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Lo que importa es la anchura

Hay quien me dice que estoy obsesionado con el asunto del formato de las películas. No, no me refiero a si te has bajado un flamante mkv o un cutre mpg. Me refiero a la proporción de la imagen. Números que para el lector medio de este blog no son más que un barullo incomprensible son para mí la causa de noches en vela, de búsquedas interminables en imdb y en definitiva, de sufrimiento. No comprendo como un elemento tan determinante en la composición visual de la imagen e incluso en el impacto psicológico que produce la película en el espectador pasa tan desapercibido o es directamente desdeñado. Pasa desapercibido para el público que no se detiene a fijarse si lo que está viendo es una imagen prácticamente cuadrada o un rectángulo tan ancho como su campo de visión, y es desdeñado por los programadores de las cadenas de televisión, a los que no les tiembla el pulso en cortar media película por los lados para evitar esas franjas negras arriba y abajo que por lo visto deben costarles la mitad del share, porque si no, no se entiende esta costumbre tan atroz. O quizá sí. En realidad, a la gente el formato se la repampinfla, a la gente lo que le importa es que no se vean bandas negras que interfieran en su visionado (se trata de un público exigente y sofisticado). Si a Antena 3 no le ha dado por mutilar Indiana Jones y la última cruzada por los lados para que ocupe toda la pantalla y dar lugar a una película protagonizada mayormente por narices flotantes, siempre habrá alguien en alguna parte del globo que, cerveza en mano y pies en alto, gruñirá “niño, quita las rayas negras”. Da igual que para ello haya que estirar la imagen por arriba y por abajo hasta que parezca que todos han sido absorbidos por el poder del Arca de la Alianza, la cuestión es que las bandas no molesten. Nuestros nuevos y flamantes televisores anchos nos permiten disfrutar de los formatos cinematográficos conservando toda su amplitud, pero el 95% de los hogares (gracias a Estadísticas Inventadas S.L. por los datos) tiene el suyo configurado para que todo contenido rodado en el desfasado formato cuadrado 1.33:1 aparezca estirado por los lados para ocupar toda la pantalla. Homer jamás se había visto tan gordo.

That's the way -aha aha- I like it -aha aha-...

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Tendencias (y cejas)

El mundo se mueve por rachas. También el mundo de los carteles de cine. A veces, entre tanto poster estándar con los caretos photoshopeados de los protagonistas de la que promete ser la comedia romántica del año se cuela una propuesta inteligente, novedosa, o al menos llamativa. Y como por arte de magia, apenas un año después ya estamos saturados de la propuesta inteligente, novedosa y al menos llamativa hasta las narices, porque hace bastante que dejó de ser cualquiera de esas cosas. Sale un cartel ingenioso y nos falta tiempo para contar los veinte plagios de la idea que han surgido al momento. No hace falta que os recuerde lo que ocurrió con el legendario cartel de El show de Truman. A los pocos años estábamos de mosaicos que-de-cerca-no-se-ven-pero-de-lejos-forman-la-cara-de-la-estrella-de-la-función hasta el gorro, por mucho que vendiesen una y otra vez como algo nuevo por usar flores en vez de fotogramas, o caramelos o fundas de condón usadas. Resulta frustrante que ahora no logre acordarme de ninguno salvo del de El señor de la guerra, con el gigantesco y deprimente rostro de Nicholas Cage formado por balas en primer plano.

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Los Simpson, la película (David Silverman, 2007)

Los monólogos de la Regina. Éste fue el último episodio de Los Simpson que vi antes de que su película marcase el antes y el después. Luego resultó que el antes y el después fue insignificante, que la familia amarilla sigue siendo la misma, que todos la vemos de la misma forma y que preferimos la humilde animación de las temporadas cuatro o cinco a la estilizada pero aséptica de las nuevas temporadas en alta definición. Sin embargo, en ese momento, cuando la película se estrenó, creíamos que dejaríamos de ver la serie de la misma forma. Es comprensible, llevábamos (llevamos) muchísimos años viendo a los Simpson en una pantalla más o menos pequeña, en formato 1.33:1, y verlos en una pantalla gigantesca y en formato 2.35:1 es algo excepcional, inaudito, inigualable. Cosa de la que uno no llega a darse verdadera cuenta hasta que está en el cine, la película empieza y vemos a Pica en pantalla, gigantesco ante nosotros. Entonces es cuando empezamos a disfrutar de verdad y nos emocionamos. Y efectivamente, ver la película en la tele destapa el pastel (el pastel es que la película es normalita, ya he destripado la crítica).

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Tim Burton, recíclate

¿Os acordáis de Tim Burton? Sí, hombre, ése que tiene un nido de cigüeñas en la cabeza y que va siempre de negro. Ése que dice que estar casado con Helena Bonham Carter pero más bien parece estarlo con ella y con Johnny Depp, con los que vive en comuna mormona. Ése que es la causa directa de que los salones manga se hayan convertido en un pozo purulento lleno de quinceañeras pseudogóticas que afianzan su individualismo llevando el mismo bolso de Jack Skellington que lleva absolutamente todo el mundo. En definitiva, ese tipo que un día fue un director interesantísimo y con muchísimas cosas que decir y que hoy se ha convertido en una caricatura de sí mismo sin absolutamente nada que ofrecer.

Tras dos cortos tan bellos como legendarios, Tim Burton salió del cascarón en 1986 con La gran aventura de Pee Wee, una película que ya exudaba un estilo propio por todos sus poros. Beetlejuice limó las asperezas de ese estilo aún recién nacido, y Batman continuó ese proceso, que culminó con el refinamiento total de esta nueva figura del cine en la preciosa Eduardo Manostijeras. Hasta aquí la etapa de aprendizaje de Burton, a la que siguió su película más retorcida, la absolutamente genial Batman vuelve, la minimalista Pesadilla antes de Navidad (sí, ya, dirigida por Selick, bla, bla, bla) y la complejísima Ed Wood, que condensaba todo lo aprendido por Burton a lo largo de sus películas anteriores. Mars Attacks!, siempre esperando su justa reivindicación, marcó un punto de inflexión. Algo le pasó a Tim Burton después de esta película, que perdió el norte. El pulso entre la autonomía creativa y la sumisión comercial comenzaba a decantarse peligrosamente hacia lo segundo, y de este modo Burton entró en una etapa que, con sus altibajos, llega hasta hoy y en la que irónicamente destaca, como una orquídea en un campo de cardos borriqueros, su obra maestra total, Big Fish.

Buscar inspiración en esto para una película... ESO es puro Burton.
Buscar inspiración para una película en esto... ESO sí es puro Burton.

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James Cameron (inda house)

James Cameron es uno de los mejores directores de todos los tiempos. No sólo eso. También es un genio. Así de tajante empiezo. Pero antes, un preludio. Ser un grandísimo director y ser un genio no son virtudes que han de ir necesariamente unidas. Veamos. Entre mis directores preferidos están Billy Wilder, Hitchcock, Blake Edwards, Woody Allen, Tarantino, Burton (bueno, ya no), los Coen, Scorsese, Spielberg y Cameron. De hecho, éstos son mis directores verdaderamente preferidos. Lo son porque los considero grandísimos directores. De entre éstos, sólo considero genios a Wilder, Edwards, Hitchcock, Spielberg y Cameron. No voy a extenderme demasiado explicando por qué éstos son genios y los otros no: en el caso de Edwards tiene que ver con sus logros sin precedentes en el refinamiento de algo tan defenestrado como la comedia física, llevándola a la categoría de puro arte; y Hitchcock es un auténtico y genuino visionario cuya mente, puramente cinematográfica, siempre estuvo varios pasos por delante de cualquier limitación técnica y artística. Esta distinción, de todos modos, no les hace necesariamente mejores que a los otros que no he nombrado como genios. Igualmente, existen directores que no están ni de lejos entre mis favoritos, pero a los que considero genios, véase Roger Corman. Digamos que todos estos han sabido aprender del medio en el que se mueven hasta alcanzar una sabiduría superlativa, y es esta sabiduría es la que nos venden con sus películas.

Mira, Linda. Todo lo que baña la luz será mío algún día. Aquella zona oscura también.

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¡Miguel Roselló contra la masa!

Hay quien dice que soy un elitista pomposo que gusta de aficionarse a lo que no le gusta a nadie más para diferenciarse de lo que despectivamente llama “la gente”; que baso mis opiniones en justamente lo contrario a lo que piensan los demás si los demás son un puñado considerable de personas. Es algo a lo que debería acostumbrarme, pero no puedo cuando sé que no es verdad. No niego que muchas veces llevo la contraria a la opinión mayoritaria, que no estoy de acuerdo con ciertas “verdades por consenso”, pero no creo que lo haga más que cualquier otro, es sólo que… me gusta recrearme en esto. Sin embargo, cuando estoy de acuerdo con la mayoría, lo reconozco. Soy un ser despreciable que en el fondo prefiere estar en desacuerdo con la masa, pero trato de que en la práctica estos pensamientos oscuros no me traicionen y no condicionen mis gustos como tampoco me gustaría que me condicionase el miedo a la impopularidad.

Como ya digo, lo normal es que se me vea como ése tipo que lleva la contraria a lo que todos piensan sólo por fastidiar. ¿Pero cuánta verdad hay en esa visión? Cuando me pongo a pensar en mis propios gustos y en conversaciones que he tenido me doy cuenta de que tampoco soy tan plasta, y que hay muchas cosas en las que no estoy contra la mayoría, sino con ella. Así que, ¿en qué quedamos? ¿Estoy con la masa o contra la masa? Bien, ahora lo comprobaremos. He cogido las “verdades por consenso” que se me han ocurrido (seguro que hay más, pero no he caído en ellas) y las he agrupado con mi opinión, a ver cuál es el balance. No voy predispuesto a nada ni he dejado pasar un caso para manipular el resultado. Hay cosas que ni me molestaré en mencionar porque no son más que modas, como lo de decir que Padre de familia es mejor que Los Simpson, o porque en realidad sólo son obsesiones de quinceañeras que no merecen mi reclamada y valiosa atención, como lo de que Johnny Depp sea el mejor actor de universo conocido y por conocer; pero me temo que casi todo van a ser cosas de cine o de la tele. No caigo en “verdades por consenso” del mundo de la literatura, si os digo la verdad, y el mundo de los videojuegos es tan extraño para mí como la neurocirugía, así que, pese a que me arriesgo a parecer monotemático, esto es lo que hay. Para que el resultado sea lo más natural posible, he ordenado las afirmaciones en orden cronológico (es mejor que una aburrida lista que alterna un sí, un no, un sí y un no). Así que el hecho de que empiece de un modo tan estudiadamente polémico es en realidad totalmente casual. Hey-ho, let’s go.

¿Está bien traido el título o qué?

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Tiana y el sapo (Ron Clements y John Musker, 2009)

Principales hándicaps de un REGRESO, así en mayúsculas, como el del cine más clásico en forma y fondo de Disney: primero, el afán a cualquier precio de crear “un clásico instantáneo, como lo de siempre” suele terminar siendo lo que resiente el resultado final; y segundo, el afán a cualquier precio de ver “un clásico instantáneo, como lo de siempre” suele terminar siendo lo que distorsiona nuestra percepción y resiente, subjetivamente, el resultado final. Lo primero no lo podemos remediar nosotros, los espectadores, pero lo segundo sí.

Los admiradores que esperaban este regreso con nombre propio como agua de mayo han cambiado, son diferentes aunque no lo acepten, desean con todas sus fuerzas que Tiana y el sapo sea como lo que siempre les ha gustado y se aterran ante la posibilidad de encontrar fallos que hundan esta ilusión, lo que les lleva a mover frenéticamente la vista y el cerebro de un lado a otro de lo que va pasando frente a sus narices en la pantalla, catalogando en cuestión de milésimas cada mínimo aspecto en “esto me gusta” y “esto no me gusta”, convirtiendo la película en un parto más que en una experiencia análoga a aquel entrañable día que fueron a ver Aladdin maravillados. Al salir de la sala hacen mentalmente un matemático balance entre lo que les ha gustado y lo que no les ha gustado, y por consenso de todas las neuronas que pueblan su cerebro, dan un veredicto para finalmente suspirar aliviados o hundirse en la miseria. En el primer caso, la película ha quedado reducida a un incómodo tránsito antes de poder decir “Disney ha vuelto”, y en el segundo lo más probable es que el aparente fracaso de la película sea culpa de haberla afrontado entre sudores, expectativas y juicios precipitados.

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Los bodrios que me gustan

Ayer la señorita Belén mencionó repentinamente una película que a lo mejor os suena: Jesucristo cazavampiros. Claro que os suena. Caspa, serie B, despiporre, qué risa. La mención de la película de marras hizo que volviese a mi mente algo que había estado pensando días atrás, y que ahora tendréis que escuchar. Mala suerte, ya sabéis a quién echarle la culpa.

A no ser que tus amigos sean de los de polo de Lacoste, fiestuki por la noche y 40 principales (dejadme catalogar a la gente en paz, llegaremos antes al meollo), te será familiar esta situación: un puñado de frikis (que a día de hoy significa que se descargan Perdidos en inglés) han quedado para hacer un maratón de cine cutre. Pero no cutre tipo George A. Romero, sino cutre-cutre; expoitations ponzoñosos de presupuesto en números negativos, títulos rocambolescos, chistes de vergüenza ajena y casi siempre, casquería y sexo gratuitos. Estos amiguetes, que se caracterizan por ser unos cachondos, en palabras de sus conocidos o de las personas que les ven cantando la canción de Heidi por la calle a voz en grito, tienen fama de ir a su bola. Viven para “echarse unas risas”: lo hacen a todas horas, temen que puedan morir si dejan de reír a cierta intensidad. Y por eso se reúnen para ver cine casposo, para asegurar un suministro de risas frikis que dure unas cuantas horas. Se ríen cada vez que en la película ocurre algo truculento, tenga o no gracia. Es una norma básica. Veneran las películas en inversa proporción a su calidad y les encanta sentir que son unos colgaos que van a su bola porque ven cine de mierda que a nadie le gusta pero que a ellos les provoca la extraña reacción de decir a voz en grito “¡es Dios, es Dios!” cada cinco minutos, fenómeno que, como dice Manolito Gafotas, tiene desconcertados a científicos de todo el mundo.

Qué friki, pone una foto de Heidi en su blog.

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American Beauty (Sam Mendes, 1999)

En 1964 Billy Wilder filmó la que sería su película más incomprendida, la genial Bésame tonto, y con ella puso a la sociedad estadounidense frente a una de sus mayores temores: la podredumbre sobre la que se sostiene una institución tan teóricamente pura y necesaria en el seno de Norteameríca como es el matrimonio. En 1999, Sam Mendes, director teatral debutante en el medio cinematográfico por aquel entonces, dirigió una descorazonadora sátira que ampliaba los objetivos de Bésame, tonto diseccionando tanto el matrimonio como el resto de pilares sobre los que se sostiene ese concepto tan abstracto y sacralizado en Estados Unidos que es la familia y con ella consiguió una total y absoluta obra maestra contemporánea, una película enorme y desgarradora y a la vez honesta y luminosa. Su nombre, American Beauty, y por raro que suene, yo la vi por primera vez ayer.

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