Principales hándicaps de un REGRESO, así en mayúsculas, como el del cine más clásico en forma y fondo de Disney: primero, el afán a cualquier precio de crear “un clásico instantáneo, como lo de siempre” suele terminar siendo lo que resiente el resultado final; y segundo, el afán a cualquier precio de ver “un clásico instantáneo, como lo de siempre” suele terminar siendo lo que distorsiona nuestra percepción y resiente, subjetivamente, el resultado final. Lo primero no lo podemos remediar nosotros, los espectadores, pero lo segundo sí.
Los admiradores que esperaban este regreso con nombre propio como agua de mayo han cambiado, son diferentes aunque no lo acepten, desean con todas sus fuerzas que Tiana y el sapo sea como lo que siempre les ha gustado y se aterran ante la posibilidad de encontrar fallos que hundan esta ilusión, lo que les lleva a mover frenéticamente la vista y el cerebro de un lado a otro de lo que va pasando frente a sus narices en la pantalla, catalogando en cuestión de milésimas cada mínimo aspecto en “esto me gusta” y “esto no me gusta”, convirtiendo la película en un parto más que en una experiencia análoga a aquel entrañable día que fueron a ver Aladdin maravillados. Al salir de la sala hacen mentalmente un matemático balance entre lo que les ha gustado y lo que no les ha gustado, y por consenso de todas las neuronas que pueblan su cerebro, dan un veredicto para finalmente suspirar aliviados o hundirse en la miseria. En el primer caso, la película ha quedado reducida a un incómodo tránsito antes de poder decir “Disney ha vuelto”, y en el segundo lo más probable es que el aparente fracaso de la película sea culpa de haberla afrontado entre sudores, expectativas y juicios precipitados.
Seguir leyendo Tiana y el sapo (Ron Clements y John Musker, 2009)