Archivo de la categoría: The R Disney

El yerno de oro

Y cuando Bob Iger vio la inmensidad de sus dominios lloró, porque comprendió que no había más tierras que conquistar. O quizá ya no se siente tan cómodo en la cima cuando algunos de sus principales valedores han tenido que irse tras hacerse pública su tendencia a dar Abrazos No Solicitados a las empleadas. O quizá no se ve con fuerzas para manejar el efecto dominó provocado por el pánico hacia cierto brote vírico de hábitos asesinos en un momento en el que los grandes conglomerados de Hollywood tienen las tres cuartas partes de sus huevos puestos en la cesta de China —el conglomerado que nos interesa tiene, además, un enorme parque temático recién abierto allí—. Seguir leyendo El yerno de oro

Queridas princesas Disney

Queridas princesas Disney: 

Me llamo Miguel y soy un gran admirador. O sois mi fan, como dicen las señoras. Sí, sé que quizá ahora estéis recibiendo muchas cartas que empiezan como ésta, porque estáis de actualidad y vuestros jefes os han enredado en una operación de relaciones públicas en la que no sé si habéis tenido voz, voto u opción de decir que no os interesaba participar. Yo soy fan vuestro desde hace mucho. De toda la vida, vaya. La primera película a la que mis padres me llevaron a ver al cine fue uno de vuestros trabajos, el de la más veterana de vosotros. Ni me acuerdo de todo aquello, lo sé porque mis padres me lo contaron. Y ahora que lo pienso, cuando termine con esta carta quizá deba ponerme a escribir otra a los pobres desgraciados a los que seguramente fastidié la película con mis llantos hasta que mis padres desistieron cuando lo de los árboles vivientes demoníacos y me sacaron de la sala. Me consuela pensar que esos otros espectadores pudieron seguir viendo la película y fumando en paz.

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Bella y Bestia no son

Esta historia empezó en 2010. No, en realidad empezó en 1996, cuando a alguien se le ocurrió que las nuevas tecnologías habían avanzado lo suficiente como para epatar al paleto medio con 101 dálmatas convincentemente recreados vía CGI. Como contrapunto humano, se fichó a Glenn Close para que lo diera todo como la Cruella de Vil definitiva. El tiempo ha relegado todo aquello a la categoría de mera curiosidad mencionada de tanto en cuando, el 99% de las veces por boca de alguien que fue crío en aquella época. Las pocas veces que pensamos en aquella película la asociamos a la bufonada inofensiva media que entendíamos por cine familiar a mediados de los noventa. Los perritos en CGI no han quedado sino como una gota más en el océano de las monstruosidades digitales de aquellos terribles años que sucedieron a Parque Jurásico en los que Hollywood se volcó en la creencia de que los gráficos por ordenador habían alcanzado el pináculo de la creación virtual, justo entre los cocodrilos de Eraser y los monos de Jumanji. Muchas buenas palabras se dedicaron al trabajo de Close, palabras merecidas pero en última instancia irrelevantes, dado que veinte años después las aguas han vuelto a su cauce y la mención de Cruella de Vil nos trae a la mente la inmortal creación animada de Marc Davis en 1961 y poco más. Una nueva intentona de tratar de remplazar la perfección en el imaginario popular está a la vuelta de la esquina, con Emma Stone recogiendo el testigo de Close, pero no adelantemos acontecimientos.

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Vida después de Anna y Elsa: cavilación en dos partes

Hace unos días andaba yo deambulando por el Carrefour con mi gabardina de exhibicionista y me quedé mirando un calendario de adviento de Frozen, con Anna y Elsa ahí muy sonrientes y más maquilladas que Jade, la Bratz fashionista. Desde fuera podría haber parecido que me había quedado hipnotizado ante aquella inexplicable brujería que llamaban imprenta, pero lo cierto es que estaba sumido en mis pensamientos. Y es que los momentos de revelación que llegan sin previo aviso tienen una cualidad casi surrealista.

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Nacimiento, vida y prematura muerte de Circle 7 Animation

Los siete años que van desde 1999 hasta 2006 son lo que me gusta llamar cariñosamente la Era Stepford de Pixar. Entre estos años Pixar estrenó Toy Story 2, Monstruos S.A., Buscando a Nemo, Los Increíbles y Cars. Exceptuando la crónica postapocalíptica sobre el mundo inmediatamente posterior a la victoria de Skynet que es Cars, se trata de una lista intachable, y nadie podría haber adivinado las dificultades y problemas que estaba atravesando la compañía de John Lasseter entre bambalinas. Son unos años en los que Pixar trabajó incansablemente para dejarnos un producto de excelsa calidad al año, irradiando entusiasmo y amor por el arte de hacer buen cine. Recogiendo óscar tras óscar. Amasando dinero y más dinero. Sonriendo y saludando, como una mujer de Stepford. Y por dentro, lejos de la atención de nosotros los espectadores, pasando por el periodo más oscuro de su existencia. A todos nos ocurriría lo mismo si en el momento culminante de nuestra carrera descubriéramos la existencia de un gemelo malvado que amenaza con destruir todo por lo que hemos luchado y violar nuestro legado. El nombre del gemelo malvado de Pixar era Circle 7 Studios, y su historia, terrible, trágica y plagada de desnudos parciales, merece ser contada en The R Lounge.

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Si Walt levantara la cabeza

Hail Powerline, querido lector. ¿Has visto ya Frozen? ¿Sí? Estupendo, porque yo también. Y no sé tú, pero yo me hallo desconcertado. El crítico de a pie le dedica sus adjetivos más sensuales, el fan de a pie insiste por enésima vez en internet en que la nueva Edad de Oro ya está aquí y el John Lasseter de a pie sigue siendo alabado como el Salvador del legado de Walt Disney. Y yo no puedo evitar preguntarme: ¿se ha vuelto loco todo el mundo? La nueva Edad de Oro apesta sospechosamente a podrido desde el momento en el que empieza a hablarse de ella antes de que lleguen las películas que traen consigo esa nueva era y no después, John Lassetter se dedica a despedir a todo director que insista más de lo conveniente en un punto de vista artístico vagamente arriesgado y por culpa de una serie de males que tienen su raíz en esta dictatorial política convencionalizadora Frozen es, dicho claramente, una mala película.

¿Qué pasó con ese tono oscuro que nos prometían hace un año?

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Un fan solitario

Si tú, querido lector, has seguido detalladamente mis aventuras en la red desde que abriese este exquisito blog hace ya casi cuatro años –cuando los cardados, las hombreras y las mujeres que luchaban por introducirse en el computerizado mundo de los hombres estaban a la orden del día– habrás deducido que me gusta bastante Walt Disney. No siento vergüenza al decir que de las cien entradas –sí, cien exactas– que he escrito hasta ahora me quedo con mucho con las que versan de un modo u otro con las películas Disney. Me lo paso como un enano escribiéndolas, me divierto tergiversando datos sin atisbo alguno de moral, paladeo la fluidez con la que manejo la información sobre el vastísimo universo de la animación del tío Walt y hasta me río autocomplacientemente con las ocurrencias iconoclastas que me van saliendo al tiempo que tecleo. Dios, ¿puede existir un tipo más odioso? Sí, tú, por ejemplo, con tu asquerosa condescendencia y tu cara de mono.

Pero mientras que en mi casa, frente a mi ordenador y rodeado de chicas que bailan frenéticamente en sus bikinis de lunares, soy feliz disertando sobre los primeros y relativos vestigios de feminismo que pueden intuirse en Cenicienta, sobre la descompensación entre forma y fondo de La bella durmiente o sobre si Jasmine Esclava le da o no una patada en el culo a Leia Esclava (se la da), en el mundo real soy, en lo que se refiere a este tema, un ser sombrío y frustrado.

La esclavitud: un mal reprobable, pero sólo en ocasiones.

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La película más triste del mundo (Vol. 2)

Previously, on The R Lounge…

Con la mansa pachorra que caracteriza a un Terrence Malick, aquí llega la esperada segunda parte de la intensa review de una de las películas clave del cine de los noventa, en una época en la que destacar entre proyectos irreprochablemente rompedores como Pulp Fiction, Trainspotting y Sospechosos habituales era tarea casi imposible. Goofy e hijo lo consiguió, por su subversión de los códigos narrativos del cine de conflictos paternofiliales y sus depresivas escenas con zarigüeyas mecánicas, nunca igualadas después ni siquiera cuando en El pianista un oficial nazi tira a un viejo en silla de ruedas por una ventana.

Cabe comentar que en mi afán ilustrativo de la reseña, a base de fragmentos youtuberos he intercalado prácticamente el 100% de la película en la reseña completa. Así que, querido lector, te propongo que te tomes esta lectura como un relajado entretenimiento de pura evasión. Como dice Alan Moore que hay que disfrutar de los cómics, busca un sillón cómodo, ponlo junto al fuego pese a que me leas desde Sevilla en pleno mayo y, liberándote de las prisas que caracterizan a este mundo informatizado lleno de internet, teléfonos portátiles y automóviles, asúmelo como un visionado audioguiado de Goofy e hijo en el que, como ocurre en las Ítacas, el camino importa más que el destino. Disfruta los vídeos cómodamente mientras alternas con mi rigurosa apreciación de los intensos acontecimientos que muestra la película, detente cuando te apetezca y continúa más tarde. Vamos allá.

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La película más triste del mundo (Vol. 1)

Un chico de catorce años y su hermana de cuatro vagan sin rumbo por el Japón de los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial. Él se llama Seita, y ella, Setsuko. Setsuko está condenada a morir de desnutrición, pues, por mucho que se desviva por ella, su hermano es incapaz de defenderla del entorno hostil al que han sido arrojados por la sinrazón de la guerra.

Existe una película mucho más deprimente. Una obra cinematográfica en la que todo, absolutamente todo, está orientado a provocar la más desazonadora miseria emocional en el espectador. Esta película, una brutal y descarnada mirada sobre la fracturación de la unidad familiar, la incomunicación generacional y la ingratitud de los senderos de la vida tiene un nombre…

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En busca del Valle Inexplicable

Mis cortos favoritos de Pixar son Geri’s Game y Presto. O lo que es lo mismo, el del viejo jugando al ajedrez y el del conejo y el mago. Sin embargo, mi criterio en este caso es un poco injusto. Desde luego, lanzo esta afirmación tremendamente categórica (estos dos cortos son los mejores, y vosotros y vuestras propuestas alternativas estáis equivocados) habiendo contemplado la lista completa de cortos producida por el estudio del Gordo Cabrón desde 1984 hasta hoy, incluyendo esos abortos protagonizados por Mate disfrazado de luchador mexicano, de torero o de gigoló. El problema reside en lo complicado que es valorar con justicia los primeros experimentos animados de Lasseter, ya que esos conglomerados de burdas figuras geométricas generadas por ordenador nos generan un curioso rechazo que desde un primer momento anulan cualquier posibilidad de empatía con nada de lo que en ellos se nos quiera mostrar. Así que estos cortos primitivos, desde Las aventuras de Wally B. y André hasta Knick Knack quedan prácticamente excluidos de una competición en serio. Sin embargo, cabe detenerse en este extraño fenómeno. Sabemos que estas primitivas imágenes generadas por ordenador nos provocan un irrefrenable rechazo. Incomodidad. Incertidumbre. Recelo. ¿Pero por qué? No se trata de una cuestión de elección; estas toscas imágenes CGI nos causan a todos un rechazo que otras recreaciones burdas, como podría ser un torpe dibujo animado de teleserie, no provocan. No nos gustan, desde luego; los ortopédicos movimientos de las superestrellas perrunas de Basket Fever (“por el basket loco estarás”) nos provocan risa y vergüenza ajena, pero en absoluto tienen que ver estas reacciones con el de desagradable e inexplicable rechazo que nos podría provocar una torpe recreación CGI. ¿Qué tiene de especial el CGI para que reaccionemos a ella (o a su peor versión) de forma diferente? Existe una teoría científica que lo explica.

Borroso está bien. Es suficiente. No merece la pena recordarlo con más nitidez.

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