Me llamo Miguel y soy un gran admirador. O sois mi fan, como dicen las señoras. Sí, sé que quizá ahora estéis recibiendo muchas cartas que empiezan como ésta, porque estáis de actualidad y vuestros jefes os han enredado en una operación de relaciones públicas en la que no sé si habéis tenido voz, voto u opción de decir que no os interesaba participar. Yo soy fan vuestro desde hace mucho. De toda la vida, vaya. La primera película a la que mis padres me llevaron a ver al cine fue uno de vuestros trabajos, el de la más veterana de vosotros. Ni me acuerdo de todo aquello, lo sé porque mis padres me lo contaron. Y ahora que lo pienso, cuando termine con esta carta quizá deba ponerme a escribir otra a los pobres desgraciados a los que seguramente fastidié la película con mis llantos hasta que mis padres desistieron cuando lo de los árboles vivientes demoníacos y me sacaron de la sala. Me consuela pensar que esos otros espectadores pudieron seguir viendo la película y fumando en paz.
Hay momentos en los que te das asco a ti mismo. Esta desagradable sensación te envuelve cuando en la tele ponen un manipulador anuncio de apadrinar a niños desnutridos de Senegal y, en lugar de cambiar incómodo de canal como haría cualquier persona civilizada, te sale una inesperada carcajada. También surge cuando vas por la calle, un mendigo te pide lastimeramente una moneda y tú miras a otro lado, concretamente a un perro que parece que sí podrías lanzar al tejado más cercano de una patada, porque a la tercera va la vencida. Y también surge cuando por algún motivo empiezas a pensar en la entrañable figura del sidekick de dibujos animados y sólo te vienen a la mente ejemplos sacados de películas Disney. En estos momentos uno se pregunta “¿tan asquerosamente pequeño es mi mundo?”. Me paro a pensar un momento y me doy cuenta de que muchos, muchísimos dibujos animados de los que la mayoría de mis amigos veían de pequeños para mí eran poco más que un desagradable entretenimiento lleno de violencia aburrida y un poco gay. No me gustaba Bola de dragón, no me gustaban los Masters del Universo, y Oliver y Benji me importaban un pimiento. Quizá la única excepción dentro de este universo de héroes atléticos e indiscutiblemente anabolizados eran las Tortugas Ninja (a mí me molaba Rafael), pero era eso, una excepción. No es de extrañar, por lo tanto, que mi repaso mental no saliese del amable y reconfortante mundo Disney y el submundo del Disneyxploit, el el que estoy tristemente versado también (esos animalejos decadentes de La princesa cisne…). Si tuviera que ganarme a los votantes presumiendo de conocimientos en materia de sicarios memorables, sería un digno heredero de Nixon, sudando y farfullando abotargado. “Ehm, uh, yo también quiero expresar mi cariño por ese… uhm, sicario en particular”.
Le pusieron Orko porque la letra O permitía reutilizar las mismas animaciones reflejadas sin que la letra se viera invertida. ¡Filmation, eres incorregible!