El Bart, El

«¿Intento de asesinato? ¿Qué significa eso? ¿Acaso dan un nóbel por intento de química?»

Un año más, la familia amarilla favorita de América volverá a nuestras pantallas y torrents. Matt Groening, el hombre que en 1994 retiró su nombre por primera vez de los créditos de un episodio de la serie por considerarlo una burda estratagema comercial para promocionar una nueva serie de la Fox (El crítico), ha declarado alegremente en la Comic Con que no ve motivo alguno por el que la serie deba terminar a corto plazo, pensando sin duda en la era de bonanza creativa de la serie que ratifican los inminentes crossovers con Futurama y Padre de familia. Diría que el parecido físico que guarda con George Lucas no es casual.

La temporada 26. Se dice pronto, sobre todo para una serie cuyos años dorados se agotaron en la novena temporada. Observemos la cruda realidad en forma de gráfico, porque a Lisa le encantan los gráficos:

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Trabajar en La Razón me está afectando.

En el momento que escribo esto a la luz de una débil vela, confiando en que el sonido de las teclas no atraiga la atención de las tropas nazis hacia la trampilla semioculta en el techo de la vieja casa, no sabemos qué nos depara la nueva temporada más allá de los dos crossovers –ideados por motivos exclusivamente artísticos, nada ni remotamente parecido a un barato gancho para una serie que boquea desesperadamente sus últimos y aparentemente eternos estertores de vida–, algún dato sobre el especial de Halloween y, según Wikipedia, un episodio en el que “Krusty planea retirarse; mientras tanto un personaje notorio de la serie muere”. Como debe ser, el lugar de las muertes importantes está en una subtrama que rellene los minutos que la trama principal no puede cubrir.

Como los títulos de los futuros episodios no revelan nada más allá de la visiblemente infinita habilidad de los guionistas para hacer juegos de palabras con títulos de películas y series (“Super Franchise Me”, «Blazed and Confused», brillante) es pronto para confirmar nada, pero no apostaría mi mano a un repentino e inexplicable aumento de la calidad de la serie que la devuelva a los años dorados de su juventud. Cuando Los Simpson se quedó sin nada que decir, hace tantísimos años ya, en lugar de cerrar la boca para parecer tonta en lugar de confirmarlo siguió hablando y hablando y hablando. Así, la que fue una serie basada en la caracterización de personajes y radiografía de una sociedad y su cultura se convirtió en una competición de ideas llamativas y vistosas semana tras semana, una serie de dibujos animados en su más estricto y peyorativo sentido, sin ningún contacto con la realidad y protagonistas que cada vez actuaban más como pseudopersonajes de una sola característica. Homer, el gordo idiota inestable; Marge, la mediocre compulsiva; Lisa, el comodín contestatario, etcétera. Hace tiempo, esta familia era tan humana como los Fisher de A dos metros bajo tierra. Pese a sus caracteres tan llamativos, eran seres humanos reales con sus pequeñas contradicciones y sus relaciones intrapersonales. Las distintas facetas que componían la personalidad de, por ejemplo, Marge, surgían según con quién estuviese tratando y la relación que la une a éste. Marge y Bart nunca fueron tan interesantes como cuando interactuaban entre ellos. Esa madre que quiere a su hijo a cualquier precio, aunque el precio sea que su hijo sea un mocoso sin apenas valores como Bart Simpson y sea un precio que en ocasiones es difícil pagar de buen grado; y ese hijo absolutamente desastroso que inconscientemente ha ido asimilando todas las ocasiones en las que su madre ha dado la cara por él cuando nadie más en el planeta Tierra se habría molestado en tan siquiera intentarlo.

El vínculo que une –hablar en pasado es demasiado doloroso– a Homer y a Lisa es igualmente enternecedor y auténtico. Homer quiere a Lisa más que a nadie en el mundo, pese a que, de su familia, no hay nadie hacia cuyo corazón y respeto hay un camino más complejo y tortuoso para él. Homer admira a Lisa y, con la humildad y sencillez que le caracterizan, nunca ha negado el pensamiento de que no está a su altura. De ahí que ganarse su amor y respeto sea el mayor objetivo al que puede aspirar en su vida. Lisa, por su parte, es una niña difícil. Es muy inteligente, pero también condescendiente e intelectualmente elitista, defecto que tiene consecuencias negativas en la mayoría de sus semejantes, pero que sobre Homer cae directamente como una losa. Sabe lo que es usted; usted, señor, es un orangután. Esas palabras probablemente repiquetearán en la cabeza de Homer día tras día, y sospechará que son ciertas. Pero nada de eso le frenará de llevar a Lisa al ballet, a la biblioteca y demás sitios en los que es difícil comer chuletas sin que alguien te llame “señor” añadiendo “está montando una escena”. Y quizá, con suerte, Lisa se de cuenta una de cada diez veces de lo que su padre hace por él. Pero durante ese momento, Lisa comprenderá que su padre también es digno de su admiración.

Una serie de tan buena salud creativa podía permitirse juguetear con la frivolidad de tanto en cuando. No existe ningún manual de estilo que obligue a Los Simpson a dar testimonio de los mecanismos de nuestra sociedad una vez por semana, y la complejidad, calidad e insobornabilidad –no sé si esta palabra existe– que demostró la serie durante tantos años bien valía un puñado de episodios de corte más ligero en los que las virtudes que brillaban eran otras totalmente distintas. Jugar a las películas de aventuras con Bart y el abuelo en busca del tesoro del Pez Volador –todos queremos ser ricos como nazis–, comprobar hasta cuántas putadas es capaz de aguantar Homer como castigo por simplemente haberse atrevido a volver a Nueva York o averiguar qué pasaría si Mulder y Scully visitaran Springfield podrían considerarse placeres culpables si no fuesen episodios tan buenos. Y hay quien sostiene que Los Simpson nunca se asemejó tanto a una divertida serie de usar y tirar como cuando entraba en escena el Actor Secundario Bob.

Es cierto, chicas… No sólo escribo como los ángeles. ¡También dibujo como un dios!

Robert Underdog Terwilliger, alias Actor Secundario. Crímenes reconocidos: incriminar a Krusty el Payaso por un crimen que no cometió, corrupción electoral, amenazar con destruir una ciudad entera si no se elimina al televisión –cámbialo por el whassap y no me cuesta ponerme en su lugar–, repetidos intentos de asesinato hacia varios miembros de la familia Simpson y dividir a los fans de Los Simpson. Hay un sector que se deleita con sus inesperados regresos, un pequeño placer de fan tan básico como el comer; y hay otro que ve sus reapariciones como interrupciones en el flujo natural de la serie, episodios que se ven como se olvidan, se disfrutan pero no alimentan. Es una perspectiva entendible. No, espera, entendible no. ¿Cuál es la palabra que estoy buscando? Ah, sí… FALSA.

Aquel lejano tiempo en el que el Actor Secundario Bob se estableció casi por casualidad como un personaje más que prometedor en el universo de Los Simpson

Bob nació como una mera pincelada en el incipiente retrato de la filosofía moral de Krusty el Payaso como representante del mundo del espectáculo, cuando Los Simpson llevaba a sus espaldas unos cuarenta cortometrajes y poco más de diez episodios de veinte minutos tortuosamente dibujados. Hasta ese momento la serie se ha movido casi sin excepción por los derroteros de la unidad familiar, y las peripecias más destacables de la familia Simpson habían sido un desastroso viaje en caravana al bosque, una riña entre chavales alegremente resuelta con magdalenas y un intento de suicidio por parte de Homer. Nada destacable. Pero el decimosegundo –y penúltimo– episodio de la temporada inicial de la serie, Krusty entra en chirona, es más ambicioso e irreverente. Es más, yo diría que constituye con diferencia el episodio más agudo y satírico de los primeros años de vida de Los Simpson, por no decir un notable logro de su director, un tal Brad Bird que quizá no te suene de nada.

Aunque Krusty llevaba establecido como parte del universo de Los Simpson desde los tiempos de los cortos de Tracey Ullman, resulta significativo que tanto él como Bob hagan su debut como protagonistas en el mismo episodio. Como representantes del negocio del espectáculo, payaso y ayudante reflejan ambos extremos del espectro cultural. El Show de Krusty el Payaso es telebasura de la peor clase, un programa patético y condescendiente hecho a la medida de su principal cara visible, un codicioso showman para el cual su público es poco más que una vía para ganar mucho dinero lo más rápido posible, embotando millones de cerebros infantiles por el camino si ello acelera el proceso. No estoy descubriendo nada a nadie, pero estoy imbuido del espíritu de 1990, y en cualquier caso Los Simpson tuvo que pasar una vez por el engorroso proceso de establecer la personalidad de sus protagonistas y ciudadanos circundantes. A veces se nos olvida que los Simpson no estuvieron ahí siempre, aunque ya tengan edad para presentarse a las elecciones a presidente. Krusty entra en chirona tiene la tarea de presentar satisfactoriamente el universo de Krusty y todo lo que éste representa y al mismo tiempo componer una unidad narrativa sólida y no demasiado expositiva. El primer acto del capítulo consigue, en un gran logro de síntesis, presentarnos con todo detalle este universo dentro de un universo y definir claramente a Krusty, su programa y las nocivas enseñanzas de éste –“¿Qué haríais si yo dejase de salir en la tele?” “¡Nos suicidaríamos!”– para rápidamente ponernos en situación. Bird también pone de su parte para otorgar cierta dimensión a los dos nuevos protagonistas con las herramientas visuales que tan bien conoce. El primer acto comienza con la sonriente cara de Krusty, el segundo lo hace con la misma cara puesta entre rejas, y el tercero arranca con el rostro de su inesperado sustituto en las ondas.

En principio nadie sospecharía que el silencioso y grotesco personajillo que hace las veces de víctima de la vulgar comedia visual del payaso esconde no sólo una considerable cantidad de resentimiento personal hacia su jefe, sino también un resentimiento cultural que podríamos calificar incluso de altruista. Retrotraigámonos una vez más a 1990 e imaginemos que no conocemos a Bob. Le hemos visto antes en alguna que otra aparición muda en episodios anteriores, haciendo gala de un aspecto insólito que en retrospectiva nos hace pensar en un desgraciado accidente con una máquina de teletransporte y el Actor Secundario Mel durmiendo dentro. Y ahora se ha pasado medio episodio siendo torturado por Krusty, sin soltar una sola queja con su ridículo peinado, su degradante falda de hula y los enormes pies enfundados en esos graaaaandes zapaaaatos. Así que cuando, por fin, el eternamente maltratado Actor Secundario Bob habla y de su garganta surge la señorial voz de Kelsey Grammer –quien en 1990 aún no tenía serie propia, pero Frasier Crane era una cara muy familiar para los espectadores desde hacía cinco años gracias a Cheers– es un shock hilarante. La inesperada entrada en escena de la exquisita dicción y las sutiles modulaciones que caracterizan a Grammer es uno de los mejores gags de los primeros años de la serie, una espléndida casualidad que terminaría por convertir a Bob en uno de los personajes más complejos de Los Simpson y un momento crucial para el camino que seguiría de ahí en adelante la serie en lo que respecta al uso de las estrellas invitadas. Desde el principio el equipo de Los Simpson contaba con que Bob hablase con una voz imponente en las antípodas de su estrafalario aspecto, y uno de los candidatos que se sopesó seriamente fue el mismísimo James Earl Jones, pero por suerte para todos ganó Grammer.

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¿Qué es más chocante, el aspecto del Bob primerizo o las abismales ojeras de Krusty?

Con su interpretación, una variante desquiciada pero deliberadamente reconocible de su Frasier, Grammer aporta a Bob una riqueza excepcional que, con los años y gracias también a las inspiradas pinceladas de los guionistas, convertiría a Bob en un perfecto híbrido entre Frasier y el actor detrás de Frasier. Y aunque es justo decir que Grammer, a diferencia que cualquier otra estrella invitada de la serie, ha tenido sucesivas oportunidades para modular más y más a Bob y dotarle de matices y nuevas facetas, a día de hoy ninguna otra voz invitada de Los Simpson ha conseguido lo que el buen Frasier, quizá ni siquiera Phil Hartman: una total y absoluta comunión con el personaje en la que éste cobra vida propia al haberse llevado consigo un pedazo del actor con toda naturalidad.

Lo que habría podido ser Bob de no existir Krusty. El carácter antitético de Krusty y Bob quedaría para la posteridad de Los Simpson como una recurrente alegoría de la lucha entre la baja cultura y la alta cultura, siendo Bart el producto de la segunda y por tanto enemigo natural de Bob; pero por un dulce instante de Krusty entra en chirona y con el payaso fuera de escena, el programa infantil ahora presentado por Bob se convierte de hecho en el programa educativo quimérico que toda televisión debería aspirar a tener en su parrilla. Bob mira a los niños de frente y con respeto, les ofrece un buffet cultural inmenso sin dudar de que éstos puedan apreciar semejantes experiencias y les invita a pensar; es decir, el polo opuesto del vulgar y vulgarizante programa de Krusty. Lo irónico de la situación es que la mediación de Krusty, que hace más mal que bien sólo existiendo, ha llevado a Bob a tener que convertirse en un criminal para alcanzar sus ilustres objetivos. El gag está muy bien llevado durante toda la segunda mitad del episodio, la primera parodia abierta de la serie respecto al negocio de la televisión y su rol como ente educativo –un tema muy en boga a principios de los noventa, muy en parte por el auge de Los Simpson–, y la última imagen de Bob en el episodio es memorable: forcejeando como un maníaco para zafarse en vano de los agentes que le encierran en el furgón policial, gritando incoherencias: “¡Traten a los niños como iguales! ¡Son personas, más listas de lo que creen! ¡Tan listos que por su culpa me han pillado!”. Qué sarta de locuras. Por eso mismo Springfield al completo celebrará el regreso de Krusty a las ondas tras su ¿injusta? encarcelación como un final feliz. Esta brillante y compleja sátira que es Krusty entra en chirona pone el dedo en la llaga sobre una cuestión –contenidos educativos– que aún hoy, veinticuatro años después, sigue sin tratarse desde el ángulo adecuado, partiendo del error de base de que los niños son poco más que tuppers acríticos abiertos a ser rellenados con lo que primero que caiga.

Su siguiente episodio no es tan bueno. Dos años después de su encarcelamiento, Bob regresa inesperadamente a la vida de los Simpson en un capítulo que muy bien podría pasar por un misterio semanal de Se ha escrito un crimen o de Colombo, con Bart en el inevitable papel de detective. A las puertas de la edad de oro de Los Simpson, Viudo negro es un episodio muy divertido y al mismo tiempo un tanto intrascendente en el que el ex Actor Secundario sale de prisión supuestamente reformado por el amor de una mujer, quien por casualidades de la vida es una Selma que lo intenta de nuevo con un personaje familiar tras el fiasco de Skinner el año anterior. Una habilidad de los guionistas de la serie en sus mejores años radicaba en vender premisas un tanto improbables con un par de buenas líneas que nos hacían perdonarlo absolutamente todo –o casi–. En esta ocasión la trama del episodio parte de un golpe de efecto bastante forzado que nos obliga a asumir que de todos los hombres que Selma habría podido llevar a casa de la familia de su hermana quien asoma por la puerta es precisamente el archienemigo de Bart. La justificación de Selma –y los guionistas– es esa memorable frase, “Necesito un hombre y no lo encuentro entre los que cumplen la ley”.

No obstante, los mayores méritos de Viudo negro residen en la comedia –realmente divertida durante los flashbacks de la vida en prisión de Bob– y en el increíble mimo con el que se aborda la animación del episodio, supervisada de nuevo por Brad Bird. Esto juega a favor tanto del halo de suspense del episodio como de su potencial cómico. Merece la pena prestar atención a la gestualidad de Bob cuando desiste de tratar de comprender la pasión de Selma por McGyver o su sobreactuación en el hotel, ya sea agrediendo al botones, fingiendo de forma no muy convincente una amigable charla con él o invocando el poder purificador del fuego, alias azote de Prometeo, alias asador de salchichas. Mención merecen también las increíbles y dramáticas hipérboles visuales durante el momento en el que Selma está a punto de volarse a sí misma por los aires. Es realmente un episodio muy divertido al tiempo que extremadamente cinematográfico, aspecto éste último que se llevaría aún más lejos en el futuro.

Mientras existan los gifs animados podremos sobrellevar la ausencia casi total de vídeos de los Simpson en youtube.

Viudo negro es la continuación lógica del episodio que presentó a Bob en sociedad, estableciendole oficialmente como némesis eterno de Bart. Su personalidad altiva, su tendencia al snobismo cultural y su manejo de los idiomas –en definitiva, su fraiseridad– se definen de forma aún más marcada que en el capítulo anterior, abonando el terreno para la comedia implícita en el hecho de que pese a todo, siempre termine perdiendo y siendo desterrado a la cárcel. En la sociedad no hay cabida para la cultura, parece venir a decirnos la clásica estructura de los episodios de Bob. Pero el paralelismo más evidente de Viudo negro con Krusty entra en chirona es la escena final, en la que una vez más Bob sale de escena gritando como un maníaco durante su detención y dejándonos una pista elocuente sobre su cada vez más rica personalidad. Su ilustrativo desdén hacia la falta de mano dura de los demócratas (“¡no podrán mantenerles fuera de la Casa Blanca para siempre, y volveré a la calle con mis amigos criminales!”) es la primera pincelada sobre las tendencias republicanas del Actor Secundario, y por ende el primer guiño abierto a Kelsey Grammer.

De cómo los mejores años de Los Simpson se convirtieron, quizá por casualidad o quizá no, también en los mejores años de Bob

El cabo del miedo, la tercera aparición de Bob, no es sólo uno de los sospechosos habituales en los rankings de mejores episodios de toda la historia de Los Simpson, también es un capítulo memorable por la curiosa historia que esconde detrás. Este episodio emitido al comienzo de la quinta temporada formaba inicialmente parte del bloque de producción de la cuarta temporada, siendo el último episodio producido por el que podríamos llamar el equipo original de la serie. Muchos nombres clave de la primera etapa de la serie se fueron. Wallace Wolodarsky, Jon Vitti y Jay Kogen dejarían paso al frente de los guiones a nuevos nombres como Mike Scully y Greg Daniels, y dado que James L. Brooks se había desentendido de la serie un año antes, la marcha definitiva de Sam Simon convirtió a Matt Groening en el único miembro vigente del triunvirato que creó la serie en 1987. Al Jean, cuyas tareas al frente de la producción ejecutiva de la serie empiezan a prolongarse más que algunas presidencias bananeras, dejó también la serie momentáneamente para producir con Mike Reiss su propia serie, El crítico, pero terminó por volver.

El cabo del miedo puso punto final a una era de Los Simpson, y básicamente es el equivalente televisivo al gris empleado de oficinas que sabe que mañana le despiden y decide ir a cagarse en la mesa de su director –o en su defecto tocar los bongos con su cabeza, paralizándole con el ritmo caribeño–. Jon Vitti, con la bendición del resto de miembros del antiguo equipo, trajo a Bob de vuelta en un guion que enmarcado en una parodia de las dos versiones de El cabo del miedo era poco más que una retahíla de payasadas, golpes, caídas, desafíos abiertos a la lógica pseudorrealista de la serie y escenas definidas por la más estricta locura –incluso para los estándares ya desmadrados de la cuarta temporada–; y cuando resultó que el episodio había quedado demasiado corto cogieron la escena en la que Bob pisaba un rastrillo y, ni cortos ni perezosos, la multiplicaron por diez. Cuentan que Kelsey Grammer, que grabó un solo gruñido para la escena, lo vio en su casa y pensó “¿qué coño?”. Aquel episodio más parecido que nunca a una disparatada comedia de dibujos animados dejó a Groening estupefacto, por decir algo, pero pasó el corte y se emitió con toda naturalidad al año siguiente, convirtiéndose desde el primer momento en uno de los episodios más hilarantes de toda la serie.

Si dejamos de lado los comentarios rimbombantes sobre episodios míticos y demás, no hay mucho que decir sobre El cabo del miedo, salvo que lo tenía todo en contra para fracasar. Las tramas que descansan por completo en la parodia de una famosa película –sobre todo de reciente estreno; El cabo del miedo de Scorsese se había estrenado dos años antes– son el colmo de la pereza, los gags que definen al episodio son tan huecos como una cabeza gigante de indio olmeca, e incluso tenemos un momento de completa descaracterización de Bob en el cine cuyo única razón de ser es remedar al Max Cady de De Niro. Pero la diversión lo perdona todo, hasta el punto de que no me cuesta decir que el tercer episodio de Bob es una obra maestra total de la serie. Los gags son absolutamente brillantes. El ritmo cómico perfeccionado a lo largo de la cuarta temporada ha alcanzado su punto culminante, y todos los valores de producción –la animación, la planificación visual, la iluminación– están orientados a servir al humor, como es ley en toda buena comedia. La clave de la comedia de este episodio está, como pasa con El guateque, en que toca mil formas de humor. Hay golpes y giros surrealistas, pero también hay sutilezas de la animación como esa absolutamente desaconsejable camiseta de Homer de “Estoy en el programa de protección de testigos”. También encontramos momentos de completa estulticia de los personajes –“¿pasamos por los cactus?” “¡Sí!” “¡No!” “¡Tres a uno!”– y pasos en falso de lo más ridículos como ese intento de Bob repetir su pobre amenaza hacia la familia. La escena de la vista para la condicional de Bob nos deja retruécanos lingüísticos precursores de lo que sería la seña de identidad de Arrested Development años más tarde –al título de la entrada me remito– y dardos al snobismo desinformado, porque si alguien sabe idiomas no puede ser mala persona. Y por supuesto están los gags de extremos innecesarios, un tipo de comedia que casi me atrevo a decir que la inventó Los Simpson en sus años dorados. Las vejaciones físicas que sufre Bob son tan divertidas porque traspasan la barrera del sadismo razonable –ese elefante cuya única misión en la vida es portar la palabra THE–, y su resignado estoicismo sólo las hace más graciosas. El abuelo podría estar pidiendo a gritos sus pastillas ante la puerta de la casa vacía de los Simpson y ya sería bastante lastimoso, pero además “hace frío y me persigue un lobo”. Homer podría olvidar sin más lo aprensivo que está Bart con el tema de su posible asesinato y entrar alegremente en su cuarto, pero entra llevando una máscara de hockey y una motosierra.

Unas palabras sobre la infame escena de los rastrillos. Hay quien la adora y hay quien piensa que en una temporada actual la calificaríamos de prueba viviente de la decadencia total de la serie. Yo estoy en ambos bandos. La adoro y la odiaría en una temporada reciente, pero es que en una temporada reciente no habría sido concebida igual. Lo más maravilloso, lo que más me gusta de esta escena de veintiocho segundos es cómo está visualizada. Amo que sin motivo aparente haya unos quince rastrillos desplegados alrededor del coche de los Simpson. Amo que habiendo quince rastrillos Bob se choque siempre contra los dos mismos como si su capacidad de pensar y mirar un momento al suelo hubiera salido volando de su cerebro. Amo que su ira no vaya en aumento con cada golpe, sino que siga mostrándose cabizbajo y lo bastante cansado como para no murmurar más que el mismo ruido vago –y recurrente en mi día a día– una y otra vez. Amo que parezca haber asumido que va a pasarse la tarde allí pisando rastrillos. Amo que se le vea tan derrotado y tan patético. Brrlhlbrhrl.

Por una vez, el episodio hace más por Bob de lo que hace éste por el episodio, dado que le pone en bandeja una situación hilarante tras otra con el fin de desmitificarlo y al mismo tiempo mitificarlo. Convertido definitivamente en un icono de la serie, Bob recibe finalmente un tema musical propio que le acompañará para siempre, esa variante de Alf Clausen del tema de Bernard Herrmann para el primer Cabo del miedo. , pero éste contiene un regalo para Kelsey Grammer en compensación por todos esos takes de risas maníacas por los que ha tenido que pasar y que, según él dice, le cuesta mucho grabar convincentemente: el número musical basado en el H. S. Pineford. Mientras que la lógica interna de la realidad de Los Simpson se retuerce más que nunca en estos dos minutos, Grammer despliega todo su talento musical al servicio del exceso cómico con el que culminan unos de los veintiún minutos más legendarios de los veinticinco años de vida de la serie.

En esta tercera aparición Bob está ya completamente establecido como personaje, lo suficiente como para que El cabo del miedo, a diferencia de los dos episodios anteriores, no requiera de un misterio a resolver para que la trama se sostenga. Bob puede ser Bob durante todo el episodio, sin verse obligado a ocultar sus malvados planes hasta la última parte. En su retrato de esta ocasión se dan cita en perfecto equilibrio sus tendencias homicidas, sus exquisitas maneras y nivel cultural y la tendencia crónica al fracaso que deriva de la combinación fatal de ambos factores, potenciándose el tercer aspecto hasta la máxima locura. Después de todo, esta supuesta mente maestra criminal no para de perder frente a un niño de diez años que encima ha sido educado bajo los preceptos de Krusty el Payaso. Bob sencillamente ha nacido para ser humillado, y El cabo del miedo actúa en consecuencia.

Ahora bien, en El cabo del miedo se guarda silencio absoluto acerca de una faceta de Bob ya apuntada, no sabemos si intencionadamente, en Viudo negro. La cara más política de Bob no aparece ni por un instante en El cabo del miedo, pero sólo para convertirse en la protagonista absoluta del siguiente episodio protagonizado por él: una sátira política llamada Actor Secundario Bob Roberts.

A partir de El cabo del miedo y hasta la octava temporada Bob hizo una aparición anual en Los Simpson. Para su cuarto episodio, en la sexta temporada de la serie, empezaba a ser hora de explorar las connotaciones políticas que ofrecía el personaje –ya en completa y probada simbiosis con Kelsey Grammer, uno de los republicanos más notorios del show business estadounidense–. En Viudo negro, el discurso final de Bob bosquejaba la figura de un derechista condescendiente e hipócrita quizá demasiado inteligente para su propio bien, y Actor Secundario Bob Roberts se zambulle en esta faceta de la personalidad de Bob con el fin no sólo de hacer aún más rico al personaje, sino de convertirle en lo que todo habitante de Springfield es: el espejo de una fracción reconocible de nuestra sociedad.

El sofisticado guion de Actor Secundario Bob Roberts usa a Bob como una herramienta para hablar de la manipulación de la opinión pública que fluye desde el corazón de los núcleos políticos y de la frágil burbuja del líder carismático y la multitud crédula. Este episodio es la piedra en el zapato de los detractores de Bob que sostienen que los episodios protagonizados por el actor secundario son poco más que una entretenida salida de tono momentánea en las maneras habituales de Los Simpson o una concesión al suspense gratuito. Algunos lo son, pero ni eso es algo necesariamente malo ni tampoco tiene por qué ser cierto de forma sistemática. Actor Secundario Bob Roberts, como Krusty entra en chirona, es un clásico episodio satírico de Los Simpson que aprovecha las posibilidades que ofrece el personaje de Bob para llegar rápidamente a su objetivo.

A través una vez más de una parodia cinematográfica –esta vez doble, Todos los hombres del presidente y Algunos hombres buenos, con los inevitables ecos puntuales de Ciudadano Kane–, el capítulo pone en solfa las estrategias de los políticos y la estupidez de un pueblo ingenuo que escoge a sus líderes movido más por el carisma de éstos que por la solidez de su política. Era inevitable que con unos objetivos como éstos apareciesen reminiscencias del revolucionario periodo de campaña política de 1960 que culminó con el nombramiento de JFK como presidente de los Estados Unidos; toda una sorpresa desde una perspectiva política que confirmó el poder de sugestión que la ya no tan incipiente televisión era capaz de ejercer en las masas. Aquella estrafalaria caja tonta que ya había osado poner en entredicho seriamente la hegemonía del medio de entretenimiento por antonomasia durante tres décadas, el cine, había desplegado aún más sus tentáculos y había convertido las elecciones presidenciales de los Estados Unidos en un espectáculo de variedades televisado en el que no ganó el candidato con un programa político más sólido, sino el otro, el que sabía sonreír a la cámara. Legendaria es ya la anécdota de que los votantes que escucharon la retransmisión radiofónica del debate asumieron que Nixon había salido vencedor, mientras que los que lo vieron por televisión dieron por hecho que fue Kennedy quien había ganado de calle.

Mutada en pura venta de imagen, las figuras de la política se vieron con la necesidad de contar con una nueva arma para ganarse a su público –antes conocidos como sus votantes–. Nixon no tenía esa arma, el carisma. Ni él ni Kennedy han tomado una Duff en su vida, pero Kennedy conseguía hacer creer que sí lo había hecho. En Actor Secundario Bob Roberts se plantea esta cuestión: ¿y si el pueblo americano, cegado por una cuestión de carisma, elige como presidente a un asesino homicida? ¿Es el carisma un arma peligrosa? Este episodio juega con una curiosa contradicción al intensificarse más que nunca el perfil político rabiosamente conservador de Bob –en una espectacular autoparodia de Grammer a la que pocos se habrían prestado– al tiempo que en esta versión de las elecciones de 1960 se le da al actor secundario el rol del demócrata Kennedy. En consecuencia, Quimby, tradicionalmente abordado como un más que obvio miembro apócrifo del clan Kennedy incluso en la interpretación vocal de Dan Castellaneta, queda desterrado momentáneamente de su rol habitual para convertirse en el Nixon de la función. Bob, el malvado republicano de pasado criminal, personifica el vacuo carisma y la personalidad televisiva del candidato de Massachussets y se lleva de calle hasta a los niños con sus piruetas y a los viejos con la promesa de una Autopista Matlock; de hecho no es más que la cara visible que el partido republicano de Springfield ha elegido en una desesperada maniobra para deslumbrar a los ciudadanos y establecer su poder sobre ellos mientras asienten encantados. Entre tanto, Quimby queda reducido a un pobre candidato sin carisma y por lo tanto sin opciones, enfermo, sudoroso y envuelto en llamas infográficas. Lo más curioso de este giro es que la parodia final a Algunos hombres buenos devuelve las cosas a su sitio al situar a Bob en una trama de corrupción política a lo Watergate. Tras una breve investigación he descubierto que los acontecimientos del episodio también hacen referencia a las elecciones presidenciales de 1988, siendo el paralelismo más destacable el que guarda el devastadoramente gracioso anuncio de la campaña de Bob –uno de mis momentos favoritos de toda la serie– con un famoso vídeo de la campaña de George Bush Sr. en que condenaba a su oponente Richard Dukakis por un programa penitenciario que llevó a la liberación del asesino Willie Horton y, en consecuencia, por estar, en palabras del propio anuncio, “a favor del crimen”.

Insisto, la labor de Grammer en este episodio es inconmensurable. Este capítulo, como es costumbre en los años más inteligentes de Los Simpson, no cae en maniqueísmos ni ataques unidireccionales. El talante liberal tradicionalmente asociado a la serie no impide a Oakley y Weinstein llenar su guion con afilados dardos a los epidérmicos intentos de empatizar con el votante perpetrados por las facciones demócratas, personificados en ese desesperado eslogan de Quimby, “Si usted se presentase para alcalde él le votaría”; y tampoco se escapa de la quema ese ente tradicional y falazmente tildado de inocente y libre de culpa que es el votante. El episodio no tiene reparos en condenar ni la mediocridad del demócrata Quimby ni la estupidez del ciudadano medio y su parte de responsabilidad en el dudoso funcionamiento del sistema electoral; pero el retrato que se hace del reverso republicano de los mandatarios es tan despiadado que no hay palabras que hagan justicia al soberbio recital de autocrítica del conservador militante Kelsey Grammer. Nuestro psiquiatra de radio favorito se pone con gran sentido del humor al servicio de un episodio que incluye a un despreciable sosías del beligerante locutor conservador Rush Limbaugh y frases increíbles como “ningún niño se ha enfrentado al partido republicano y ha vivido para contarlo”; e incluso cita con la dosis perfecta de aparente convicción e ironía ese inmortal y brillante monólogo final sobre los sentimientos profascistas latentes en todo demócrata de a pie.

Rompiendo una vez más una lanza a favor del polémico rol de Bob en Los Simpson, sostengo que un capítulo como éste no habría sido tan convincente con un personaje episódico creado para la ocasión. Nuestra familiaridad con Bob es una ventaja que permite a los guionistas ir al grano rápidamente sin apenas presentaciones –aunque en la sexta temporada aún se usaba el increíblemente innecesario “recordemos las anteriores fechorías del Actor Secundario Bob” para fans con principio de Alzheimer– al tiempo que les da la oportunidad de dar un giro sofisticado a la estructura del episodio de turno. No sólo a la estructura, en realidad. Escenas potentísimas como lectura en off de la orden de Quimby de liberar a Bob de prisión superpuesta a la imagen del criminal saliendo de los límites de la cárcel –con desenlace a lo El cabo del miedo, claro– contribuyen a que la atmósfera de la serie adquiera durante estos capítulo una cualidad cinematográfica alejada de la tónica habitual de Los Simpson.

Como última nota sobre este episodio me gustaría destacar la habilidad del equipo de la serie para plantear nuevas formas de abordar la eterna vendetta del actor secundario sin caer en la repetición. Es interesante cómo en esta enmarañada red de corrupción y tramas políticas Bob encuentra tiempo y medios para usar su nuevo estatus como alcalde de Springfield para sus propios fines, es decir, la habitual venganza contra Bart. Pero esta vez su estrategia es más psicológica que física. Como alcalde de Springfield determina que la autopista Matlock pasará justo por donde está la casa de la familia Simpson –¿ecos de la Guía del autoestopista galáctico?– y no contento con esto condena a Bart a volver al parvulario.

En su cuarta aparición Bob estaba aún en plena forma. Tras esta espectacular y densa radiografía del sistema electoral americano, su aparentemente infinita capacidad para reciclarse en tramas nuevas y originales se prolongó un año más en la auténtica y tardía secuela del capítulo que lo empezó todo, Krusty entra en chirona. Estamos en la séptima temporada, de 1995 a 1996, y Los Simpson había alcanzado estrictamente la mayoría de edad al poner a todo Springfield en el centro de un mítico misterio que quizá te suene, terminó con Maggie disparando una pistola o no sé qué historia. ¿Quién disparó al Sr. Burns? podría haber constituido el trágico salto de tiburón de la familia amarilla –agh, me juré a mí mismo que no usaría el epíteto más trillado del universo–, pero en lugar de ello impulsó a la serie con fuerza hacia su última etapa de los días dorados, dos años caracterizadas por una nota de calma muy diferente al desenfreno cómico de las tres temporadas inmediatamente anteriores, por un acercamiento más humano que nunca hacia los personajes y sus dilemas personales y la consiguiente mirada a las entrañas de la propia serie. En la séptima temporada, Bob regresó en un quinto episodio que heredó parte del empaque épico de ¿Quién disparó al Sr. Burns?, de nombre El último resplandor del actor secundario Bob.

Sigo pensando que es el mejor nombre de la historia para una televisión.

Como Bob Roberts, la quinta aparición de Bob es una sátira virulenta bastante por encima de la mala leche habitual de Los Simpson, y por tercera vez consecutiva el capítulo se articula en torno a una obvia parodia cinematográfica. La elegida esta vez es Dr. Strangelove, mi película favorita de Kubrick; y la parodia viene moteada con cien guiños a otras películas de paranoia nuclear. Es con diferencia el episodio más dinámico y emocionante de Bob, y remata en un metagag bastante arriesgado que digo yo que el fan medio de Los Simpson entenderá sin problemas.

En ocasiones da la impresión de que Los Simpson y las mentes pensantes que hay detrás muerden sin escrúpulos la mano que les da de comer. El último resplandor no se conforma con reducir a escombros el panorama de comedia televisiva al que pertenece, sino que de forma aún más concreta, señala sin reservas a su cadena madre, la Fox, como la mayor manufacturadora de basura televisiva del conglomerado mediático estadounidense. Esto puede ser o puede no ser verdad –no es que la Fox estuviese en 1995 ni nunca muy lejos de los contenidos que se cuecen en el resto de las networks–, pero no está de más recordar la contradictoria posición que el equipo de Los Simpson guarda con respecto al todopoderoso imperio de Rupert Murdoch. Es comprensible que un puñado de escritores de ala izquierda como los que escriben semanalmente aventuras para la familia amarilla abominen de las infames prácticas del ultraconservador conglomerado Fox, pero como ellos mismos reconocen, la Fox ha sido un hogar para ellos durante un cuarto de siglo, y rara vez en estos veinticinco años han sufrido alguna presión censora desde arriba. Ni siquiera cuando, en el episodio que estamos comentando ahora mismo, pusieron al mismísimo Murdoch como compañero de prisión de Bob, un gag sin precedentes que supongo que algo bueno dice del buen humor del magnate. O algo.

Aunque los chistes a costa de la Fox han sido tónica habitual en Los Simpson desde sus inicios, este episodio va mucho más allá. En un certero ataque hacia el parasitismo de las sitcom de mediados de los noventa, Bob reconoce, desde la soledad de su litera y con gran horror, la voz de Vanessa Redgrave degradada a recitar diálogos de abuela cachonda a lo Betty White entre risa enlatada y risa enlatada, rematado el despropósito con la sintonía de la Fox –a lo que Bob reacciona con una impagable expresión de resignación ante lo predecible de la situación–. Hay mucha verdad en este aparentemente sencillo gag. Con la progresiva muerte de las artes elevadas en beneficio de la cultura basura que ha convertido a Bob en lo que es hoy, los talentos del teatro o el cine clásico se ven forzados a rebajarse y entrar en el juego si pretenden que siga habiendo sitio para ellos en el mapa cultural. Y en el universo de Los Simpson el representante oficial de la peor clase de televisión es, sorpresa, Krusty el payaso.

Escorpión y Batería: ¡probablemente mejores que los Simpson actuales!

De este modo Bob redirige sus instintos de venganza hacia quien le convirtió en el monstruo que es hoy, tras varios años de extraña indiferencia en la relación entre el payaso y el ex actor secundario. ¿Cuál ha sido exactamente la relación entre Bob y Krusty durante los episodios posteriores a Krusty entra en chirona? En Viudo negro protagonizan un memorable y cómicamente cínico reencuentro en directo al estilo de aquella legendaria reconciliación entre Jerry Lewis y Dean Martin tras años sin tan siquiera hablarse –menudas encerronas son estas cosas– y en El cabo del miedo Krusty ni siquiera sale, probándose Bob para aquellas alturas un personaje suficientemente sólido y autónomo como para desprenderse de la sombra del amigo Hershel Krustofsky. Atención a la aparición de Krusty votando durante Bob Roberts, probando que en cierto modo tanto Bob como él pertenecen a la misma calaña de hipócritas: “intentó asesinarme, pero su recorte de impuestos a las clases altas…”. Ahora se cierra un círculo, pues tras años tratando de vengarse del niño que le llevó a prisión, Bob intenta completar su antiguo plan de acabar con Krusty, aunque esto realmente supone un giro inesperado de los acontecimientos incluso para el propio Bob.

Tengo una debilidad particular por este episodio, mi favorito de Bob junto a El cabo del miedo. Bob nunca ha resultado tan empático como aquí, y quizá eso tenga algo que ver. Vear a Bob tratando de dormir en su celda atormentado por el sonido de la sitcom más ridícula y con más densidad de abuelas macarras por minuto del universo es como verme a mí tratando de dormir en mi celda atormentado por la voz de sistro de Carmen Machi desde el salón. No me sorprende que la reacción natural de Bob –que vuelve por sus fueros más snobs con más fuerza que nunca– sea querer destruir la televisión, que de maestra, madre y amante secreta puede tener muy poco si se lo propone. Pero empatía aparte, el objetivo de Bob sigue siendo una lógica prolongación llevada al extremo de su eterna cruzada cultural. Bob es un rebelde con una causa noble, un monstruo atrapado en la crisis existencial del que ha sido creado por aquello a lo que desprecia; y en esta ocasión el resentimiento le llevará más lejos que nunca en una trama brillantemente trazada y que se emplaza en una localización, la base militar de Springfield, que potencia como nunca el cariz de intriga cinematográfica que caracteriza a los episodios de Bob.

El secuestro por parte de Bob de una cabeza nuclear de los cincuenta y el posterior pánico que cunde entre los ciudadanos congregados en el espectáculo patriótico que se desarrolla en la base militar una vez el actor secundario anuncia sus planes a través de la Tyrannovisión –Bob querría que nos ahorrásemos comentar la ironía que supone aparecer por televisión para suprimirla, así que hagámosle caso– está lleno de genuino suspense y giros brillantemente dosificados; y si para cuando el complicado plan de Bob fracasa el episodio ya nos ha dejado bastante exhaustos, aún falta un estupendo último acto en el que Bob, a la desesperada, secuestra a Bart para obligarle a formar parte en una última misión suicida: si no es capaz de destruir la televisión, al menos Bob se llevará por delante a su más abyecto representante, Krusty. Quien, por cierto, tiene la gran idea de anunciar alegremente el emplazamiento exacto de su improvisado plató mientras desafía explícitamente la amenaza de un loco de volar la ciudad con una bomba nuclear. El último resplandor es, por tanto, un soberbio exponente del talento de un equipo que en su día fue capaz de comprimir una trama densísima desarrollada con la pericia del mejor thriller y llena de personajes en apenas veintiún minutos, sin que por ello el resultado quede atropellado o lleno de puntos negros torpemente desarrollados. Incluso hay lugar para que una inolvidable estrella invitada –cierto sargento de sádicas tendencias con según qué Recluta Patoso– brille en un personaje hecho a su medida. ¡Y dentro de la trama y no en un momento de “alto, que entra una estrella invitada, detengamos el episodio para venerarla”! Esto es lo que solía ser Los Simpson semana tras semana. Look on my works, ye mighty, and despair, que diría Ozymandias.

¡Le dejaré como un pañuelo de papel en una fiesta de mocos!

Otro problema habitual que lleva arrastrando la serie desde hace más de una década es la negligencia en el uso de los miembros de la familia Simpson que no forman parte activa del argumento de la semana. Esto puede llevarnos a ver a Homer, por ejemplo, convertido en un descaracterizado personaje de fondo que transmite la incómoda sensación de no saber dónde está su lugar y que espera inquieto la entrada para su chiste descontextualizado de turno y acto seguido volver a un discreto plano secundario; o bien a una burda maniobra de meterle a presión en la trama porque, bueno, es Homer y es la estrella de la serie. Si todo esto falla siempre nos queda el infame recurso de la subtrama: “mientras tanto, Homer se engancha a una serie de televisión y decide operarse la cara para parecerse a uno de los protagonistas”. No, eso no ha ocurrido. Al menos no a la vez. Aún. Los episodios de Bob de los Años Felices están tradicionalmente asociados a Bart –o a Bart y Lisa, como intrépido equipo investigador / niños entrometidos con su estúpido perro–, pero suelen hacer un buen uso del resto de la familia Simpson. En Krusty entra en chirona Homer era el causante directo de la encarcelación de Krusty –lo cual habría planteado un interesante conflicto padre/hijo que no se llega a desarrollar–, y en los tres episodios posteriores la familia al completo se ve afectada por las maquinaciones de Bob, aun indirectamente. El último resplandor es mi favorito en este aspecto, porque sin jugar ni Marge ni Homer un papel crítico en los objetivos de Bob más allá de, en fin, formar parte anónima de la masa humana en peligro de ser erradicada por una bomba atómica, aprecio especialmente su rol de apoyo. Marge y Homer están integrados con elegancia en un lógico papel secundario lleno de momentos impagables y aportan consistencia al suspense sin tener una participación realmente trascendente en la trama.

El último resplandor también acierta en prestar especial atención a una generosa cantidad de personajes secundarios de la serie, magnificándose de este modo la sensación de que la amenaza de Bob se cierne realmente sobre la cabeza de todo habitante de Springfield. La escena en la Sala de Guerra no es sólo una ejemplar parodia de Dr. Strangelove, sino que funciona por sí misma. La gravedad del semblante de Quimby, habitualmente incompetente en su cargo de alcalde, y la auténtica preocupación de Krusty –por su carrera, claro, pero auténtica después de todo– son pequeños detalles aparentemente irrelevantes que dan color al episodio. Ver a los principales representantes de las televisiones rendirse en directo –y supergrasias a las judías Goya– también enriquece la dimensión épica de la aventura. Hablando de detalles, adoro esta imagen:

Sin títuloLa estación solitaria en medio del desierto, el deportivo aparcado al lado, las huellas de las ruedas perdiéndose en el horizonte. Casi podemos ver a Krusty subiéndose impulsivamente al coche –aún no tenía un Cañonero–, conduciendo hasta allí con una idea fija entre ceja y ceja, derrapando junto a la cabaña y saltando del asiento para empezar cuanto antes a hacer el payaso delante de su garantizado 100% de la audiencia. Detalles, detalles.

El último resplandor es, definitiva, un episodio asombroso. Su dinamismo y alcance contrasta con la personalidad íntima y pausada de la séptima temporada, pero no hay que olvidar que estamos en una época de la serie en el que, con el agotamiento creativo en ciernes, el equipo de la serie apostaba fuerte a la hora de experimentar. El quinto episodio del Actor Secundario Bob es denso en sátira, emoción y humor, y otorga una auténtica catarsis a Bob. Krusty jamás ha dado a su audiencia un material de peor calidad del que da en este episodio –el payaso nos enseña que incluso un pseudoprograma improvisado en condiciones tercermundistas con Escorpión, Bateria y el ex presidente Eisenhower puede ir aún a peor–, de modo que no podemos sino ponernos de parte del actor secundario, que está dispuesto incluso a morir por su ideales.

¿Qué le quedaba por decir a Bob en este punto de su carrera? Una vez frustrado su intento de venganza contra Krusty un círculo se cerraba y Bob podría haberse puesto a dormir perfectamente el sueño de los justos hasta que algún guionista desesperado lo resucitara durante años realmente duros de la serie para, no sé, pongamos investigar el intento de asesinato de Homer por parte del hijo ilegítimo de Frank Grimes. Quedaba, no obstante, aún una cuestión que resolver, y esta era la eterna deuda de gratitud de Bob con el hombre que le dio voz.

Un último y merecido homenaje antes de la oscuridad

La octava temporada es básicamente el equipo de Los Simpson mirando con honestidad a la cara a su público y diciéndole: “Tenemos miedo del futuro”. ¿Cuál es el camino a seguir para una serie que ha logrado reinventarse durante nada menos que ocho años para permanecer fresca pero que es consciente de que todo tiene un límite, uno cada vez más cercano? En 1996 Los Simpson eran ya historia viviente de la tele, estaban a punto de superar a Los Picapiedra como serie animada más longeva de la televisión; y esto requería sentarse a reflexionar sobre la vida, logros y metas. Por eso, como ya expliqué una vez, la octava temporada es pura introspección sin destilar, y entre bromas nos confiesan su preocupación por la integridad de la serie.

Si hubiera sido tan sólo esto.

Es una temporada en la que Los Simpson habla de sí misma incluso cuando los episodios parecen parodias sin más. Shary Bobbins no protagoniza una parodia de Mary Poppins, protagoniza un episodio cuyo tema central es el status quo de la serie. Ésta era una cuestión que empezó a dejar ser tabú el año anterior, cuando por imposición de Paul y Linda McCartney el vegetarianismo de Lisa no fue, con habría cabido esperar, pasajero sino permanente –primera y prematura muestra de que los guionistas de la serie podrían vender a su abuela por conseguir una estrella invitada de empaque–, pero que en la octava temporada alcanzó niveles realmente experimentales, sobre todo cuando Oakley y Weinstein, quienes llevaban la serie por aquel entonces, decidieron separar permanentemente a los padres de Milhouse.

Hermano de otra serie no alcanza la significación del episodio de Shary Bobbins, pero sirve de sincero homenaje a uno de los personajes más particulares del universo de Los Simpson, uno que permitió a los guionistas lanzarse a historias de corte aventurero que de otro modo no habrían sido posible, y al hombre que le dio voz y dimensión. Los ecos estaban ahí desde el principio, pero con los años y de forma gradual, el Actor Secundario Bob fue absorbiendo las peculiaridades más irresistibles de la otra gran creación de Kelsey Grammer, el psiquiatra de las ondas favorito de Seattle, Frasier Crane. Alguien se dio cuenta de que aquello no sólo funcionaba, sino que era puro genio. Bob podía ser, era, el reverso maníaco de Frasier, y esto era tanto un gag que funcionaba como una saludable dosis de tridimensionalidad para un personaje que de otro modo habría sido un psicópata genérico muy útil para cada vez que a los guionistas les apeteciese salirse por la tangente con una historia de misterios y asesinato.

En la temporada 1996-97 Los Simpson, en su veteranía, estaban alcanzando el ocaso de sus mejores tiempos y se hallaban sumidos en plena crisis reflexiva, pero Frasier estaba en el apogeo de su popularidad. La cuarta temporada de Frasier es la de la cacatúa de Niles, la del programa de misterio en directo de la KBBL, la de la farsa para espantar al antiguo novio de Daphne –“yo soy astronauta”– y la de Daphne yéndose a vivir al piso de Niles por una noche. Nada menos. También es la temporada en la que sale Sherri, pero mejor ignoremos eso.

En cualquier caso, fue a Ken Keeler a quien se le ocurrió por primera vez la idea. ¿Por qué no hacer un episodio de Frasier con Bob? En un principio podría parecer el gimmick más obvio, un requiebro fácil que llevaba años evitándose. Pero en la octava temporada, cuando la serie parecía estar homenajeándose a sí mismo y a los que la llevaron al lugar que ahora ocupaba en la cultura universal, tenía sentido. El reto era combinar los ingredientes habituales de los episodios de Bob con la idiosincrasia y los tics snobs de Frasier, y parte del éxito de esta combinación residía en integrar en Los Simpson a la segunda gran estrella del spin off de Cheers; el insigne Niles Crane, David Hyde Pierce.

Ehr, sí, Cecil también salió en uno de esos… imprescindibles cómics de Bongo.

Tengo entendido que Pierce se mostró reacio a prestarse para la aventura, alegando exactamente lo que he dicho hace un momento: le parecía un truco muy obvio y burdo. Pero finalmente y para nuestra suerte aceptó, interpretando hasta una frase extra como espontáneo entre una multitud. “¡Probablemente!”. Cecil es el complemento perfecto para Bob, pero eso era algo que se da por hecho; Niles es el complemento perfecto para Frasier. Una de mis cosas favoritas de Frasier –una de tantas– es su decisión de romper a posta con la predecible dinámica de la sitcom de amigos en pareja… ¡que no podrían ser más diferentes! ¡Uno es ordenado y el otro un desastre! ¡Uno es muy popular y el otro es un empollón sin vida social! ¿Serán capaces de vivir juntos? ¡Ho ho! ¡Ahora en Tailandia! Etcétera. En Frasier la comedia brota de la circunstancia completamente opuesta: ¿y si ambos fueran… iguales? A priori una premisa poco prometedora, pero el truco está en cómo abordarla: Frasier y Niles son dos hermanos que se parecen tanto que las pequeñas diferencias que los separan dan pie a conflictos cómicamente desproporcionados. Éste es el verdadero secreto del perfecto funcionamiento entre la pareja Frasier/Niles, y Bob y Cecil lo heredaron.

Hermano de otra serie es algo así como el fanfic definitivo, escrito por el equipo de una de mis dos series favoritas en homenaje a la otra de mis dos series favoritas. Una gozada. De hecho ya va siendo hora de que lo diga, he escrito esta entrada ahora y no en otro momento en homenaje al décimo aniversario del final de Frasier. Ocurrió exactamente una semana después del aniversario del final de Friends, pero creo que no vi ni una triste reseña. Pero más allá del homenaje a Frasier, que es un jugoso caramelo para los fans lleno de guiños –“¿Maris?”–, ¿cómo funciona Hermano de otra serie? ¿Qué lugar ocupa en la carrera del Actor Secundario Bob? Es interesante que tras varias temporadas buscando nuevas formas de utilizar a Bob, su sexta aparición sea un regreso a la antigua estructura de los lejanos tiempos de Viudo negro y Krusty entra en chirona en la que el misterio sobre las intenciones de Bob ocupan las dos primeras partes del episodio y la tercera se dedica a destapar la solución al misterio. No obstante, esta vez el reflejo de aquellos episodios pretéritos se guarda un as en la manga. La vuelta de tuerca al clásico episodio de Bob está en que por una vez el actor secundario no se ha pasado las dos terceras partes del episodio fingiendo ser un buen hombre de a pie, sino que ni ha cometido ningún crimen ni tenía intención de cometerlo, siendo Cecil quien se revela como el sorprendente –o no, que alguien que recuerde cuando vio el capítulo por primera vez me lo diga– criminal en la sombra. Aquí nos encontramos con un punto problemático del episodio, ya que quien se nos revela como el malo de la función resulta ser un personaje que se nos ha presentado en el mismo capítulo, un recurso demasiado scoobydooesco para funcionar bien del todo o para representar una auténtica sorpresa –en serio, ¿alguien se acuerda de si se sorprendió cuando lo vio por primera vez?–, pero es beneficioso en otros aspectos.

Desde el momento en el que Bob se revela como inocente de las corruptelas financieras que han dejado hueca a la presa hidroeléctrica de Springfield somos conscientes de que hemos asistido a otro momento sintomático de la octava temporada, que como los últimos álbumes de Tintín, supone una continua desmitificación consciente de todo lo que ha hecho única a la serie desde sus comienzos. Cuando Cecil aparece empuñando una pistola y probando la inocencia completa de Bob nos damos cuenta de que el tiempo ha pasado para el ex actor secundario del show de Krusty el Payaso. El antaño criminal más notorio de Springfield –lo siento, Serpiente– está viejo y cansado, menos interesado en sus planes de venganza que en hacer las paces con Bart y buscarse una merecida jubilación a este lado de la ley. Tras ocho largos años y habiendo faltado a la cita en tan sólo dos temporadas –la segunda y la cuarta–, Bob lo ha dado todo y está listo para retirarse. El desenlace del episodio, cómicamente parejo al de todas las detenciones anteriores de Bob por obra y gracia de la incompetencia suma del cuerpo de policía de Springfield, es muy divertido, pero el regusto que nos queda cuando vemos el coche policial alejarse con el inocente Bob dentro –lo lamentaremos toda la vida–, es triste.

Es el momento adecuado para comentar algo que ya he retrasado bastante. Los fans españoles tenemos una deuda de gratitud con Carlos Revilla, quien no sólo nos dio el mejor doblaje posible para Los Simpson hasta su partida hacia mundos mejores en 2000, sino que durante la primera temporada, cuando seguramente estaba aún rascándose la cabeza y preguntándose cuál sería la forma adecuada de doblar una serie de dibujos tan estrambótica como ésta, decidió que el tal Actor Secundario Bob debía conservar la voz que hizo popular entre los españoles al Frasier de Cheers. Antonio Esquivias compuso un Bob excelente y a la altura del original, refinándolo con los años tal y como hizo Grammer con la versión original y faltando a la cita tan sólo una vez –¡en El cabo del miedo nada menos!– en veinticinco años. Cuando llegó Hermano de otra serie, Revilla se marcó el tanto definitivo al hacer que Cecil hablara, como no podía ser de otra manera, con la inconfundible voz del Niles español, un José Padilla pletórico del que nadie diría que es al mismo tiempo la voz de Skinner.

Después de este antológico episodio y durante un tiempo realmente pareció que el Actor Secundario Bob había dicho su última palabra. Llegó la novena temporada de Los Simpson, y con ella y el beneplácito de un tal Armin Tamzarian la serie hizo un triple salto mortal hacia atrás en sintonía con el espíritu deconstructivo de la temporada anterior que salió terriblemente mal. Así, de pronto, los síntomas reales de agotamiento que se nos habían profetizado el año anterior se hicieron súbitamente realidad. Pero Bob no reapareció para verlo. Tampoco estuvo para ver cómo a lo largo de las temporadas diez y once la serie se precipitaba por el abismo de su propia popularidad hasta convertirse en una ruidosa e insoportable parodia de lo que fue un día. Y entonces, cuando Los Simpson ya estaba hundida y peor aún, cómodamente establecida en el fondo del pozo que ella misma había creado, ocurrió lo inesperado.

Epílogo: Descriogenización en un aterrador futuro distópico

Existe una opinión más o menos generalizada entre los fans: la temporada 12 es el hondón más abisal de toda la larga y maltrecha historia de Los Simpson. Yo no lo tengo tan seguro, pero sea como sea tiene gracia que fuera ése el momento elegido para sacar de su tranquila hibernación al pobre Bob. ¿A quién se le ocurrió que era una buena idea traerle de vuelta… y en ese momento? ¿Creían realmente que tenían buen material entre manos? ¿Por qué si no resucitarle entonces y no antes? La respuesta la tiene Al Jean, por aquel entonces a punto de convertirse en productor jefe de la serie por la cifra récord de trece temporadas y subiendo. Sencillamente le entró el capricho de escribir un episodio de Bob ¡porque jo, todos mis amiguitos han escrito uno y yo también quiero! ¿La excusa? Una parodia de El mensajero del miedo con Bob, lo cual en teoría no tendría que ser una mala idea… hasta que por necesidades narrativas el lavado de cerebro de Bart queda reducida a una rápida sesión de hipnotismo con una diana. De modo que lo que nos queda es una pobrísima trama en la que Bob hipnotiza a Bart para que haga volar a Krusty en directo y en pedazos con una bomba, con chistes más o menos aceptables y ninguna atención a la progresión lógica del camino de Bob, que a partir de ahora se limitaría a dar vueltas como una peonza siendo más o menos malo según lo requiriese el momento.

Para el recuerdo nos queda este momento que no sé a los demás, pero que a mí siempre me ha parecido altamente incómodo:

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¿Bob y Mel compartiendo… mesa? ¿Y CENA? ¿Con Krusty? Que me aspen si no se puede cortar la tensión con un cuchillo.

El siguiente contraataque de Bob tuvo lugar en la temporada 14, en un episodio aún peor. Episodio que, por cierto, tras dos intentos aislados en la temporada 7 y la 12 inauguró la era de episodios coloreados completamente con técnicas digitales, lo que dio a la serie ese acabado visual pastoso que duró hasta el salto a la alta definición en la temporada 21. Milagros tecnológicos aparte, en El matón superdetective –JA, JA– se hace realidad una terrible pesadilla cuando a los guionistas Don Payne y John Frink –sí, John Frink– se les ocurre emparejar a Bob con la peor versión de Homer, el zoquete sobreactuado y mentalmente inestable, estúpido hasta bordear el retraso mental y al que, por supuesto, “todo el mundo quiere matar”, en una trama de investigación detectivesca que termina de la forma más decadente posible, profanando la tumba de Frank Grimes en un desenlace sorpresa que encima se veía venir a kilómetros. Aún con todo hay que concederle algo a este El matón superdetective, y es que el final habría sido una forma muy bonita de cerrar con buen gusto la carrera criminal de Bob, en un estupendo homenaje a My Fair Lady que da la impresión de ser la único conclusión posible a la longeva relación que le une a su némesis Bart Simpson. Huyendo en la oscuridad de la noche Bob habría logrado salir airoso de esta sombría etapa de su carrera.

¿Acaso no era obvio? No, en serio, ¿ES QUE NO LO ERA?

Pero no. Y así llegamos a la temporada 17, con un episodio… sí, aún peor que el anterior y que el anterior. El Bob italiano es una infame violación de todo lo que una vez hizo grande al personaje, un amasijo deforme lleno de malas ideas que hiede a decadencia y que, sospecho, sólo encuentra su razón de ser en el juego de palabras del título. Tenemos esta película que se llama The Italian Job… Pues The Italian Bob. Traigamos a Bob de vuelta y llevémosle a Italia de alguna manera, merece la pena si podemos usar este título tan ingenioso. Tratar de explicar el argumento no tiene mucho sentido. El señor Burns manda a toda la familia Simpson a Italia a recoger su nuevo deportivo y allí tropiezan con Bob en un pueblecillo de la Toscana del que él es alcalde. El conflicto aparece cuando los Simpson descubren que la nueva familia de Bob, un personaje femenino de stock y un terrible mini-Bob de tendencias homicidas, no sabe nada del pasado criminal del amado marido, padre y alcalde. Un puñado de chistes lamentables –incluida una rabieta contra Padre de familia y Padre Made In USA– y un desenlace inenarrable con Bob y su familia persiguiendo a los Simpson sedientos de venganza terminan de rematar esta pesadilla en la media de la temporada 17.

El siguiente episodio de Bob fue… algo mejor. Entre medias tuvo lugar el Gran Acontecimiento, la película de Los Simpson, para la que durante un tiempo se sopesó la lógica idea de que Bob fuera el villano principal. No cuajó. El rol fue a parar al inolvidable Ross… ¿Russ? ¿Era Russ? ¿Russ Cargill? ¿Uno rubio? …y Bob terminó por ni salir en la película, pese a que se dice que existe material eliminado en el que aparece. Aparentemente Grammer llegó a grabar takes de diálogo para la película. De ser takes, en plural, ya serían más frases de las que tiene Skinner en toda la película. ¡Qué gran idea fue llenarla de nuevos personajes con un papel prominente! Aquel noviete de Lisa que perfectamente podría haber sido Milhouse sí que era memorable.

Volviendo a Funeral por un enemigo, el décimo capítulo de Bob llegó, de hecho, como un rayo de esperanza. En plena temporada 19 todo apuntaba a que la muerte literal de Bob, supuesto catalizador de la trama del episodio, aseguraría al pobre actor secundario el sueño de los justos que tan cruelmente se le había negado hasta entonces. La gracia del episodio estaba en retomar y expandir el homenaje a Frasier no sólo trayendo de vuelta a Cecil, sino presentando oficialmente al padre de ambos, interpretado por supuesto por John Mahoney. Pero todo quedó en una mala broma sin interés; el personaje del doctor Terwilliger era plano y olvidable y, peor aún, la muerte de Bob no se consumó. Y por mucho que el final pareciese prometernos que Bob, ya reducido a un pobre loco encerrado, no volvería más, yo ya no me creía nada. Con que la próxima vez que volviese para avergonzarnos a todos se dejase en casa a su puñetera esposa y a su odioso hijo me bastaba.

Después de esto era cuestión de tiempo que los guionistas de Los Simpson transgredieran una norma en concreto del manual implícito de lo que está y no está permitido en el mundo de Los Simpson. Son muchas, ninguna están escritas en ningún sitio y todos sabemos de mutuo acuerdo que es de mal gusto pasar por encima de ellas. Es un pacto entre caballeros. La norma en cuestión que se violó en cierto episodio de la temporada 20 fue traer de vuelta a Bob para un cameo en un episodio que nada tenía que ver con él. Pongámonos en situación: Bart y Lisa están investigando la misteriosa desaparición de Homer horas antes de la ceremonia de renovación de votos entre Marge y él –poco sospechan que Homer ha sido secuestrado y encerrado en un sótano por Patty y Selma en una trama a lo Saw, sí señor, esto es Los Simpson ahora– y obviamente van en busca de Bob para interrogarle. Bob y Grammer vuelven para una triste escena de relleno que es rápidamente despachada, suficiente para vulgarizar aún más si cabe la figura del viejo Bob, que de todos modos no tendría que esperar demasiado para… *suspiro* volver una vez más como protagonista, en un capítulo de la temporada 21 llamado El Bob de la puerta de al lado que no lo tenía muy difícil para subir el nivel de sus últimas apariciones.

En efecto, el episodio es pasable, siendo muy condescendientes y obviando la insistencia en el chiste de la cara sanguinolienta que se descuelga. Ehr, sí, para el que no lo haya visto, el capítulo es una especie de Cara a cara en el que Bob se cambia la jeta por la de un pobre desgraciado para huir de la prisión y asesinar a Bart escondido bajo su nueva identidad de perfecto vecinito. Poco más. No demasiadas risas, densidad tolerable de momentos de vergüenza ajena y un lánguido “hasta más ver, Bob” que esta vez se prolongó hasta la temporada pasada, la 25.

Ya. Eso.

Escudriñar los entresijos de los mejores episodios del Actor Secundario Bob ha sido un placer absoluto al que me he entregado con gran entusiasmo, así que comprenderás mi abatimiento al tener que describir un capítulo en el que Bob experimenta con su propio ADN y se convierte en un engendro genético con la fuerza de un elefante, la potencia saltadora de un saltamontes y unas agallas que le permiten respirar debajo del agua.

También tenía algo que le permitía hacer cosas como ésta. Ni me preguntes.
También tenía algo que le permitía hacer cosas como ésta. Ni me preguntes.

Así, convertido en el espeluznante doctor Bíchez y compartiendo capítulo con una subtrama en la que Marge trata de inculcar abstinencia en los gamberros de Springfield, el Actor Secundario Bob, la mente maestra criminal cuyo apodo es un insulto constante que arrastrará como penitencia hasta que se consuma el infierno, se despide de nosotros. Pero no será por mucho tiempo, desde luego. Los títulos de los episodios de la temporada 26 no parecen apuntar a un nuevo regreso, pero lo cierto es que The Man Who Grew Too Much tampoco daba demasiadas pistas acerca de la irrupción de un Bob más loco y mutante que nunca, así que no adelantemos acontecimientos. Diez años después del final de Frasier, a Kelsey Grammer no parecen irle demasiado bien las cosas si ha tenido que aceptar una sitcom sobre una pareja de abogados ¡completamente opuestos! con Martin Lawrence, por lo que no debería extrañarnos que quiera seguir volviendo una y otra vez al único personaje superviviente de su –limitado– repertorio de los buenos tiempos. También para el equipo de Los Simpson es un vestigio de los años dorados, y si el pacto de caballeros no se lo prohibiera, tendríamos tres, cuatro, veinte episodios con Bob por temporada. ¿Por qué sí no dar ese rol de Bob De Los Pobres a Mel? Mel, ese pálido reflejo de aires igualmente pomposos contrapuestos a un aspecto igualmente denigrante y el mismo trato vejatorio por parte de Krusty; un Bob de a diario para tener semanalmente lo mejor del mejor de los Actores Secundarios. Sin conseguirlo ni lejanamente; porque como todo el mundo sabe, Mel sólo tenía gracia cuando apenas hablaba para soltar un lastimero “yo sólo soy yo mismo” de vez en cuando y quizá cuando su afición a ser la inexplicable cabeza visible de las muchedumbres enfurecidas estaba más o menos controlada. Ahora es lo peor.

Como James Bond, Bob volverá. Quizá en la temporada 27 veamos a Bob asociándose con Kang y Kodos para asesinar a Krusty cuando descubre que los alienígenas de Rigel 7 también guardan resentimiento hacia el payaso desde que les ganó al blackjack en las Vegas, mientras Homer y Marge descubren una afición común por el cubo de rubik que desemboca en una crisis matrimonial. O quizá llegue el momento en el que alguien haga realidad el episodio de Bob que me inventé cuando era niño, ése en el que Bob decide vengarse de Mel por ocupar su puesto en el programa de Krusty. Qué pasa. A mí me parecía muy lógico.

16 comentarios en “El Bart, El

  1. Dado el inconmensurable análisis que hace de los episodios clásicos sólo me queda defender ligeramente los modernos aunque este muy de acuerdo con varias cosas que dices. Del de la temporada 12 nunca me acuerdo bien pero creo que coincido con usted. El de El matón súperdetective me parece una mezcolanza muy irregular pero para mi gusto funciona precisamente en la parte que usted crítica cuando empareja a Homer con Bob, con gags logrados como el del pelele de Homer o el de «¿esto es un día normal?» » Queria impresionarle» y la premisa de que Bob ayude a encontrar a otro criminal es buena, aunque los gags de electrocuciones, los pésimos gags típicos de Tim Long en el primer acto en el salon de masajes y la manera en que esta tratado lo del hijo de Grimes (más que la idea en si) vayan entre lo soso y lo lamentable. The Italian Bob me parece que tiene bastantes gags hilarantes como capítulo de viajes, lo de Pompeya o Homer hablando de los acueductos cuando huyen en coche me divirtieron y el Flashback de Bob llegando a Italia también. El hecho de que este sea alcalde de un pueblecito italiano puede ser forzado pero no queda mal por ser tierra de gran tradición cultural y monumentos varios y la premisa de darle una familia es , o podría ser, buena a priori. El problema reside en lo genéricos y sosos que son sus familiares y en lo mal desarrollados que están los motivos por los que Bob y su prole deciden vengarse de Los Simpson. El gag sobre Padre de familia y American Dad a mi no me disgusto. De Funeral for a Fiend me encanto el primer acto en el falso restaurante, con una intervención hilarante de Homer que no descubre en ningún momento que es una trampa y que recuerda al gag del señor Thompson en El cabo del miedo. El resto del episodio no es gran cosa pero cumple sin más y no incluye gags vergonzantes como los dos anteriores (que ya dije que también tienen gags buenos pero mezclados con otros pésimos, este no tiene ninguno malo pero los que realmente merecen la pena están todos en el primer acto). La parodia de Cara a cara puede que sea algo más convincente a nivel argumental que los otros pero ODIO a muerte las escenas gore de la cara arrancada, lo que hace que el episodio me guste menos que los anteriores sólo por eso. En cuanto al último episodio emitido de Bob, el de los poderes…es directamente indefendible, una mierda total.

    1. Realmente estoy de acuerdo con lo de que la premisa del episodio de Frank Grimes Jr. es buena. Es El Silencio de los Corderos sin más, y Bob es un buen equivalente a Lecter hasta en refinamiento. Pero emparejarlo con Homer me parece una pésima idea. No soporto verle en el bar de Moe diciendo tonterías como un personaje comodí, ni tampoco que se le use como «elemento externo» para demostrar lo loco que está Homer. «¿Esto es un día normal?». Ja, ja. Sí, es que mi marido suele actuar como un psicópata con un derrame cerebral.

      Mi mayor crítica al del funeral es lo soso que resulta. Es muy cierto que no contiene nada que produzca vergüenza ajena, pero eso no le hace ganador del premio a episodio del año. The Italian Bob, por coherente que sea en lo de poner a Bob en una villa europea (va con él, sin duda), sigue pareciéndome un desastre total y un pésimo ejercicio de interpretación por parte de todos, TODOS los personajes. Y la sensación ésa de «primero el título, luego el argumento»… Agh.

  2. Mis felicitaciones por semejente análisis, un tocho de los clásicos de este blog. Hace años que no veo con regularidad «Los Simpson» (de los clásicos tengo pendiente un revisionado en orden y los nuevos no me interesan, es más, las cuatro últimas apariciones de Terwilliger ni las he visto), pero soy fruto de las constantes reposiciones de Antena 3.

    De todo el artículo, me quedo con la constatación de lo agudos que eran Los Simpson a la hora de hacer sátiras. Hace poco, sin motivo aparente, me puse a recordar el genial capítulo de «Rasca, Pica y Marge», absolutamente ejemplar a la hora de dar palos y a la vez hacer entender la postura de todos los implicados en el tema que trataba, cuando lo fácil habría sido simplemente hacer un capítulo anti-censura y ridiculizando a los padres que protestan contra la influencia perniciosa de la televisión. Y con esa secuencia con la sexta sinfonía de Beethoven, que es oro puro y una ironía sutil y brillante.

    También destaco que nunca había pensado en Bob como un personaje tan complejo, la verdad es que nunca ha estado entre mis favoritos, probablemente por ese tono de thriller que tienen muchas de sus apariciones cuando todos sabemos que va a acabar en la cárcel de nuevo y Bart seguirá vivo. Mi favorito suyo probablemente sea en el que es alcalde, que no tiene intención de matar a nadie y a la vez da rienda suelta a sus instintos homicidas. Y el anuncio del alcalde (¡Si el estadio se cayó, a él no lo puedes culpar! QUIMBY : Él le votaría a usted). Y la autopiiiiiiista de Matlock.

    Para acabar, el verano pasado leí un libro sobre la serie (el de John Ortved) y la impresión que me dio es que sería injusto personalizar en Al Jean los problemas de la serie en su etapa basura, al fin y al cabo éste fue guionista en sus años dorados. Habría que verlo como el lento goteo que acabó en 2004 cuando ya no quedaba ninguno de la «vieja guardia» (Meyer, Swartzwelder…), el cambio de siglo que llevó a un humor más grotesco, simplón y con tramas surrealistas (no sé a qué serie me recuerda…) y la simple e inevitable decadencia, pues demasiados años aguantó la serie funcionando al más alto nivel.

    Un saludo.

    1. Justamente. Palos a todas partes, hay muy poco oportunismo en los buenos episodios críticos de los buenos años. El momento de la sexta de Beethoven es un greatest hit de la serie, me encanta.

      Me interesa mucho el libro ése, eh. ¿De dónde lo sacaste? Si está en epub o algo quiérolo.

      Y gracias por comentar con clase y criterio, compañero. Te invito a ver de nuevo sus buenos episodios y afrontarlos como un episodio normal de los Simpson, con su comentario crítico, sus caracterizaciones y toda la pesca, que creo que es el error habitual al pensar en los capítulos de Bob.

      1. Lo descargué de algún sitio que no recuerdo, pero está en Amazon para comprarlo, y estoy viendo que muy barato.

        Está sólo en inglés, por eso no me arriesgué a pagar por él, pero vamos, es muy accesible con un nivel medio. La verdad es que el autor se lo trabajó mucho, tiene varias entrevistas exclusivas y muchas declaraciones de distintas épocas de responsables de la serie y de algún fan ilustre (recuerdo a Ricky Gervais, entre otros).

        Resulta interesante porque desmitifica a Matt Groening, al cual critica más de un guionista, y también reivindica a algún anónimo que se ha quedado sin recibir ningún royaltie de la serie a pesar de ser clave en su éxito, como la mujer que decidió darle esos colores tan estrafalarios marca de la casa : la piel amarilla o el pelo azul de Marge, nada menos. A los orígenes de la serie es probablemente a lo que más tiempo dedica.

    2. Lo cierto es que ya lo he encontrado y lo tengo metido en el ebook para tragármelo un día de estos, leo mucho y suelo tener una cola muy larga de cosas a leer. No esperaba que estuviera en español ni me asusta el inglés, así que no problemo. Ya te contaré, pinta genial.

  3. Amigo, con esa forma tan profunda y metódica de analizar esta serie, tendrías que escribir un libro. O un volumen. Como sea, genial articulo analizando uno de los mejores personajes secundarios de esta gran serie.

    Para mi el declive de Los Simpsons empieza a partir de la novena temporada, una caída en picado de la que no se si se recuperaran. De hecho, siempre recuerdo esa frase final del ultimo capitulo de esa temporada, el de «Detrás de las risas», con Homer diciendo «y esta sera la ultima temporada». Doblemente dolorosa ya que fue la ultima frase de Andres Revilla como el patriarca de la familia.

    Para mi todos los capítulos de Bob son geniales, pero quizás el que mas me guste sea El cabo del miedo, ya que resume a la perfección la rivalidad Bob-Bart, aparte de ser en donde vemos al Actor Secundario caer mas bajo, siendo el tan elitista y superior, ademas de contener uno de los mejores momentos de Homer (Hola Señor Thompson). También me encanta El Ultimo Resplandor, no solo por la critica hacia la vulgaridad televisiva, sino por ese impagable momento de doblaje en el que Krusty sale actuando en mitad del desierto y aparecen Bob y Bart en el avión para acabar con el (Que demonios es eso, un cortacesped??).

    En cuanto a esos capítulos a partir de la temporada 12, que decir que no se haya dicho. El primero en el fondo no esta mal, pero ya no se nota esa progresión o desarrollo que se ve en el capitulo, quedando todo en un montón de gags humorísticos. Ese enlace que había entre golpes de humor se pierde aquí (aunque la canción de Krusty homenajeando al Actor Secundario me pareció muy bonita). El de Frank Grimes Jr me gusta el emparejamiento con Homer, pero todo lo del hijo de Graimito, no, por ahí no paso (y la explicación de como lo tuvo….horrible). El Bob Italiano me parece una buena idea, no solo por el contexto del lugar, sino también por ser Italia tierra de mafias y de la famosa vendetta, pero como suele ocurrir, una idea desaprovechada y los personajes de la mujer y el hijo, si se hubieran desarrollado mejor…., pues eso. El de la reaparición de Cecil fue otro capitulo con algún apunte interesante, pero ni la presencia de este y el padre de Bob se pudo salvar el desastre. El del rostro cambiado, me gusto por no tener una trama tan complicada y volver a la sencillez de las primeras temporadas, pero de verdad era necesario lo de las caras??? Y el ultimo, bueno, con lo leído por aquí ya tengo claro que nadie va a poder salvar a Los Simpsons.

    En fin, fantástico articulo. Me han encantado leerlo. Publicas poco, pero cuando lo haces, se disfruta un montón.

    1. ¡Gracias, gracias! Releyéndolo me ha sonado un poco pedante, no porque crea que he ido muy lejos analizando (ni de coña), sino por lo seriote que sueno. Creo que me gusto más cuando escribo sobre cosas que odio.

      «Un cortacésped», qué grande aquello. Y lo dicho, un placer escribir si disfrutas tanto luego leyéndome.

  4. Excelente radiografía de los Simpson. Nunca había analizado la presencia de Bob y me parece un gran acierto que lo hayas escogido como nexo del análisis de la serie.

    Visto la evolución de la serie yo añadiría la era dorada hasta la temporada 11.
    Episodios como este (http://es.wikipedia.org/wiki/Hello_Gutter,_Hello_Fadder) o este (http://es.wikipedia.org/wiki/It%27s_A_Mad,_Mad,_Mad,_Mad_Marge) y ya no digamos este (http://es.wikipedia.org/wiki/It%27s_A_Mad,_Mad,_Mad,_Mad_Marge) son suficientes para salvar la temporada. ¿Qué no daríamos por una décima parte de esa genialidad en los capítulos actuales?

    La verdad es que el último episodio con Bob que recuerdo es el del viaje a Italia a partir de ahí ya no he visto casi ningún episodio más de la serie, no es que me divierta menos es que me aburre mucho, han intentado ser como Padre de Familia y se han convertido en algo peor que American Dad. Creo que piensan que el nuevo humor es así pero ni siquiera saben copiarlo, ya puestos podrían fijarse en Bob Burguer.

    Me alegra mucho haber leído esto justo después de terminar la primera temporada de Fraiser, es increíble la simbiosis que lograron en el capítulo de Cecil. Lamento que Kalsey Gramer esté tan mal, solo hay que ver la sitcom de ahora y su cameo en Los mercenarios 3, creo que puede aspirar a más, espero que no se convierta en un nuevo Nicolas Cage.

    Para terminar, me quito el sombrero ante el gran texto que has publicado pero ahora me surge un problema, me apetece leer las entradas relacionadas y veo que son igual de grandes, me lo tomaré con calma.

    1. Hola, amigo, siento haberte contestado tan tarde, pero resulta que tu comentario cayó en spam… Es lo que tiene llenar de enlaces los comentarios, que wordpress se pone suspicaz.

      La verdad es que el repaso a la serie completa salió solo mientras escribía. Mi intención inicial era hablar simplemente de Bob, pero mientras redactaba y pensaba me iba dando cuenta de que la historia de la serie se puede sintetizar observandosimplemente los episodios de Bob, lo cual me parecio muy interesante y una forma más original de hablar de algo de lo que se ha hablado bastante, incluso yo escribí una entrada al respecto en el pasado. Pero ésta funciona mejor.

      Me alegro de encontrar a un fan novicio de Frasier, esa serie nunca tendrá demasiados admiradores. Gracias por tu comentario, amigo, y si hay algo que me gusta que hagan los que leen mi blog es tomárselo con calma. Mis entradas son largas pero intento que sean amenas e interesantes de leer, casi preferiría tener una página (o veinte) en una revista que escribir en un blog. ¿Por qué? Escribo lo que me gustaría leer y lo escribo como me gustaría leerlo, y a mí me encanta leer tirado, laaaaargo y tendido y sin prisas. Es lo que quiero para mi blog. ¡Disfruta y bienvenido!

  5. Muy buena entrada. Igual lo soñé o algo, pero estoy seguro de haber visto una escena eliminada del episodio de la presa en la que, tras perder Cecil el dinero, aparece el señor Topo saliendo de una cabaña en la orilla del río recogiendo los billetes y sacando una pistola con la que apunta hacia arriba, simulando un atraco XD.

    1. ¡Sí señor! Comentan los guionistas del episodio que dejaron fuera la escena porque preferían dejar sitio para explicar por qué Bob volvía a la cárcel pese a todo. Uns pena, porque es buenísima. Dicen que es la escena eliminada favorita EVER del equipo de la serie.

  6. Según GraphTV, ésta es la valoración que se hace de los episodios de Bob. Puede que no sea una fuente enteramente fiable (¿qué fuente lo es?) pero marca una clara tendencia. Desde el crossover con Frasier, Bob ha tenido una trayectoria irregular llena de altibajos.

    Krusty entra en chirona (7’6)
    Viudo Negro (7,6)
    El cabo del miedo (7’7)
    Actor Secundario Bob Roberts (7’5)
    El último resplandor del Actor Secundario Bob (7’5)
    El hermano de otra serie (7’5)
    La tierra de los simios (7)
    El matón superdetective (7’2)
    El Bob italiano (6’9)
    Funeral por un enemigo (7’3)
    El Bob de al lado (7’4)
    The man who ¿? too much (6’7)

  7. Siempre que te leo disertar sobre Frasier con esa pasión, aunque sea para contextualizar algo relacionado con los Simpson como aquí, corro a mi web de streaming más cercana para, inocente de mí, ver si esta ocasión será «la buena».

    La he abandonado y retomado un centenar de veces pero no consigo que me entre, lo cual me da muchísima rabia porque es de esas cosas que QUIERES que te gusten. Las escenas puramente Frasier de Hermano de otra serie me parecen geniales, disfruto enormemente de otras comedias famosas por no conectar con todo el mundo como pueden ser Curb your enthusiasm o las series de Gervais, pero la del señor Kane simplemente me aburre y eso me frustra.

    Supongo que mientras sigas mencionándolo aquí o en eldoblaje.com yo lo continuaré intentando e intentando, esperemos que con final feliz.

  8. A mi me gusto mucho el episodio donde mezcla su ADN pero no por eso, de echo creo que si hubiesen quitado eso me habría gustado mas. Lo que me gusto fue como era la relación entre Bob y Lisa cuando trabajaron juntos en el laboratorio, lo encontré un poco conmovedor. Creo que ambos son personajes bastante complejos y dignos de analizar.

  9. Mil gracias, ha sido una delicia leerte.

    No he visto nunca Frasier y tengo unas ganas tremendas de salir del trabajo y dedicarle mi tarde (estoy sin cascos, si no fuera así empezaría ya)

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