[Nota inicial: NO quiero que la conclusión que se saque de este texto sea el trilladísimo y facilón «que cada uno vea las películas como le guste». Eso ya lo sabemos todos y en cualquier caso NO ES LA PUTA CUESTIÓN. Conclusiones como ésas, sobre todo cuando no vienen al caso, lo único que hacen es anular la capacidad crítica del personal. Eso de dejar que cada uno haga lo que quiera y tratar de resolver todos los dilemas del planeta con tolerancia y nula conciencia crítica nos está llevando a todos a la ruina. ¿Queda claro? A LA RUINA. Una vez dicho esto, vamos al lío.]
El doblaje es un engaño que funciona. Es un engaño porque nos hace creer que un actor extranjero está hablando en nuestro propio idioma, y funciona por una mezcla de talento y casualidades. El talento es algo que no hace falta explicar, sin embargo las casualidades sí son más curiosas. La sincronización labial en el doblaje no es perfecta, porque para ser perfecta las palabras deberían coincidir al 100% y a eso se le llama versión original. Sin embargo, nuestro cerebro obra de una forma muy curiosa, y del mismo modo que podemos leer legiblemente un texto en el que todas las palabras tienen sus letras correspondientes, salvo la primera y la última, desordenadas; basta con que unas cuantas consonantes críticas (la B, la F y la mayoría de labiales y labiodentales) coincidan en la versión doblada con su equivalente en versión original para que nuestra percepción rellene el resto de los huecos y surja el milagro. A esto se suma nuestra tendencia a mirar el rostro de una persona centrando nuestra atención en los ojos en lugar de en la boca. Con esto me refiero a las casualidades; si no fuese por estas circunstancias sería difícil que el engaño del doblaje funcionase.