Archivo de la categoría: The R Critics

La equívoca trilogía mafiosa de Scorsese

Desde que en 2006 Martin Scorsese –ese enano loco que se metió tanta droga en los setenta que, en sus propias palabras, cerró la década supurando sangre por el culo– estrenó Infiltrados y le dieron ese óscar a Toda Una Carrera disfrazado de premio a la mejor película, suelo hablar de la Trilogía Mafiosa de Scorsese, trilogía obviamente compuesta por ésta, Uno de los nuestros y Casino. Bueno, yo y muchos, probablemente. Lo último que ha estrenado se llama El lobo de Wall Street y nos lleva a plantearnos muchas cosas sobre la trayectoria mafiosa de Scorsese hasta el momento.

Uno de los nuestros es mi película favorita de mafiosos, la mejor, la más perfecta, incluso por encima de la exquisita pieza maestra de Coppola. Compararlas es tan absurdo como pertinente, porque ambas se parecen como un huevo a una castaña y sus méritos son completamente distintos, pero al mismo tiempo supusieron, con una diferencia de dieciocho años entre las dos, el giro de ciento ochenta grados que el subgénero de gángsters necesitaba en el momento exacto. El padrino es la sobrecogedora historia sobre lo que puede llegar a ocurrir en una familia de reyes –y lo vulnerable que ésta puede llegar a volverse– durante un periodo de sucesión; Uno de los nuestros es la historia de tus vecinos los mafiosos. El padrino es a lo que las mafias reales quieren –e intentaron–parecerse, Uno de los nuestros es lo que son. Scorsese no oculta los aspectos más vulgares y engorrosos de la vida del matarife a sueldo, algo que estaría completamente fuera de lugar en la inmensa tragedia griega de Coppola, y es precisamente eso lo que hace a Uno de los nuestros tan importante, tan necesaria.

Homo Ray Liotta
Que dice mi novia que Ray Liotta se ríe como una marica locuela.

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Si Walt levantara la cabeza

Hail Powerline, querido lector. ¿Has visto ya Frozen? ¿Sí? Estupendo, porque yo también. Y no sé tú, pero yo me hallo desconcertado. El crítico de a pie le dedica sus adjetivos más sensuales, el fan de a pie insiste por enésima vez en internet en que la nueva Edad de Oro ya está aquí y el John Lasseter de a pie sigue siendo alabado como el Salvador del legado de Walt Disney. Y yo no puedo evitar preguntarme: ¿se ha vuelto loco todo el mundo? La nueva Edad de Oro apesta sospechosamente a podrido desde el momento en el que empieza a hablarse de ella antes de que lleguen las películas que traen consigo esa nueva era y no después, John Lassetter se dedica a despedir a todo director que insista más de lo conveniente en un punto de vista artístico vagamente arriesgado y por culpa de una serie de males que tienen su raíz en esta dictatorial política convencionalizadora Frozen es, dicho claramente, una mala película.

¿Qué pasó con ese tono oscuro que nos prometían hace un año?

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Batman y Christopher

Creo que todos estamos de acuerdo en que la era del cine de superhéroes que estamos viviendo (¿sufriendo?) actualmente empezó en 2000 con el estreno de X-Men. No es la primera, desde luego. Algún día alguien debería hacer justicia a esa curiosa era de los superhéroes cinematográficos que fue los noventa, que si bien no consiguió ser tan mediática como la actual, puede presumir de verdadera heterogeneidad. El Batman de Burton dio oportunidad de brillar a proyectos tan variopintos como El castigador, Rocketeer, Dick Tracy, Spawn, The Phantom, Steel, Blade e incluso el inédito Darkman salido de la mente de Sam Raimi. Apenas lo consiguieron, pero no se puede negar el eclecticismo que destila el conjunto. Y eso sin mencionar la caterva de ¿estrellas? que encarnaron al justiciero de turno. Atentos, que aquí hay clase: Dolph Lundgren, Billy Zane (alias Malo de Titanic), Billy Campbell y Shaquille O’Neal son nombres que todos incluiríamos sin dudar en nuestra película soñada. Bueno, el de Lundgren quizá estaría de verdad.

Schumacher tenía planeado para 1999 una nueva propuesta para tatuarte tu musculoso brazo de motero.

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No exactamente una crítica de «Los Vengadores»

Estáis a punto de leer una superficial crítica conjunta de Los vengadores y pseudoprecuelas por parte de alguien que no tiene ni puñetera idea de superhéroes. El caso es que yo tengo una opinión muy firme al respecto de comentarios tipo “es que esto es para fans” o “para disfrutar esto de verdad hay que haber leído tal cosa”. Acepto que determinadas películas que adaptan series, cómics, libros o lo que sea, pueden tener un atractivo extra para el fan de la fuente original que estará inevitablemente fuera del alcance del otro espectador, ése que no tiene ni idea del material adaptado y que simplemente quiere ver una película decente. Pero nótese que he dicho “un atractivo extra”. Extra, que no determinante. Yo pago mi entrada para ver la peli de Las supernenas y me lo paso pipa viendo en pantalla grande a Pétalo dando de hostias a Mojo Jojo, pero si alguien que no haya visto en su vida Las supernenas va a ver la peli y se aburre es que algo va mal. Una adaptación no debe depender de la fidelidad de sus fans hacia el material original para ser vista como cine competente. Por mucho que se trate de una adaptación, una película debe mostrarse como un producto de calidad, completamente independiente de la colección de cromos, atracción de Disneylandia o urinario público en el que se base. Si conocer la obra original es un factor determinante para disfrutar la película, entonces no cabe duda: estamos ante un fracaso artístico. Pensemos en Watchmen, cuyo relativo fracaso artístico venía en gran parte motivado porque el que no se había leído el cómic de Moore y Gibbons no entendía la mitad de lo que pasaba en pantalla. Peor aún, los agujeros que sólo podían justificarse con eso de “es que esto es para los fans del cómic” eran groseramente visibles para cualquiera. Sigamos con Alan Moore, ya que le hemos nombrado. V de Vendetta, la peli, es francamente dolorosa como adaptación del cómic original, pero independientemente de la novela de Moore y Lloyd, James McTeigue rodó una estupenda película que cualquiera puede seguir y disfrutar sin tener la fea sensación de que se nos está impidiendo el paso a una especie de zona VIP reservada sólo para unos pocos.

¿Qué? ¿Cómo? ¿Que me he equivocado de película?

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El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011)

Terrence Malick, el tipo que en 1978 intentó ser más Kubrick que Kubrick diciendo “pues ahora no dirijo nada en veinte años”, está desatado. Ya parecía que había empezado a perder el control cuando entre La delgada línea roja y El nuevo mundo pasaron solo siete años, y aunque parecía imposible que nadie pudiese adoptar un ritmo de trabajo más frenético, él mismo nos sorprende con una nueva película, El árbol de la vida, tan solo seis años después de ese duermepiedras que es El nuevo mundo (¿Avatar no era Pocahontas con pitufos? Pues esta apuntaba todavía más bajo; Pocahontas y punto). Es más, todos tememos por su salud mental una vez descubrimos que apenas su Árbol de la vida ha rozado los cines, este octogenario loco ya está inmerso en el rodaje de otra película.

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Asesinos natos (Oliver Stone, 1993)

1987. En estos tiempos de depredadores y armas letales, un anónimo e intrépido cinéfago de desmesurada frente llamado Quentin Tarantino se había embarcado con más ilusión que medios en el desastroso rodaje de un corto llamado My Best Friend’s Birthday, que dio aproximadamente cero frutos. Esta especie de comedia contaba la historia de un tipo al que sus amigos decidían regalarle por su cumpleaños los servicios de una prostituta, todo trufado de aleatorias referencias cinematográficas y televisivas (el trabajo de dependiente de videoclub es lo que tiene). Al no poder terminar el corto, Tarantino, convencido por alguna razón de que sería una pena desperdiciar un guión tan estupendo, decidió guardárselo para hacer algo productivo con él cuando llegara el momento. Esto significa que echó mano de él a la primera de cambio, porque no pasó mucho tiempo antes de que decidiera reciclarlo para un proyecto a cuatro manos entre él y el payaso de Roger Avary, un guión llamado The Open Road, en el que la anécdota de My Best Friend’s Birthday serviría de detonante de la historia principal. Ésta consistía en cómo un dependiente de videoclub y una prostituta se enamoraban, se convertían en delincuentes y tras muchas peripecias acababan en la cárcel. Gracias a una montaña de trolas y mucha mendicidad, Tarantino logró colarle el guión a un tal Stanley Margolis, productor, por un poco de pasta que Quentin invirtió en Reservoir Dogs aprovechando un momento en el que Roger Avary miraba para otro lado.

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The Dog Who Saved Christmas (Michael Feifer, 2009)

Un hombre vestido de negro surge de detrás de los arbustos del jardín de una agradable casa californiana. Lleva la cara cubierta con un pasamontañas, y sus intenciones parecen más que dudosas. Zeus, el perro guardián de la casa y el héroe de nuestra historia, le divisa desde detrás de las puertas de cristal de la casa, y se huele las malas intenciones del intruso. El ladrón ve a Zeus y saca de la bolsa que lleva consigo un filete y se lo muestra al perro. Zeus, dividido entre el deber y el deseo, acaba cediendo a la tentación y ataca al filete, ignorando por completo la intrusión y dejando al malhechor vía libre para entrar y empezar a meter objetos de la casa en su saco. Entonces, el ladrón se quita el pasamontañas y llama al matrimonio dueño de la casa, apesadumbrado por la facilidad con la que Zeus ha olvidado su deber en cuanto ha visto el filete. “Es un caso grave. Ni siquiera ha pasado la prueba del filete, no puedo hacer nada por él”. No es más que una de las muchas muestras que podemos encontrar en The Dog Who Saved Christmas de la teoría de Hitchcock sobre la tendencia del espectador a tratar de adelantarse a los hechos que ocurren en una película y el deber del director de traicionar estas expectativas dirigiendo la atención del público hacia lugares falsos.

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Origen (Christopher Nolan, 2010)

Perplejo me quedo cuando recuerdo las entrevistas a Leonardo DiCaprio previas al estreno de Origen, en las que aseguraba verse incapaz de explicar el argumento de lo nuevo de Christopher Nolan. Una de dos: o DiCaprio es cortito de luces o no tiene un pelo de tonto. Apuesto por lo segundo. Tanto DiCaprio como el resto de la promoción nos han vendido una película diferente a todo lo visto hasta ahora, de compleja concepción y de la cual lo único que se podía alcanzar a explicar con palabras era que se desarrollaba “en el interior de la arquitectura de la mente”. Muy hábil, Nolan. Que conste que no seré yo el que se queje. Por una vez la batería promocional del cine se empeña en vendernos no lo mismo de siempre, sino algo diferente (igual a extraño, que es igual a incomprensible, que es igual a veneno para la taquilla); y resulta bastante estimulante. Sobre todo si el público responde tan bien como está respondiendo.

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Los Simpson, la película (David Silverman, 2007)

Los monólogos de la Regina. Éste fue el último episodio de Los Simpson que vi antes de que su película marcase el antes y el después. Luego resultó que el antes y el después fue insignificante, que la familia amarilla sigue siendo la misma, que todos la vemos de la misma forma y que preferimos la humilde animación de las temporadas cuatro o cinco a la estilizada pero aséptica de las nuevas temporadas en alta definición. Sin embargo, en ese momento, cuando la película se estrenó, creíamos que dejaríamos de ver la serie de la misma forma. Es comprensible, llevábamos (llevamos) muchísimos años viendo a los Simpson en una pantalla más o menos pequeña, en formato 1.33:1, y verlos en una pantalla gigantesca y en formato 2.35:1 es algo excepcional, inaudito, inigualable. Cosa de la que uno no llega a darse verdadera cuenta hasta que está en el cine, la película empieza y vemos a Pica en pantalla, gigantesco ante nosotros. Entonces es cuando empezamos a disfrutar de verdad y nos emocionamos. Y efectivamente, ver la película en la tele destapa el pastel (el pastel es que la película es normalita, ya he destripado la crítica).

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Tiana y el sapo (Ron Clements y John Musker, 2009)

Principales hándicaps de un REGRESO, así en mayúsculas, como el del cine más clásico en forma y fondo de Disney: primero, el afán a cualquier precio de crear “un clásico instantáneo, como lo de siempre” suele terminar siendo lo que resiente el resultado final; y segundo, el afán a cualquier precio de ver “un clásico instantáneo, como lo de siempre” suele terminar siendo lo que distorsiona nuestra percepción y resiente, subjetivamente, el resultado final. Lo primero no lo podemos remediar nosotros, los espectadores, pero lo segundo sí.

Los admiradores que esperaban este regreso con nombre propio como agua de mayo han cambiado, son diferentes aunque no lo acepten, desean con todas sus fuerzas que Tiana y el sapo sea como lo que siempre les ha gustado y se aterran ante la posibilidad de encontrar fallos que hundan esta ilusión, lo que les lleva a mover frenéticamente la vista y el cerebro de un lado a otro de lo que va pasando frente a sus narices en la pantalla, catalogando en cuestión de milésimas cada mínimo aspecto en “esto me gusta” y “esto no me gusta”, convirtiendo la película en un parto más que en una experiencia análoga a aquel entrañable día que fueron a ver Aladdin maravillados. Al salir de la sala hacen mentalmente un matemático balance entre lo que les ha gustado y lo que no les ha gustado, y por consenso de todas las neuronas que pueblan su cerebro, dan un veredicto para finalmente suspirar aliviados o hundirse en la miseria. En el primer caso, la película ha quedado reducida a un incómodo tránsito antes de poder decir “Disney ha vuelto”, y en el segundo lo más probable es que el aparente fracaso de la película sea culpa de haberla afrontado entre sudores, expectativas y juicios precipitados.

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