«R. L Stine ha logrado que ocho de los diez libros para jóvenes más leídos en Estados Unidos sean suyos. De sus relatos se han vendido millones de ejemplares en todo el mundo.»
Esta sugerente leyenda, que me ha servido de excusa para utilizar la opción “quote” de WordPress, venía escrita en la última página de cada libro de Pesadillas en las infectas ediciones que sacó Ediciones B (valga la redundancia). No es difícil de creer. A mediados de los noventa, antes de Pokemon y a la vez que los tazos, la obra de R. L. Stine ARRASÓ en nuestro colegio y sin duda en todos los de España, tras un triunfal paseo por Estados Unidos. Comparábamos nuestras respectivas colecciones, nos lanzábamos a destripar los finales a cualquiera que se atreviese a decir en voz alta que aún no había leído No bajes al sótano, y, en definitiva, no hablábamos de otra cosa. Aquello era un auténtico fenómeno social, y si hubiese salido una colección de tazos de Pesadillas estaríamos hablando de una jugada maestra sin precedentes en la industria del entretenimiento.
Pero, ¿quién es el hombre tras los libros? ¿Quién se esconde tras el misterioso nombre de R. L. Stine? La respuesta es un tipo con más cara que espalda, un escritor sin ningún talento especial que se compró una colección de libros y películas de terror y ciencia ficción que abarcaba de Poe a Stephen King, y de Byron Haskins a John Landis; y que tuvo la desvergonzada idea de sustituir a sus protagonistas por adolescentes. Y ya está. El muy cabrón, con esta pobre idea, acertó de pleno en lo que la juventud de los noventa reclamaba, es decir, un sucedáneo de violencia y misterio expresamente para ella; y encontró una auténtica mina de oro. De este modo, Stine entró en el selecto club de los creadores de una única idea que explotar a la saciedad, junto a George Lucas y Tolkien, con la diferencia de que su idea era ya demasiado débil desde el principio como poder estirarse demasiado. El resultado fue una serie de sesenta y dos libros de los que sobran por lo menos cuarenta, pero que aún así fue inconcebiblemente seguida por varias series más, cada una de carácter más descaradamente exploit que la anterior, y de un montón de basura derivada que no enumeraré para no adelantar demasiado.
