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¡Orden en la Fuerza, por favor!

“¿Ser o no ser? He ahí la cuestión”. El dilema definitivo del ser humano, tal como lo plasmó el maestro Shakespeare en su inmortal Hamlethace más de cuatrocientos años, ya no es más que palabrería apolillada escrita por algún don nadie que fue tan gilipollas como para morirse. Actualmente es otra pregunta la que ha alcanzado la categoría de dilema universal, de cuestión definitiva para toda persona que quiera reafirmarse como ser autónomo, consciente de sí mismo y de su lugar en la realidad: “¿veo primero la trilogía clásica o la nueva?”. Antes de 2005 no había lugar para la duda; con un agujero en la trama tan gordo por ahí en medio, no tenía sentido ver la saga empezando por el Episodio I, siguiendo con el II y pasando al IV. Pero ahora la duda no está de más. Puede que durante toda la vida nos hayamos tragado sin rechistar las tres películas originales pensando en las precuelas como complementos “a ver más tarde”, pero desde hace poco tenemos la oportunidad de ver toda la historia en orden cronológico, opción que resulta bastante tentadora tras tantos años. A ver qué tal luce la cosa en el orden de la historia, ¿no? Pues no. Yo esta opción del orden cronológico no se la recomiendo a nadie, y mucho menos a aquellos rezagados que sólo ahora están pensando en acercarse curiosos a la Saga Galáctica, aprovechando el reestreno del Episodio I en los cines (con nuevas escenas nunca vistas de Darth Maul tirando piedras al público). Amigo, no lo hagas. Es decir, sí, hazlo, pero antes dedica unos días en tu casas a ver la trilogía clásica, por el amor del Hacedor. Porque como ocurre con tantas cosas en este mundo, puede parecer una decision sujeta a gustos personales cuando no lo es.

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¿Así es como quieres verlas? ¿De verdad? ¿ASÍ?

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Aniquilación absoluta

Veo estas imágenes en la televisión y algo se encoge en mi viejo corazón. Hacía mucho, mucho tiempo que no las veía. De hecho casi las había olvidado. No es para menos. La memoria empieza a fallarme, sin contar con que poco a poco fui comprendiendo que lo mejor para no sufrir era olvidar todo lo que perdí tras la explosión nuclear. Aquella sociedad es cosa del pasado, pero la humanidad intenta reconstruir los pedazos de una sociedad desaparecida, desintegrada, olvidada, desconocida, a través de descubrimientos como éste. La ciencia está desconcertada ante el descubrimiento de las imágenes misteriosas. Durante meses, serán sometidas a estudios exhaustivos, millones de dólares del dinero que debería destinarse a conseguir algún tipo de comida para esta Nueva Humanidad aún en pañales serán malgastados en encontrar unas respuestas que, de llegar, probablemente serían erróneas. Puede que quien lea estas palabras me tache de arrogante, cuestionándose la seguridad con la que hablo. ¿Cómo voy a saber yo, un decrépito anciano desnutrido que languidece en uno de los Cubículos Colectivos de Precisión para Humanos de Clase W (lo que antes se conocía como la tercera edad) si las respuestas que los científicos encuentren sobre el origen de las misteriosas imágenes son correctas o no? Es más, ¿cómo me atrevo a insinuar conocer las respuestas? Pues bien, se da la circunstancia de que soy uno de los uno de los pocos supervivientes de la catástrofe nuclear. Y no sólo eso, sino que deben ustedes saber que uno de los responsables de esas imágenes… fui yo.

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¿Estaba todo pensado?

Lo que vais a leer a continuación es mi primera entrada de encargo, sugerida, suplicada, exigida por una pobre persona que necesita que una autoridad de la red como yo le apoye en sus teorías sobre los aspectos más desmitificadores de La guerra de las galaxias. La saga perfecta, o al menos la que más se acerca a la perfección. ¿Cómo es que yo, grandísimo admirador de la saga desde los cinco años (mi Retorno del jedi grabado de Canal Sur, con la mosca antigua y todo, ay) me voy a atrever a apoyar a ese gusano y cuestionar la magnificencia de la Gloriosa Trilogía? Bueno, eso es porque comparto su opinión, y porque en realidad no voy a cuestionar nada incuestionable. La magnificencia de la saga quedará intacta tras mi artículo de hoy, pero eso es porque no creo que poner un poco de orden y razonar ciertas cosas perjudique a nadie. Ni a la Guerra de las galaxias. Mis notas en filmaffinity seguirán siendo 10, 10, y 9 respectivamente (eh, y 6, 7 y 8 para las otras, y un puto suspenso para la peli de Clone Wars), y las amaré como siempre las he amado. No me gusta tener que ponerme tan cerebral con unas películas de naturaleza tan evasiva, pero la inevitable presencia cuando hablamos de un fenómeno como éste de una comunidad de no fans, sino fanáticos, a veces te lleva sin remedio a situarte en un extremo en cierto modo opuesto al que no te gusta llegar. Pero no os apuréis, la entrada de hoy será tan desenfadada e hilarante como de costumbre, incluso más que aquella sobre el Holocausto de hace unos meses.

"Mira, George, ahí entra otro a la Edición Especial Ahora Sí Defintiva..." "¡Juaaajajajaja, qué gilipollas!"

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Cuando se estrene el Episodio III…

Hola, soy Leonard Maltin. A veces, cuando leemos una entrada de The R Lounge que recicla ideas y fragmentos de escritos antiguos, nos encontramos con que algunos de sus aspectos pueden herir la sensibilidad de los lectores actuales, incluso acercándose al terreno de lo políticamente incorrecto. Debemos tener en cuenta que nuestra mentalidad no es la mentalidad de los lectores de 2004, y que debemos afrontar la lectura con cierta relatividad, incluso cuando el autor aplaude actualmente sus ocurrencias de entonces y sigue recreándose en estereotipos y comentarios deliberadamente ofensivos. Sea incorrecto o no, lo que no podemos negar es que se trata de valiosos documentos que nos permiten comprender un poco mejor cómo era la mentalidad de nuestra sociedad hace seis años, y que lo más importante es que nos siguen haciendo reir como entonces con su humor imperecedero. Disfrútenlo.

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¡Muertes X-tremas!

Yo era un niño muy perverso.

No es una referencia a Gabbo; es la verdad. Llevo viendo películas de forma sistemática desde que era muy pequeño, y desde que era muy pequeño desarrollé un malsano placer por la muerte ajena en el cine. Una película valía lo que valía la muerte del malo, o en su defecto, la muerte de cualquier personaje que pasara por allí. La diferencia entre una obra maestra y una mierda la marcaba el nivel de truculencia/extravagancia del destino del malo; ni que decir tiene que una ridícula amonestación tipo “y el malo acabó en la cárcel” o peor aún, “y el malo huyó de allí y no volvió a vérsele jamás” eran absolutamente inaceptables, especialmente en el segundo caso. ¿El malo huyó? Bien, ¿quién me asegura que no huyó para acabar dándose la gran vida en algún emirato árabe, rodeado de concubinas? ¿Alguien puede considerar satisfactorio un final en el que el terrible tigre que ha estado a punto de devorarte e incluso ha asesinado (o eso parece) a tu buen amigo oso huye sin más castigo que una rama ardiendo atada a la cola, que sin duda se apagará en dos minutos? ¿Es que a nadie le preocupa que la señorita Trunchbull haya encontrado trabajo como directora en otro colegio y esté torturando a los niños de un modo más cruel si cabe de lo que hacía con los compañeros de clase de Matilda? No, eso no nos incumbe. En lo que a nosotros respecta, a la señorita Trunchbull jamás se la volvió a ver por el colegio y punto.

La única no-muerte que me dejaba satisfecho, por ser el peor castigo en vida: COMER MIERDA.

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¡Miguel Roselló contra la masa!

Hay quien dice que soy un elitista pomposo que gusta de aficionarse a lo que no le gusta a nadie más para diferenciarse de lo que despectivamente llama “la gente”; que baso mis opiniones en justamente lo contrario a lo que piensan los demás si los demás son un puñado considerable de personas. Es algo a lo que debería acostumbrarme, pero no puedo cuando sé que no es verdad. No niego que muchas veces llevo la contraria a la opinión mayoritaria, que no estoy de acuerdo con ciertas “verdades por consenso”, pero no creo que lo haga más que cualquier otro, es sólo que… me gusta recrearme en esto. Sin embargo, cuando estoy de acuerdo con la mayoría, lo reconozco. Soy un ser despreciable que en el fondo prefiere estar en desacuerdo con la masa, pero trato de que en la práctica estos pensamientos oscuros no me traicionen y no condicionen mis gustos como tampoco me gustaría que me condicionase el miedo a la impopularidad.

Como ya digo, lo normal es que se me vea como ése tipo que lleva la contraria a lo que todos piensan sólo por fastidiar. ¿Pero cuánta verdad hay en esa visión? Cuando me pongo a pensar en mis propios gustos y en conversaciones que he tenido me doy cuenta de que tampoco soy tan plasta, y que hay muchas cosas en las que no estoy contra la mayoría, sino con ella. Así que, ¿en qué quedamos? ¿Estoy con la masa o contra la masa? Bien, ahora lo comprobaremos. He cogido las “verdades por consenso” que se me han ocurrido (seguro que hay más, pero no he caído en ellas) y las he agrupado con mi opinión, a ver cuál es el balance. No voy predispuesto a nada ni he dejado pasar un caso para manipular el resultado. Hay cosas que ni me molestaré en mencionar porque no son más que modas, como lo de decir que Padre de familia es mejor que Los Simpson, o porque en realidad sólo son obsesiones de quinceañeras que no merecen mi reclamada y valiosa atención, como lo de que Johnny Depp sea el mejor actor de universo conocido y por conocer; pero me temo que casi todo van a ser cosas de cine o de la tele. No caigo en “verdades por consenso” del mundo de la literatura, si os digo la verdad, y el mundo de los videojuegos es tan extraño para mí como la neurocirugía, así que, pese a que me arriesgo a parecer monotemático, esto es lo que hay. Para que el resultado sea lo más natural posible, he ordenado las afirmaciones en orden cronológico (es mejor que una aburrida lista que alterna un sí, un no, un sí y un no). Así que el hecho de que empiece de un modo tan estudiadamente polémico es en realidad totalmente casual. Hey-ho, let’s go.

¿Está bien traido el título o qué?

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