos como El cangrejo de las pinzas de oro, con un sencillo cambio de McGuffin de por medio (las latas de conserva por la maqueta del barco). De esta forma los elementos de la trama dirigen a Tintín desde el primer momento hacia el capitán Haddock, descendiente del caballero de Hadoque y por tanto única persona capaz de encontrar el secreto que se esconde en la maqueta que anda saltando entre las manos de los buenos y los malos. El cangrejo de las pinzas de oro, por su parte, contiene más de un momento en el que un Haddock hasta las cejas de Loch Lomond ve alucinaciones y espejismos; alucinaciones que la película aprovecha para introducir inteligentemente los flashbacks del antepasado del capitán que ocupan casi la totalidad del cómic del Unicornio, sin que la acción se tenga que detener forzosamente por ello. Lógicamente, la combinación se completa con el desenlace de El tesoro de Rackham el Rojo, continuación de la historia iniciada en El secreto del Unicornio. En términos de adaptación, hemos asistido a una gran película.

Después de exahustivas pruebas científicas relacionadas con sombreros, se revelaron como los candidatos idóneos para adaptar a Tintín.

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