Archivo de la categoría: The R TV

Querida Netflix

Querida Netflix:

No soy un ingenuo y comprendo que como toda empresa, necesitas de la recurrencia de tus clientes para que los beneficios entren de forma estable; más aún cuando las plataformas de streaming están brotando como setas y se nos promete un futuro con una tele parecida a la de ahora, pero pagando por cada canal. Es un entorno competitivo que te lleva a tratar de no hacerme olvidar que tú estabas ahí primero, de convencerme lo más fácilmente posible de quedarme contigo. Cada vez que salgo de Netflix te quedas en vilo, porque podría no volver. Así que me instas a que vea otro capitulín de Glow antes de irme a la cama, porque preocuparse de dormir ocho horas antes de entrar a trabajar no es de hombres y porque tienes unos números que cubrir −y que mantener ocultos a toda costa por motivos que nadie entiende−. Seguir leyendo Querida Netflix

Side-kick Ass

Hay momentos en los que te das asco a ti mismo. Esta desagradable sensación te envuelve cuando en la tele ponen un manipulador anuncio de apadrinar a niños desnutridos de Senegal y, en lugar de cambiar incómodo de canal como haría cualquier persona civilizada, te sale una inesperada carcajada. También surge cuando vas por la calle, un mendigo te pide lastimeramente una moneda y tú miras a otro lado, concretamente a un perro que parece que sí podrías lanzar al tejado más cercano de una patada, porque a la tercera va la vencida. Y también surge cuando por algún motivo empiezas a pensar en la entrañable figura del sidekick de dibujos animados y sólo te vienen a la mente ejemplos sacados de películas Disney. En estos momentos uno se pregunta “¿tan asquerosamente pequeño es mi mundo?”. Me paro a pensar un momento y me doy cuenta de que muchos, muchísimos dibujos animados de los que la mayoría de mis amigos veían de pequeños para mí eran poco más que un desagradable entretenimiento lleno de violencia aburrida y un poco gay. No me gustaba Bola de dragón, no me gustaban los Masters del Universo, y Oliver y Benji me importaban un pimiento. Quizá la única excepción dentro de este universo de héroes atléticos e indiscutiblemente anabolizados eran las Tortugas Ninja (a mí me molaba Rafael), pero era eso, una excepción. No es de extrañar, por lo tanto, que mi repaso mental no saliese del amable y reconfortante mundo Disney y el submundo del Disneyxploit, el el que estoy tristemente versado también (esos animalejos decadentes de La princesa cisne…). Si tuviera que ganarme a los votantes presumiendo de conocimientos en materia de sicarios memorables, sería un digno heredero de Nixon, sudando y farfullando abotargado. “Ehm, uh, yo también quiero expresar mi cariño por ese… uhm, sicario en particular”.

Le pusieron Orko porque la letra O permitía reutilizar las mismas animaciones reflejadas sin que la letra se viera invertida. ¡Filmation, eres incorregible!

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Ricky Gervais, enanos y Globos de Oro (y una tienda de fideos chinos)

Hace más o menos un año, Ricky Gervais se volvió famoso. Bueno, no, miento, famoso era antes. Hace un año se volvió masivo. Desde que empezó su andadura mediática en 2001 con The Office, Ricky Gervais nos mostró un modelo de comedia peculiar y mucho más contundente y reflexivo de lo que podría parecer a simple vista, ya que cada sketch ideado por él llevaba implícita la lección de que no todo chiste sobre racismo es un chiste racista. Cómo no, quien dice racista dice misógino, de mal gusto u ofensivo en cualquier sentido. Se trata de una visión inteligentísima que hoy, más que nunca, urge que penetre en demasiadas cabezas duras obsesionadas por la corrección política, ese cáncer social totalmente carente de sentido que acorrala y demoniza las opiniones más valiosas y ensalza las más absurdas. Era dudoso que si algún día Ricky Gervais llegaba a convertirse en un auténtico fenómeno de masas de la comedia los motivos fueran éstos. La explosión de Gervais llegó el año pasado, en la ceremonia de los Globos de Oro de 2011. Su recital no fue sino otra muestra de su estudiada forma de hacer comedia (un poco más desatada y deliberadamente polémica de lo habitual), pero por supuesto y para no variar, su calado en la masa fue bastante superficial. Todo el mundo se quedó con la cara y las formas de ese tío tan polémico que cuestionó en directo la sexualidad de Tom Cruise y puso de vuelta y media a la mitad de Hollywood. Ohú, tío, no veas cómo se pasa, es un Dios. Cómo mete caña.

Y hete aquí que yo empecé a cansarme de Ricky Gervais justo entonces.

Esto es lo que pensáis que soy yo en este preciso instante.

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¡Es el segundo mejor episodio de Los Simpson que he visto!

El otro día estaba yo viendo Los Simpson (¡anda, no me digas!) y, descorazonado ante el lamentable espectáculo ante el que me encontraba (temporada 17, ya ves), me puse a pensar en los buenos tiempos. Entonces empecé a acordarme de mis episodios favoritos. Mi lista varía vagamente cada vez que pienso en ella (el monorraíl no para de entrar o salir), pero sí que hay una cosa que no varía: mi pódium. Mis tres episodios favoritos, inamovibles desde hace ya muchísimo tiempo y que se reafirman cada vez que los vuelvo a ver. Caí entonces en la cuenta de lo diferentes que son entre ellos estos tres episodios, quizá al estar bastante alejados en el tiempo entre ellos, o todo lo lejos que pueden ser tres años en una serie que ya lleva veintitrés en antena (de los cuales por lo menos doce se los ha pasado torturándonos). Es algo que nunca había pensado, y que me devolvió a mis recurrentes pensamientos sobre lo grandiosa que es esta serie que durante sus primeros ocho años de vida atravesó etapas tan diferentes y maravillosas cada una a su modo. Mis tres episodios favoritos de Los Simpson son una ácida sátira de la tele amarillista (por Dios, al que haga el chiste, lo mato), una comedia pura y desatada sin más lecturas y un complejo y maduro acto de autorreflexión sobre la propia serie. El primero es, por supuesto, Homer, hombre malo, con su Venus de gominola, su “dulce-cu”, sus legendarios momentos de manipulación televisiva y acoso mediático a Homer, su “Homer, I’m God… frey Jones” y su telefilm protagonizado por Dennis Franz (con Dennis Franz doblándose a sí mismo, por Dios). Hace poco lo volví a ver y descubrí algo absolutamente genial que se me había pasado por alto hasta entonces. Aparte de una crítica abierta a los medios de comunicación y la influencia de la tele en la opinión de la gente, el episodio es algo más. A día de hoy hemos visto cientos y cientos de crisis matrimoniales entre Homer y el mayor amor de su vida, Marge; pero Homer, hombre malo nos presenta por primera y única vez una trágica crisis matrimonial entre Homer y su segundo mayor amor: la tele. El episodio va de Homer siendo traicionado y desengañado por la segunda mujer a la que ama y sus intentos por reconciliarse, y la resolución es uno de mis momentos preferidos (por entrañable) de la serie: Homer abraza a la tele en secreto y le susurra un tierno “no volveremos a pelearnos, cariño”. No existe mejor y más divertida forma de definir a Homer.

Éste sería mi tercer episodio favorito. Respecto a mi Best Episode Ever, quizá huela a chamusquina que coincida con la respuesta más extendida y automática a la pregunta de cuál es el episodio favorito de la gente. Mi favorito es el del seguro dental. Decir que tu capítulo favorito de Los Simpson es Última salida a Springfield es como decir que tu película favorita es Ciudadano Kane. Sospechoso. El título que encabeza todas las listas sesudas y aburridas es tu favorito, ¿eh? Parece que alguien por aquí no tiene criterio propio. Sí, sé lo que parece, pero el caso es que mucho antes de Wikipedia, mucho antes de las listas, Última salida a Springfield se convirtió en mi episodio favorito cuando un lejano 3 de enero, día de mi cumpleaños (¿el noveno? ¿el décimo?), me pasé veinte minutos seguidos retorciéndome a carcajadas viéndolo por primera vez. Recuerdo que el giro de tuerca al tópico de los dibujos animados de la muchedumbre que dice “síiii” y uno que dice “nooo” me pareció la cosa más delirante y genial de todo el universo. Desde entonces no ha ido pareciéndome sino mejor y mejor, un capítulo maravilloso perteneciente a una época en el que los guionistas estaban pletóricos en su capacidad puramente cómica, la cuarta temporada. Hacer un episodio magistral basándose sólo en la comedia es muy complicado, mucho más que hacer un buen episodio emocional o con carga crítica, y durante la cuarta temporada tuvimos muchos como éste, en el que cada puñetero chiste funciona. Pura perfección cómica. Si encabeza todas las listas, por algo será. (Sin embargo, nótese que cuando alguien me dice que su película favorita es Ciudadano Kane olvido convenientemente esta lógica y desprecio su opinión como prefabricada e indigna de recibir un minuto de mi atención, quizá porque mi película favorita es El apartamento y no Ciudadano Kane).

¡Alto! ¿Qué ha pasado? He mencionado mi tercer episodio favorito y mi primer episodio favorito, ¿pero qué pasa con el segundo? ¿Me lo he saltado? Ah, amigos, mi segundo episodio favorito es un episodio tan complejo que una mención superficial no bastaría para hacer entender por qué es tan grandioso. Hay que entrar en él, escarbar, despiezarlo como a un atún y estudiarlo profusamente, porque tiene tantos aspectos interesantes que cualquier otra cosa sería injusta. Así que vamos allá. Hablemos de él. Hablemos de El enemigo de Homer.

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El laboratorio de Genndy

El 17 de marzo de 1995 (Dios, qué viejos somos) se estrenó en Cartoon Network el primer episodio de El laboratorio de Dexter. Se llamaba tal cual, Dexter’s Laboratory, y nos presentaba a Dexter, el niño genio con un laboratorio secreto bajo la casa de sus padres, y a su fastidiosa hermana mayor, Dee Dee. Ambos se ven envueltos en un duelo frenético tipo Merlín/Madame Mim cuando Dee Dee se hace con un dispositivo creado por su hermano que transforma a la gente en animales. Ah, OK, Dexter es un genio, inventa cosas muy chulas pese a tener ocho años y su hermana mayor es estúpida y solo vive para fastidiarle. Este fue el primer contacto de mucha gente con uno de las mejores series de dibujos animados de los últimos treinta años. Detrás del corto, que hoy día se conoce extraoficialmente como Changes (igual que el Pilot de Friends hoy se conoce con un azucarado The One Where It All Began), estaba la mente pensante… de un ruso. SOVIET ALERT.

Genndy Tartakovsky nació en Moscú allá por 1970, y con siete años su familia se mudó a Estados Unidos. Que este pequeño judío fugitivo de la tiranía soviética se convirtiera en uno de los mayores genios de la animación reciente nos hace avergonzarnos humildemente de nuestros prejuicios y pensar que quizá los soldados de Starship Troopers no estaban tan en lo cierto como creíamos. En Estados Unidos, el pequeño Genndy se empapó de cómics lo suficiente como para decidir que lo que quería hacer en la vida era dibujar, y tras completar sus estudios básicos entró en la CalArts (que supongo que no necesita presentación) para estudiar animación junto con su amigo y habitual colaborador en sus futuros proyectos Rob Renzetti. Allí conoció a Craig McCracken, otro genio en potencia, y tuvo la idea de la que luego germinó El laboratorio de Dexter. Durante la primera mitad de los noventa, nuestro hombre se fogueó en tareas de animador en series como El crítico (la de Jay Sherman, el crítico bajito de Los Simpson) y la colosal Batman, The Animated Series, la que, por lo que leo, le llevó a trabajar en España brevemente (no, españoles, eso no significa que Batman, The Animated Series sea producción nuestra, sentaos de nuevo, por favor). En 1995 pudo sacar adelante su primer proyecto propio en el seno de Cartoon Network, cadena que en aquel momento estaba comenzando su renovación total de cajón de sastre de producción antigua de Warner y Hannah-Barbera a promotor de un regreso a la animación de calidad de la era de los Estudios. El laboratorio de Dexter fue prácticamente la serie inaugural de esta nueva era, una edad de oro en la que Cartoon Network se convirtió en el mejor canal de dibujos animados del universo y de varios universos paralelos. Así comenzó la carrera de nuestro hombre, dando el pistoletazo de salida a una era de auténtica revitalización de los dibujos animados. Sin duda, todo un modelo a seguir para cualquier aspirante a animador/productor de dibujos animados que se precie; aunque no por ello se va a librar de que por culpa de su intrincado apellido a partir de ahora me vaya a referir a él por el increíblemente insultante apelativo de “El Ruso Chiflado”.

¡Grrroaaaar! ¡Aplastar el capitalismo...! ¡Groaaaaar!

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Los Cyrus (Vol. 1)

You get the best of both worlds, chill it out, take it slow… Then you rock the show.

–Hannah Montana.

Tal y como se intuye por la letra de la canción, ella vivió rápido y de la misma forma murió. Amy Winehouse, digo. Pero esto no era más que una reflexión aislada. Hoy nuestra protagonista es Miley Cyrus. En pleno 2011 da la impresión de que su fugaz reinado toca a su fin, y aunque aún puede escandalizar mucho más con vídeos cada vez más cercanos al bondage puro y duro, su trono se ha visto más que usurpado por artistas más jóvenes que ella. Como en Eva al desnudo; aunque tras cincuenta años las cosas han cambiado bastante, y las divas decadentes del mundo del espectáculo tienen diecinueve años. Es un mundo cruel, éste del entretenimiento. Miley Cyrus lo está comprobando, y una vez su exiguo arsenal artístico se ha agotado ya sólo le queda el triste recurso de enseñar cacho en sus vídeos y mostrarse al mundo como una buscona de tercera de cuerpo recauchutado (su cara ya comenzado el proceso de erosión plástica). De la fructífera hornada del 92 ella fue la primera en ser tocada por el dedo mágico del imperio Disney, pero también la primera en oscurecerse. El mercado latino (perdón, sudaca) norteamericano es cada vez más importante, y ahí está como prueba el éxito de las dos estrellas de Disney Channel inmediatamente posteriores a Miley: la drogata Demi Lovato y mi futura esposa, Selena Gómez. Con los Jonas Brothers prácticamente fuera de combate, el resto del pastel se lo reparten el ultracarismático Justin Bieber (heredero de Kurt Cobain, recordemos) y la recién llegada del pecho de su madre Rebecca Black. A Miley sólo le queda observar desde un rincón, con un vaso de brandy en la mano y un torcido gesto de desprecio en su cara prematuramente arrugada y sobremaquillada. En su mirada se pueden ver los recuerdos. La añoranza por tiempos mejores, y una reflexión sobre los vaivenes de la vida. Y pensar que todo podría haber sido completamente diferente por un leve giro del destino.

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We can dance (Everybody look at yer hands)

Prueba de ingenio: ¿Qué tienen en común estos vídeos?

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Lo que importa es la anchura

Hay quien me dice que estoy obsesionado con el asunto del formato de las películas. No, no me refiero a si te has bajado un flamante mkv o un cutre mpg. Me refiero a la proporción de la imagen. Números que para el lector medio de este blog no son más que un barullo incomprensible son para mí la causa de noches en vela, de búsquedas interminables en imdb y en definitiva, de sufrimiento. No comprendo como un elemento tan determinante en la composición visual de la imagen e incluso en el impacto psicológico que produce la película en el espectador pasa tan desapercibido o es directamente desdeñado. Pasa desapercibido para el público que no se detiene a fijarse si lo que está viendo es una imagen prácticamente cuadrada o un rectángulo tan ancho como su campo de visión, y es desdeñado por los programadores de las cadenas de televisión, a los que no les tiembla el pulso en cortar media película por los lados para evitar esas franjas negras arriba y abajo que por lo visto deben costarles la mitad del share, porque si no, no se entiende esta costumbre tan atroz. O quizá sí. En realidad, a la gente el formato se la repampinfla, a la gente lo que le importa es que no se vean bandas negras que interfieran en su visionado (se trata de un público exigente y sofisticado). Si a Antena 3 no le ha dado por mutilar Indiana Jones y la última cruzada por los lados para que ocupe toda la pantalla y dar lugar a una película protagonizada mayormente por narices flotantes, siempre habrá alguien en alguna parte del globo que, cerveza en mano y pies en alto, gruñirá “niño, quita las rayas negras”. Da igual que para ello haya que estirar la imagen por arriba y por abajo hasta que parezca que todos han sido absorbidos por el poder del Arca de la Alianza, la cuestión es que las bandas no molesten. Nuestros nuevos y flamantes televisores anchos nos permiten disfrutar de los formatos cinematográficos conservando toda su amplitud, pero el 95% de los hogares (gracias a Estadísticas Inventadas S.L. por los datos) tiene el suyo configurado para que todo contenido rodado en el desfasado formato cuadrado 1.33:1 aparezca estirado por los lados para ocupar toda la pantalla. Homer jamás se había visto tan gordo.

That's the way -aha aha- I like it -aha aha-...

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Setenta años con Tom y Jerry

Antes de nada, quiero pedir disculpas por no haber actualizado desde hace… Noooo, hombre, que era broma. No pido disculpas por nada. Además, ya sabemos qué es lo que sigue al “pido disculpas por no actualizar muy a menudo, en breve volveremos al ritmo habitual” (nótese el “volveremos” en plural, como para dar la impresión de que estamos ante una empresa seria y no un blog cutre). Estoy superocupado, leñe,  no tengo que pedir disculpas. Y aunque no lo estuviera. En cualquier caso, para hoy tenía pensado algo ligerito, pero debí prever que una entrada centrada en dos de mis personajes favoritos del mundo de los dibujos animados no iba a salirme corta ni de coña. Así que aquí estamos, listos para un apasionante recorrido por la carrera de el gato y el ratón más famosos de los dibujos animados: Tom y Jerry.

Mis días de renacuajo adicto a la tele tuvieron siempre a Tom y Jerry ocupando un lugar privilegiado de mis horas en el sillón, e incluso tenía grabado en vídeo un programa especial del 50 aniversario presentado por John Goodman (en serio, mataría por recuperar ese especial, sobre todo porque cuando quedaban dos minutos se acababa la cinta, en un momento de absoluta tensión con John Goodman aterrado ante dos misteriosas siluetas tras el cristal de la puerta).  Desde entonces, mi amor por los cortos de esta pareja de amigos/enemigos no ha sido sino en aumento, aprendiendo a apreciarlos como se merece, es decir, como las joyas de la animación que son. He puesto de título a la entrada “Setenta años con Tom y Jerry” porque si Disney saca ediciones “50 aniversario” cuando las películas cumplen cuarenta y ocho, yo también puedo hacerlo.

El primer corto de Tom y Jerry apareció en 1940, hace setenta y un años, y durante veintisiete años más Tom y Jerry aparecieron en las pantallas de cine a una media de cinco cortos anuales. Y durante esos casi treinta años, atravesaron varias etapas y bailaron de un estudio animado a otro, aunque el “MGM presenta” al principio no fallase jamás. Hoy vamos a hacer justicia a esta pareja de genios y a su curiosa historia, que explica por qué el aspecto de Tom variaba tanto de aspecto de un corto a otro, por qué algunos de los cortos estaban en cinemascope y por qué otros parecían un mierda de aspecto perturbador. Todo empezó hace mucho, mucho tiempo, cuando los dibujos animados eran una parte imprescindible de la cultura universal…

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También son actores

Hace dos años, cuando ya había perdido toda esperanza, alguien tuvo la genial idea de editar en España La carrera del siglo en DVD. Dejé todo lo que tenía entre manos (grandes chistes de Mortadelo y Filemón me vienen a la mente) y corrí hacia la Fnac como un loco. Aquel día no, pero poco después disfruté de una de las películas que más veces he visto en mi vida, por primera vez en versión original. Fue una experiencia maravillosa; por primera vez pude deleitarme por completo del profesor Fate de Jack Lemmon, de Max, del gran Leslie y de Maggie DuBois. No es que antes el acceso a una copia en VO descargada por métodos fraudulentos no fuese viable, pero si os digo la verdad no me lo había planteado. Desde los ocho años viendo una y otra vez la película ésta doblada… Es normal, acabas por no plantearte algunas cosas obvias. Y bien, Roselló, supongo que tras ver la película DE VERDAD jamás volviste a poner esa infecta versión doblada, ¿no? Bueno, pues lo cierto es que volví a verla doblada muchas veces. Sí, la versión original fue gloriosa, pero la doblada es igualmente grande. No es una cuestión de costumbre, es una cuestión de calidad. El doblaje de La carrera del siglo cuenta con algunos de los mejores actores del momento y de la historia de la profesión, en unas interpretaciones pletóricas. ¿Por qué iba a querer dejar de disfrutar de su trabajo?

Durante los últimos cinco años he sido habitual del foro de eldoblaje.com, y desde que me registré allá por 2006 para sumarme a las condolencias por la prematura muerte de Concha García Valero (la maravillosa voz española de Courteney Cox) he madurado mucho en mi visión de la eterna discusión entre los defensores del doblaje y los de la versión original. Hablando claro: para disfrutar de una película en toda su plenitud hay que optar por la versión original sin subtitular. Sin embargo, hay algunos que tenemos otros intereses aparte de disfrutar de la película en sí, y para ello hay que sacrificar algunas cosillas. Nos gusta el doblaje. Nos gustan esos actores anónimos que desde detrás de un atril ponen su voz al servicio de las grandes estrellas. Pero hay quien no nos comprende. Los defensores de la versión original son tan respetables como el que más, pero lamentablemente muchos de ellos no se conforman con defender la versión original sin más, sino que se dedican a hundir la alternativa del doblaje y dejarla a la altura de la mierda, casi siempre con argumentos totalmente demenciales. Demenciales, pero que de tanto haberse repetido parecen verdades universales imposibles de cuestionar. Vamos a repasar estos errores. Amigos defensores de la versión original, no tengo nada en contra de vosotros. Os comprendo y estoy con vosotros (porque puedo estar en dos sitios), pero a los que escupen en el doblaje con razones como las siguientes… Bueno, a vosotros que os den.

Zí, nohotro vemo la coza doblá, poque zi no laj letra de andebajo la tenemo que leé.

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