Archivo de la categoría: The R Literature

Adaptando a Tintín: No hay huevos

Hace unas cuantas noches pude comprobar que no sólo es posible adaptar satisfactoriamente los álbumes de Tintín al lenguaje cinematográfico, sino que incluso se pueden mejorar en algunos aspectos. Me explico: El secreto del unicornio era un cómic en el que la auténtica chicha estaba en la trama dentro de la trama, una historia de piratas y tesoros relatada por un capitán Haddock que sólo se levantaba de la silla para agredir a la lámpara del techo. De este modo, los personajes a los que queríamos ver en acción no hacían nada salvo contar la historia de otros, mientras que era un desconocido, por muy antepasado de Haddock que fuese, el que se llevaba la mejor parte de la aventura. El cangrejo de las pinzas de oro, por su parte, es una trama de aventuras sólida en la que Tintín salta de un escenario a otro y de un peligro al siguiente, sucediéndose éstos por casualidad en bastantes ocasiones. Sin ir más lejos, el mítico primer encontronazo con Haddock en los camarotes del Karaboudjan se da por pura potra, igual que podría no haberse dado; y la incorporación del marino a la peripecia de Tintín es una cuestión de mero “no tengo nada mejor que hacer y el whisky se me ha acabado”.

Y en esto llegan Steven Spielberg y Peter Jackson, escudados por Edgar Wright y Steve Moffat (y un tercer guionista que no sé quién es), y entre todos juntan ambas historias como por arte de magia, para que cada una se beneficie de las fortalezas de la otra. De este modo, el punto de partida del álbum El secreto del unicornio desata la trama de lo que conocemos como El cangrejo de las pinzas de oro, con un sencillo cambio de McGuffin de por medio (las latas de conserva por la maqueta del barco). De esta forma los elementos de la trama dirigen a Tintín desde el primer momento hacia el capitán Haddock, descendiente del caballero de Hadoque y por tanto única persona capaz de encontrar el secreto que se esconde en la maqueta que anda saltando entre las manos de los buenos y los malos. El cangrejo de las pinzas de oro, por su parte, contiene más de un momento en el que un Haddock hasta las cejas de Loch Lomond ve alucinaciones y espejismos; alucinaciones que la película aprovecha para introducir inteligentemente los flashbacks del antepasado del capitán que ocupan casi la totalidad del cómic del Unicornio, sin que la acción se tenga que detener forzosamente por ello. Lógicamente, la combinación se completa con el desenlace de El tesoro de Rackham el Rojo, continuación de la historia iniciada en El secreto del Unicornio. En términos de adaptación, hemos asistido a una gran película.

Después de exahustivas pruebas científicas relacionadas con sombreros, se revelaron como los candidatos idóneos para adaptar a Tintín.

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El último horrocrux

Harry se despertó sobresaltado. Se tocó la cicatriz con un gesto de dolor; hacía semanas que no le dolía tanto.  Al principio no reconoció el lugar en el que estaba, pero pronto reconoció la tela de la tienda de campaña en la que dormía y los dos bultos entre los que se encontraba. Aún no entendía el extraño enfado de Hermione y de Ron cuando Harry decidió que le apetecía dormir entre los dos aquella noche. Les miró con cierto resentimiento. ¿Acaso se habían olvidado de que sus padres habían muerto trágicamente? ¿De que aquello le legitimaba para hacer lo que quisiera exactamente cuando quisiera? Era Harry Potter. Y ellos, al menos ahora, sólo dos bultos que roncaban y que en algún momento de la noche debieron cogerse de la mano, pues así seguían aún estando dormidos, justo encima de la entrepierna de Harry, para más señas. Suspiró y, a oscuras, decidió que por muchas ganas de mear que tuviese, el bosque estaba demasiado húmedo y hacía demasiado frío, sin contar con que a fin de cuentas el saco de dormir de Ron ya estaba mojado de Beedle el Bardo sabe qué. Tras aliviarse disimuladamente, rebuscó en su cartera una vieja foto en movimiento. La miró con cariño. Mostraba a su padrino Sirius cayendo despatarrado una y otra vez por el agujero tras el velo, en un bucle infinito. Aquella foto impedía que Harry olvidase lo que siempre hizo especial a su padrino: su capacidad para provocar los mayores desastres imaginables y acabar cómicamente herido. Inevitablemente, la mente de Harry comenzó a viajar hacia otros instantes de su vida posterior al momento en el que descubrió que era mago. Por un momento, Harry tuvo la impresión de que no fue ni hacía una semana que el sombrero seleccionador lo mandó a Gryffindor tras un sustancioso soborno con el dinero que robó al confiado Hagrid durante el viaje en barca hacia el castillo.

Graduación de Gryffindor (promoción de 2007).

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El mundo según Sharpe

Un hombre pasea por la calle llevando a un perro de la correa. Su gesto sombrío refleja sus amargos pensamientos sobre el mundo que le rodea, su vida y la estupidez que parece regirlo todo. Poco sospecha este hombre de aspecto abstraido que en cuestión de pocos días se verá envuelto en un embrollo de un absurdo difícil de concebir en el que estarán mezclados su mujer, unos vecinos de extrañas tendencias new-age, la policía e incluso una muñeca hinchable. Es Henry Wilt. Este inglés grisáceo es el personaje más famoso de un escritor que no suele ser reseñado entre la crítica respetable ni reivindicado por la ola de lectores postmodernos a los que se les llena la boca nombrando a Chuck Palahniuk, a Douglas Adams y a Nick Hornby. Por si acaso, hago notar que en ningún momento he dicho nada malo sobre ellos. Este escritor, inglés afincado en España (tengo que ir a darle las gracias antes de que se muera), es nada menos que Tom Sharpe, el mayor azote de la sociedad británica desde P. J. Wodehouse, aunque en estilo son radicalmente opuestos.

Hace ya unos cuantos años que Wilt cayó en mis manos, y su lectura ha sido una de las mejores cosas que me ha pasado en la vida. No fue sólo las carcajadas que me arrancó, las más sonoras que me ha provocado un libro desde la autobiografía de Groucho Marx, sino también el mundo que me descubrió. El mundo de Tom Sharpe. En Wilt Sharpe materializaba pensamientos que hasta el momento habían estado alojados en lo más hondo de mi cerebro sin que les echara demasiada cuenta, pensamientos sobre la condición humana y una visión sobre la vida en general. Y con cada nuevo libro de Sharpe que leía, más convencido estaba de lo mucho que coincidía con su impenitente perspectiva. Pero no hablemos de mí, hablemos de Sharpe. Lo cierto es que con esta entrada pretendo familiarizaros un poco con su figura, y con un poco de suerte, animaros a leerle.

Miradle bien. Quedaros con su cara. Es la última foto que veréis en la entrada de hoy.

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El legado de R. L. Stine

«R. L Stine ha logrado que ocho de los diez libros para jóvenes más leídos en Estados Unidos sean suyos. De sus relatos se han vendido millones de ejemplares en todo el mundo.»

Esta sugerente leyenda, que me ha servido de excusa para utilizar la opción “quote” de WordPress, venía escrita en la última página de cada libro de Pesadillas en las infectas ediciones que sacó Ediciones B (valga la redundancia). No es difícil de creer. A mediados de los noventa, antes de Pokemon y a la vez que los tazos, la obra de R. L. Stine ARRASÓ en nuestro colegio y sin duda en todos los de España, tras un triunfal paseo por Estados Unidos. Comparábamos nuestras respectivas colecciones, nos lanzábamos a destripar los finales a cualquiera que se atreviese a decir en voz alta que aún no había leído No bajes al sótano, y, en definitiva, no hablábamos de otra cosa. Aquello era un auténtico fenómeno social, y si hubiese salido una colección de tazos de Pesadillas estaríamos hablando de una jugada maestra sin precedentes en la industria del entretenimiento.

Pero, ¿quién es el hombre tras los libros? ¿Quién se esconde tras el misterioso nombre de R. L. Stine? La respuesta es un tipo con más cara que espalda, un escritor sin ningún talento especial que se compró una colección de libros y películas de terror y ciencia ficción que abarcaba de Poe a Stephen King, y de Byron Haskins a John Landis; y que tuvo la desvergonzada idea de sustituir a sus protagonistas por adolescentes. Y ya está. El muy cabrón, con esta pobre idea, acertó de pleno en lo que la juventud de los noventa reclamaba, es decir, un sucedáneo de violencia y misterio expresamente para ella; y encontró una auténtica mina de oro. De este modo, Stine entró en el selecto club de los creadores de una única idea que explotar a la saciedad, junto a George Lucas y Tolkien, con la diferencia de que su idea era ya demasiado débil desde el principio como poder estirarse demasiado. El resultado fue una serie de sesenta y dos libros de los que sobran por lo menos cuarenta, pero que aún así fue inconcebiblemente seguida por varias series más, cada una de carácter más descaradamente exploit que la anterior, y de un montón de basura derivada que no enumeraré para no adelantar demasiado.

Entrad, niños, entrad...

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Regreso a la cámara de la muerte

La tranquilidad de la noche en Privet Drive se vio súbitamente interrumpida por un destello luminoso que apareció por el final de la calle acompañado de un creciente ruido. El Autobús Noctámbulo atravesó como una exhalación la carretera, a tal velocidad que a veces las ruedas ni siquiera tocaban el suelo.

Al volante, un enloquecido Sirius Black hacía bruscos gestos para evitar atropellar a los gatos que iban saliendo a su paso. Tras el asiento del conductor, Harry Potter, el niño que vivió, estaba agazapado entre lastimeros llantos y en calzoncillos, convencido de que de un momento a otro se estrellarían brutalmente y lamentándose de no poder sobrevivir aunque sólo fuera para sacar a la policía de su error cuando ésta descubriera su cadáver semidesnudo junto al de un desaliñado adulto de cuestionable y vicioso aspecto.

−¡Agárrate, apadrinado, porque voy a poner a este autobús en órbita!

Harry observó la desquiciada cara de Sirius y se preguntó por qué todas las desgracias del mundo mágico tenían que ocurrirle a él. No era suficiente con haber descubierto su condición de horrocrux, haberse enterado de que tenía una enloquecida hermana melliza que había arruinado la última cena protocolaria del Ministro con una tarta explosiva y haberse visto envuelto en un cómico malentendido no exento de connotaciones homosexuales con Draco Malfoy la semana pasada. Ahora se dirigía a por lo menos doscientos kilómetros por hora hacia un destino fatal, convencido de que aquel viejo autobús sería su féretro, compartido con su padrino Sirius. Le miró. Todo había ocurrido demasiado rápido. Y no sólo el hecho de encontrarse en tan temible situación. El retorno de su padrino de entre los muertos pocos días antes era algo que aún no había tenido tiempo de asimilar.

Si metes en google "Harry Potter Comedy" esto es lo primero que sale.

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