El mundo de la animación es fascinante. Que hoy en día haya aún gente que comente en foros cosas como “ah, Toy Story 3 me gustó, y eso que era de dibujitos”, con ese diminutivo que es una de las cuatro o cinco cosas más odiosas de este universo (mención especial para Vince Vaughn y los crocs), es algo que escapa a mi comprensión. No hay nada menos simple que el cine de animación. A veces, por tener un margen de verosimilitud mayor que el cine de acción real, la animación puede servirse de los seres y objetos más insospechados para construir hermosas metáforas cargadas de ingenio sobre el mundo que nos rodea. Conocer la técnica que se esconde tras un proyecto animado implica un enorme respeto por estas hazañas estéticas en movimiento, que entrañan una labor decenas de veces mayor a la de la más compleja de las películas de acción real. Las Capillas Sixtinas del cine se encuentran en la animación, y responden a nombres como The Thief And The Cobbler o La bella durmiente. Y a veces, conocer la técnica te da más de una sorpresa. Crees que el cine de animación se divide simplemente en tradicional y CGI, y te llevas una sorpresa. Aún dentro de cada grupo se pueden seguir caminos muy diferentes para hacer una película. Gracias a JC y a su Avatar es fácil pensar en una de las vías alternativas que se pueden usar en la animación CGI para construir una película: la motion capture, ese proceso mediante el cual los movimientos de un actor de carne y hueso se transforman (vía humillante pijama azul) en una figura digital aparentemente viva, en tiempo real. La animación tradicional tiene su propio motion capture, pero es mucho más laboriosa y se llama rotoscopia.