Adaptando a Tintín: No hay huevos

Hace unas cuantas noches pude comprobar que no sólo es posible adaptar satisfactoriamente los álbumes de Tintín al lenguaje cinematográfico, sino que incluso se pueden mejorar en algunos aspectos. Me explico: El secreto del unicornio era un cómic en el que la auténtica chicha estaba en la trama dentro de la trama, una historia de piratas y tesoros relatada por un capitán Haddock que sólo se levantaba de la silla para agredir a la lámpara del techo. De este modo, los personajes a los que queríamos ver en acción no hacían nada salvo contar la historia de otros, mientras que era un desconocido, por muy antepasado de Haddock que fuese, el que se llevaba la mejor parte de la aventura. El cangrejo de las pinzas de oro, por su parte, es una trama de aventuras sólida en la que Tintín salta de un escenario a otro y de un peligro al siguiente, sucediéndose éstos por casualidad en bastantes ocasiones. Sin ir más lejos, el mítico primer encontronazo con Haddock en los camarotes del Karaboudjan se da por pura potra, igual que podría no haberse dado; y la incorporación del marino a la peripecia de Tintín es una cuestión de mero “no tengo nada mejor que hacer y el whisky se me ha acabado”.

Y en esto llegan Steven Spielberg y Peter Jackson, escudados por Edgar Wright y Steve Moffat (y un tercer guionista que no sé quién es), y entre todos juntan ambas historias como por arte de magia, para que cada una se beneficie de las fortalezas de la otra. De este modo, el punto de partida del álbum El secreto del unicornio desata la trama de lo que conocemos como El cangrejo de las pinzas de oro, con un sencillo cambio de McGuffin de por medio (las latas de conserva por la maqueta del barco). De esta forma los elementos de la trama dirigen a Tintín desde el primer momento hacia el capitán Haddock, descendiente del caballero de Hadoque y por tanto única persona capaz de encontrar el secreto que se esconde en la maqueta que anda saltando entre las manos de los buenos y los malos. El cangrejo de las pinzas de oro, por su parte, contiene más de un momento en el que un Haddock hasta las cejas de Loch Lomond ve alucinaciones y espejismos; alucinaciones que la película aprovecha para introducir inteligentemente los flashbacks del antepasado del capitán que ocupan casi la totalidad del cómic del Unicornio, sin que la acción se tenga que detener forzosamente por ello. Lógicamente, la combinación se completa con el desenlace de El tesoro de Rackham el Rojo, continuación de la historia iniciada en El secreto del Unicornio. En términos de adaptación, hemos asistido a una gran película.

Después de exahustivas pruebas científicas relacionadas con sombreros, se revelaron como los candidatos idóneos para adaptar a Tintín.

Da la impresión de que después de esto no hay reto posible para Spielberg y Jackson dentro del universo creado por Georges Remi, más conocido como Hergé. ¿O acaso me estoy precipitando? ¿Qué hay de esos álbumes de Tintín más difíciles de adaptar? Vuelo 714 para Sydney plantea una interesante evolución moral en el universo de Hergé, con buenos que no son tan buenos y malos que acaban despertando la compasión y la simpatía del lector; Las joyas de la Castafiore juega a la farsa teatral con un cómic en el que no ocurre absolutamente nada; y Tintín en el Tíbet supone una obra de arte minimalista en la que Hergé reduce los elementos de la trama y el número de personajes a la mínima expresión y aumenta exponencialmente la complejidad emocional de su héroe. Algunos de estos son mis álbumes preferidos de todos los del reportero (en el caso del increíblemente impopular Sydney, una infancia esculpida por Francisco Ibáñez me ha dejado secuelas irreparables en forma de atracción inevitable por los héroes mezquinos y los malos patéticos), y me encantaría verlos adaptados. Pero no me refiero a esto cuando hablo de retos. Hay otros álbumes más, digamos, complicados de abordar para una hipotética adaptación, por motivos peculiares de cada uno de ellos. ¿Qué podríamos esperar de la próxima película de Tintín si Spielberg y Jackson se volvieran lo suficientemente locos como para escoger alguno de estos álbumes como base? Veámoslo.

Tintín en el país de los Soviets

“Mira, Peter, por fin tengo los derechos de Tintín…” “Maldito judío, dame un abrazo.” “Supongo que ahora toca decidir qué álbum adaptamos, ¿no?” “Claro, claro. Eso sí, hay que elegir bien. Esto no es El señor de los anillos, no podemos hacer una macroadaptación de toda la obra” “Sí, Peter, ya lo sabemos todos, hiciste El señor de los anillos. Pero eso no quita que Agárrame esos fantasmas estableciese claramente una jerarquía en la que Robert Zemekis te produce a ti, cuando todo el mundo sabe que a Zemekis lo produzco yo. Estás dos niveles por debajo de mí.” “Creo que será mejor que volvamos a Tintín, porque mi vena antisemita va a empezar a latirme…” “Eh, sí, será lo mejor. Propongo empezar por lo más lógico, que es adaptar el primer álbum… A ver, a ver… Sí, ése. Deja que lo vea… Tintín en el país de los… los Soviets… Ehr… Eh…”

Que Tintín alcanzase definitivamente la fama internacional en los años cincuenta explica que la imagen que se asocie instintivamente al joven reportero sea la de un idealista aventurero, defensor de los débiles, generoso y propenso a responder a la pregunta “¿qué es lo que más odias?” de cualquier test de cualquier revista de moda con un convencido “¡la injusticia!”. La popularidad de esta imagen positiva nos hace olvidar los oscuros crímenes ideológicos perpetrados por Tintín en los primeros años de su andadura, donde no era más que un monigote al servicio de la propaganda católica de la Europa de entreguerras. El joven Hergé era aún un jovenzuelo ingenuo lleno de las fuertes convicciones conservadoras que se le presuponen a un boy scout católico con el cerebro lavado (¿recordáis, eh? ¿recordáis?); y el semanario infantil que le acogió como dibujante, Le Petit Vingtième, era una especie de Mi Primer Panfleto de Derechas dirigido por un sacerdote amiguete de Mussolini, el padre Wellez. Este señor, orgulloso de dirigir un periódico cuyo subtítulo rezaba “Diario católico y nacional de información y doctrina” (al que pertenecía el suplemento), gustaba de pasarse las noches en vela imaginando nuevas formas de denunciar las maldades del comunismo y de Estados Unidos a la par que recordar a los jóvenes que los mejores ideales eran siempre los más conservadores y los más nacionalistas. Inevitablemente, el ábate se convirtió en el mentor del incauto Hergé, que durante años le vio como una auténtica figura paterna. Tintín era, en suma, un mercenario plegado a los deseos de Hergé, que a su vez era un mercenario plegado a los deseos del padre Wellez. Y así, a Tintín apenas le dio tiempo a nacer antes de que lo enviaran de una patada a la Rusia Comunista para que deambulara por allí mostrando las miserias del sistema político de Satanás. Estamos en 1930, y Tintín en el país de los Soviets se convirtió en la primera y menos conocida de las aventuras del reportero (y posiblemente la favorita del vecino republicano de Zach Gilligan en Gremlins).

«Le mandaré caviar y tal, pero antes investigaré si los rojos tienen una cura para mi síndrome degenerativo de vejez prematura.»

La primera etapa de las aventuras de Tintín, la que transcurrió bajo la férrea influencia del padre Wellez, se caracterizaba tanto por su carácter adoctrinador como por la debilidad de sus argumentos, meras excusas para desplegar un encadenado de peripecias una detrás de la otra, sin apenas progresión dramática y movidas por la improvisación de Hergé de una semana a la siguiente. Tintín en el país de los Soviets no es que no sea una excepción, es que es la obra más pobre y panfletaria de la etapa más pobre y panfletaria de la bibliografía de Tintín. Estamos ante ciento diez páginas de aspecto deprimente, por mil razones: el trazo burdo, la ausencia de color, el retrato sombrío de la Rusia Soviética, el aspecto de enano viejo que tiene Tintín…  Tintín se pasa la aventura presenciando actos de totalitarismo hacia los pobres ciudadanos rusos (comunistas a la fuerza, por supuesto), pateando culos rojos y desenmascarando despreciables farsas rusas, como esa flamante fábrica que en realidad sólo se dedica a quemar paja para que el humo que sale por las chimeneas impresione a los extranjeros que pasen por allí. Leyendo Tintín en el país de los Soviets entendemos por qué existe Milú: Tintín necesitaba a alguien a quien explicarle en voz alta por qué había tanta pobreza en esa estepa dejada de la mano de Dios y en cualquier otro lugar miserable al que pudiese viajar en el futuro.

Los diez primeros álbumes de Tintín aparecieron originalmente en flamante blanco y negro; con su trazo burdo, su atmósfera deprimente y sus inacabables ciento diez páginas. De todos ellos, nueve fueron readaptados en años posteriores a color, con el estilo característico de “línea clara” del Hergé maduro, y así llegaron hasta hoy y hasta nosotros. Os dejo adivinar cuál fue el que permaneció en el limbo. Tintín en el país de los Soviets no había por dónde cogerlo, simplemente. En los años cincuenta una adaptación y puesta al día del álbum habría desembocado en una bola arrugada en la papelera y un cómic nuevo al cien por cien, así que Hergé lo dejó correr;  por eso a día de hoy esta historieta anacrónica permanece como la infumable rareza en blanco y negro que no hay quien se lea que conocemos todos.

¡Esos malditos gremlins!

¿Por qué debería adaptarse?: Estos tiempos en los que antiguos embajadores del sentimiento anti-soviet como Rocky y Rambo vuelven a la carga con nuevas correrías son el momento ideal para poner de moda de nuevo la propaganda anticomunista. Por supuesto, la sofisticada tecnología de motion capture afrontará el reto de recrear fielmente los trazos toscos y planos del cómic original y la ausencia total de color, con lo que un cameo de Cuttlas o de Fido Dido no desentonaría con el aspecto depresivo (¡PERO EN 3D!) de la película. Recrear el sentimiento de infinitud del álbum es prioritario, con lo cual la película debería durar al menos cuatro horas, de las cuales dos deben invertirse en Tintín sentándose sin motivo alguno en una silla para adoctrinar al público sobre los horrores que se viven al otro lado del telón de acero (recordemos, fecha estimada de estreno de la película, 2013) y quizá intentar vendernos un rosario electrónico con la voz de Juan Pablo II.

Tintín en el Congo

Si eres un director de cine de éxito planetario en pleno siglo XXI, tienes los derechos de Tintín para una más que posible adaptación cinematográfica y sopesas todos los álbumes para decidir cuál es el más apropiado para tomar de base en tu aventura cinematográfica, lo más seguro es que te lanzases instintivamente sobre Tintín en el Congo, antes de reparar en ciertos detalles que te frenarían y acabarían por disuadirte. Entre los más importantes: la inexistencia de una estructura dramática bajo las peripecias cazadoras de Tintín, que no haya ni rastro aún de un compañero tan interesante y complementario como es el capitán Haddock o la ausencia de un antagonista carismático o un peligro principal claro. Y entre los detalles sin importancia: el álbum es un carrusel de negros estúpidos e infantiles felices de haber sido colonizados por Bélgica. Veamos. Tintín en el Congo se dibujó entre 1930 y 1931, y por aquellas fechas Hergé aún era un sicario del padre Wellez, que si hubiese tenido el talento habría dibujado él mismo sus propios cómics ideológicos. Pero como no lo tenía, vertía sus deseos en el joven e influenciable dibujante, quien aún veía al cura como un mentor de sabiduría indiscutible y que se tomó muy a pecho la desinteresada sugerencia de Wellez de ambientar la segunda aventura del reportero en el Congo belga y promover de paso algunos sanos valores imperialistas. Tintín en el Congo no relata una historia de verdad porque las tres cuartas partes de las sesenta y dos páginas se van en contarnos cómo Tintín salva de morir (o de hacer el idiota) a esos morenos que no saben ni dónde tienen la cabeza y que apenas saben decir “siñor, siñor, negrito e bueeeeno, siñor”; o en edificantes clases de geografía en las que los curas enseñan a los negros a qué patria tienen que adorar en vez de perder el tiempo con supercherías tercermundistas. En el poco tiempo que le queda libre, Tintín se dedica a recolectar colmillos de elefante y a cargarse rinocerontes a base de dinamita, e incluso mata a un señor.

«Parece que no he controlado bien la cantidad de dinamita… ¡La selva sigue ahí!»

En nuestra aventura por esa selva que se parece más al campo al que ibas con la clase en primaria que a una jungla de verdad no sólo conoceremos a un puñado de aldeanos africanos anónimos con tendencia a hablar de sí mismo en tercera persona y a convertir en su dios al primer blanco que pase por allí. Entre los inolvidables personajes con los que nos cruzaremos en la aventura congoleña de Tintín están Coco, el niño negro que sirve para cargar todos los trastos de Tintín durante sus cacerías (y que comparte nombre con el loro de la posterior La oreja rota, lo cual nos da muchos datos sobre las curiosas jerarquías en las que creía el Hergé de la época), a un hechicero con una cacerola en la cabeza entre otros abalorios y a un cura con aura de Mesías que aparece cada vez que Tintín está a punto de morir para salvarle, como el taxista de Muerte en Venecia. Y el señor al que mata Tintín es en realidad un malvado con barba que conspira para asesinar al reportero sin motivo aparente, hasta que al final todo se explica cuando se destapa la rocambolesca conspiración de robo de diamantes que conducirá a la siguiente aventura, Tintín en América (y en la que descubriremos que la población estadounidense se divide exclusivamente en gángsters y vaqueros).

Gran parte de estos divertidos aspectos se mantuvieron intactos en la versión redibujada y coloreada de 1946. Sin embargo, Hergé tuvo la delicadeza de coger a alguno de los negros a los que había puesto en papeles… socialmente espinosos (colérico empresario de un circo de poca monta) y convertirlo en blanco, porque como ya sabemos, los retratos insultantes de blancos en realidad no son ofensivos para nadie. Igualmente, los aspectos más abiertamente colonialistas fueron convenientemente suprimidos por el bien de la atemporalidad de la historia (a finales de los años cuarenta ya se veía poco claro el futuro del imperio belga). Pero incluso esta versión redibujada tuvo que pasar por algunos cambios posteriores, ya entrados los idealistas años setenta; y es que el nuevo Tintín eco-friendly de la época ya no estaba por la labor de volar rinocerontes por los aires sin recibir a cambio un cuantioso plus en su sueldo. Por tanto, Hergé sustituyó la hilarante explosión del rinoceronte por una desangelada escena en la que el paquidermo no pestañea ante las débiles balas del reportero que chocan contra su coraza. Eso sí, el brujo de la cacerola en la cabeza, representante de absurdas costumbres étnicas y malísimo desde el momento en el que le vemos conspirando contra los colonizadores, sigue ahí.

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Tintín, embajador cultural.

¿Por qué debería adaptarse?: Ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que Spielberg nos contó una historia protagonizada por hilarantes negros paletos (nada menos que desde el 86, con El color púrpura), ya va siendo hora de volver al tema con la inestimable ayuda de la motion capture. Una adaptación justa de Tintín en el Congo debería mantener todas las entrañables referencias ofensivas del original de los años treinta (quizá sustituyendo las referencias al imperio belga por otras al imperio norteamericano) y de paso promover un poco el buen y clásico racismo, que se está perdiendo. Una referencia poco velada a Canción del sur no estaría de más. Por supuesto, sería de locos desaprovechar la magnífica ambientación geográfica del álbum. La espectacular tecnología 3D podría permitir increíbles panorámicas de la sabana africana, así como una escena en la que los desproporcionados labios del hechicero negro parezcan estar a punto de salir de la pantalla y comernos. Pero no lo hará, porque preferirá esa impresionante tajada de sandía recreada en perfecto CGI.

La estrella misteriosa

En algún momento de 2007, George Lucas corre emocionado hacia casa de Steven Spielberg y le dice con la voz teñida de entusiasmo y salsa de tomate que ya sabe cuál va a ser el McGuffin de la cuarta película de Indiana Jones: una calavera de cristal con conexión directa con extraterrestres que bajan a la Tierra. Spielberg se aclara la garganta y no sabe muy bien a dónde mirar. En algún momento de 2012, Peter Jackson corre (o es empujado por una leve brisa) emocionado hacia casa de Steven Spielberg y le dice con la voz teñida de emoción que ya sabe cuál es el álbum que deben adaptar para la secuela de la exitosa película de 2011: ése en el que los estadounidenses quedan como unos asesinos traicioneros, ineficaces y ladrones que envían expediciones oceánicas financiadas por un judío codicioso, especulador y gordo que masca puros y se regodea de sus maldades en la sombra. Spielberg se aclara la garganta y no sabe muy bien a dónde mirar.

La estrella misteriosa es, más allá de su aspecto de inocente carrera marítima tras un satélite estrellado en mitad del océano ártico, una denuncia de los pocos escrúpulos de gente como Steven Spielberg. Esos judíos americanos que sólo piensan en el dinero. Los años propagandísticos del Petit Vingtième y del padre Wellez quedaban lejanos, pero nunca antes de este álbum de 1942 (ni después, afortunadamente) Hergé había lanzado de forma tan obvia una oda a las bondades del maravilloso planeta Europa, mecenas del avance científico altruista y del bien mundial, frente a la miseria codiciosa de los malvados americanos, ladrones de descubrimientos científicos y carroñeros en busca de dinero para no compartirlo con nadie. El extraño cometa que casi colisiona con la Tierra ha pasado de largo dejando un trozo lleno de jugosos minerales extraterrestres en medio del océano Ártico, y el Fondo Europeo de Investigación Científica (del país mágico de la calle de la Piruleta) envía en su busca una expedición encabezada por el descubridor del asteroide, el profesor Calys, y formada por científicos en las que hay de todo, incluido el sabio español con el mejor nombre de la Historia, Porfirio Bolero Y Calamares. ¿Su misión? El bien común. Por el contrario, los Estados Unidos, o más concretamente la despiadada petrolífera Golden Oil Company, se entera del descubrimiento (probablemente gracias a alguno de los niños esclavos que usa como espías) y manda a un barco lleno de mercenarios para que llegue antes que los europeos al cascote espacial, matando si es preciso. ¿Su objetivo? Hacer MUCHO DINERO con él. Dinero, dinero, dinero, ñiajajajaja.

Me imagino a Steven Spielberg leyendo este álbum y sudando copiosamente según avanzan las páginas. Bohlwinkle, ese judío malintencionado con aspecto de cerdo que tiene monopolizado el negocio del petróleo y que invierte en robar descubrimientos europeos podría ser él. Y lo cierto es que la cosa era aún más oscura de lo que la he pintado. La expedición europea en la que viaja Tintín parte en pleno 1942. Y casualmente no tiene representante francés ni británico. Y su enemigo es un judío gordo y malicioso. No hay que ser un genio para adivinar cuál era la gloriosa Europa cuyas gestas cantaba Hergé; ni para deducir que de llegar los europeos al asteroide antes que los americanos, los minerales misteriosos iban a terminar en el Centro de Investigaciones Atómicas de Berlín. Viendo cómo estaba el patio, no imagino otra reacción de Spielberg que no fuera soltar el libro como si le hubiera dado una descarga eléctrica. Afortunadamente para él, es posible que nunca leyera la primera versión de La estrella misteriosa, que para 1954 había sido sustituida por la flamante edición corregida en la que las menciones explícitas a Europa y Estados Unidos habían sido suprimidas, aunque todo apuntara aún a una batalla entre las dos potencias. Las banderas cambiaron su aspecto para remitir a estados imaginarios (Estados Unidos se convirtió en un tal São Rico), y para disimular la peste a antisemitismo que soltaba el personaje del ejecutivo judío, éste pasó de llamarse Blumenstein (¿por qué no Judiostein directamente?) a llamarse Bohlwinkle, aunque los rasgos de sucio judío seguían ahí, al igual que su hambre de dinero. Ah, y se eliminó una viñeta en la que dos judíos concluían que el fin del mundo significaba que no tendrían que pagar las deudas que debían. Poca cosa.

¿Alguna noticia sobre el DINERO? ¿Dicen algo del DINERO?

¿Por qué debería adaptarse?: La adaptación ideal de La estrella misteriosa debería haber sido dirigida por Spielberg en 1994, nada más terminar La lista de Schindler. Ambas habrían compuesto un divertido díptico de la contradicción, y el director de Tiburón se habría divertido desconcertando a los fans que venían de llorar a moco tendido al presenciar la injusta matanza judía perpetrada por los nazis y que ahora se encontraban con un Spielberg que había cambiado de opinión y mostraba a los judíos no como personas bondadosas e indefensas ante el avance del régimen nazi, sino como grotescos hombres de negocios de dudosas intenciones y nariz afilada de tanto oler dinero. John Williams habría compuesto una inolvidable versión exagerada del Havila Nagila que sonaría cada vez que Bohlwinkle sale en pantalla (o cada vez que la expedición americana hiciera alguna maldad al barco de los europeos), y quizá una proyección del No-Do antes de la película en plan nostalgia no habría estado fuera de lugar. Lo malo es que quizá un sector del público lo habría afrontado irónicamente, de forma equivocada. Mala idea.

Tintín y el Arte Alfa

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Tras convertirse en el director más vilipendiado de la historia por sus tres secuelas increíblemente impopulares de la película de Tintín (el porqué es un misterio), Steven Spielberg concluye que ya no tiene nada que perder y se tira a los leones para que acaben con él. Ha decidido coger el mítico álbum inconcluso de Hergé, Tintín y el Arte Alfa, y rellenar los enormes huecos que dejó el belga tras su muerte en 1983 y que hasta ahora sólo han intentado completar unos cuantos fans apaleados por la sociedad tintinófila por tan sólo intentarlo. El álbum tiene tres primeras páginas profusamente detalladas a lápiz, listas para entintar, y a partir de ahí los esbozos son cada vez más vagos y la narración menos detallada. Lo último que sabemos de Tintín, o mejor, lo último que se vislumbra tras esos trazos indefinidos con pinta de haber sido dibujados por un mono amaestrado, es que unos matones lo llevan a punta de pistola a presencia de Endaddine Akass, gurú espiritual, que anuncia que está a punto de cubrirle de cemento o algo y convertirle en una obra de arte humana. Y ya está. Nunca sabremos si Tintín acabó convertido en Arte Alfa o no. Y lo digo en serio; Hergé tenía planeado que éste fuera su último álbum y algunas fuentes sugieren unas intenciones más bien oscuras.

Tintín y el Arte Alfa es un álbum en el que es muy difícil adivinar qué puede haber tras las lagunas por la sencilla razón de que se aleja del modelo estándar de aventura de Tintín. Esta vez nos encontramos ante una trama criminal cuyo centro parece estar en una exposición artística sobre el moderno movimiento basado en las letras del abecedario, el Arte Alfa (promovido por un tal Ramo Nash); y tal y como pasaba en Las joyas de la Castafiore, la acción no parece ir a salir de ningún momento de Bélgica, aunque sí del castillo (cosa que no pasa en Las joyas). Es un planteamiento novedoso de ir de acá para allá, sin viajes internacionales de por medio. Ni Sydavia, ni Borduria, ni la Luna ni el Congo belga. Nada. Sin precedentes en los que apoyarse, es complicado adivinar por dónde tenía Hergé planeado que fueran los tiros. Encima, en la historia tenemos a un enigmático villano con peluca y gafas de sol (el susodicho Akass) cuya verdadera identidad quedó sin revelar. Su nariz y el comentario de Tintín de “esta voz me suena” apuntan a Rastapópulos, pero eso lleva a una pregunta aún mayor: ¿entonces cómo puñetas escapó de los, ehm, extraterrestres que le abdujeron en Vuelo 714 para Sydney? Como se puede ver, la verdadera identidad de Akass no es tan fácil de adivinar.

Tintin Goes Dada.

¿Por qué debería adaptarse?: Estamos ante una oportunidad de oro para que Steven Spielberg demuestre su talento y cree una historia parcialmente original a partir de los personajes creados por Hergé, como ya hicieron otros intrépidos directores antes, pero ahora bien. Spielberg (a estas alturas Peter Jackson ha llevado su dieta hasta el límite y se ha volatilizado) debería llegar, coger el toro por los cuernos y liarse a rellenar huecos, quizá pidiendo consejo a George Lucas. Si realmente Hergé pensaba ahogar a Tintín en cemento y dejarlo convertido en objeto decorativo del despacho del señor Rajuela, Spielberg debería ser consecuente con ello. Y lo primero que debería observar es que en ese punto de la historia aún quedaban muchas páginas por delante para alcanzar las sesenta y dos habituales, así que quizá las intenciones de Hergé eran mostrar la agonía de Tintín con todo lujo de detalles durante veinte páginas. Spielberg, que prefiere cambiar digitalmente escopetas por walkie talkies y flores a mostrar escenas eternas de muerte agónica y pulmones reventados por cemento, podría llamar a Gaspar Noé y darle la batuta al menos en esta escena. La escena de la violación de Monica Bellucci en Irreversible quedaría relegada a simple entretenimiento infantil ante la imagen del cemento entrando por las fosas nasales de Tintín y por sus cuencas oculares mientras lucha por gritar, aunque de su inundada garganta sólo sale un graznido ahogado, hasta que sus pulmones y demás órganos terminan por explotar con un sonido chapoteante. Y en 3D.

Pongamos ahora que Spielberg decide que no, que Tintín iba a salvarse. En este caso, podemos observar que Haddock lleva tiempo ausente en la trama, así que puede que Hergé tuviese planeado un momento de gloria para el viejo marino en este punto de la trama. Haddock podría entrar borracho de jarabe para la tos (porque tras Tintín y los pícaros sigue odiando el whisky) y armado con una botella de Loch Lomond, gritando “¡Archibaldo!”, y apuñalar a Akass en el pecho tras romper la botella contra el canto de la puerta. Acto seguido, desata a Tintín y ambos desenmascaran a Akass, que resulta ser ni más ni menos que…:

a) Rastapopulos, convertido en un androide biónico por los extraterrestres que lo abdujeron en Sydney y sediento de venganza y de dinero. Y lo habría logrado de no ser por esos adultos entrometidos y su estúpido perro.

b) La Castafiore, ebria de atención y poder tras rebelarse contra ese mundo sospechosamente libre de mujeres impuesto por Hergé. Sólo así se explica la llamativa presencia semiprotagonista de Martine Vandezande, la secretaria personal de Ramo Nash, en el álbum original: estaba en el ajo desde el principio.

c) Coco, el niño congoleño explotado años atrás por Tintín y que se ha convertido en un badass nigga lleno de rencor hacia la raza blanca en general. Obviamente, Haddock pediría explicaciones sobre este capítulo de la vida de Tintín que hasta ahora le había sido convenientemente ocultado, y tres días después explicará a Tintín que se siente muy incómodo viviendo bajo el mismo techo que él y que lo más conveniente sería que se volviese con Milú a su apartamento de la calle del Labrador.

d) Un gorila con sombrero.

¿Y éste era el famoso padre de la «línea clara» del que me habías hablado?

El estreno de Tintín y el Arte Alfa en 3D fue seguido de una ola de críticas negativas que la convirtieron de forma unánime en la película más odiada de 2016. Los comentarios sangrantes se centraban sobre todo en los inverosímiles giros de la trama una vez la historia se separaba del original de Hergé: la persecución por el hielo con el coche invisible, Tintín escapando de una explosión metiéndose en un microondas, Haddock luchando contra el Kraken en el salón de Moulinsart, Tornasol saltando un tiburón mientras hace skyboard, y sobre todo el cameo del fantasma de Hayden Christensen, por justificado que estuviera. Después de esto, Steven Spielberg decidió limpiar su reputación de cuentacuentos aceptando dirigir la quinta entrega de Indiana Jones que Lucas le ofrecía. Nada podía salir mal con el nuevo McGuffin ideado por Lucas: una figura de acción de Chewbacca que tiene el poder de cambiar el cuerpo de la gente por el de una tía buena. Aún queda para que sepamos si Spielberg tomó la decisión correcta. Volveremos a ello en 2017.

Special thanks to: Hempfreud y SkullBoarder, que hicieron cada uno por su cuenta un inocente comentario que me dio la idea para la entrada.

8 comentarios en “Adaptando a Tintín: No hay huevos

  1. Qué grandísimo artículo. Eso sí, entre las agujetas que tengo y la risa que me ha dado con la solución c) al misterio de Akass, casi muero.

    Hablando en serio, yo supongo que, para la siguiente película, irán a lo fácil y adaptarán Las siete bolas de cristal y El Templo del Sol, o El asunto Tornasol. Aunque quién sabe si continuarán desde dónde lo han dejado en El secreto del Unicornio.

    1. Lo cierto es que ya casi está confirmado que será el díptico de las bolas de cristal. De hecho tus propuestas son las soluciones más lógicas, porque si quitamos los experimentales, los políticamente desfasados, los que tienen árabes de por medio y los iniciáticos sin Haddock, ¿qué nos queda? Pues las bolas de cristal, el del paraguas de Tornasol y el de la Luna, y no me preguntes por qué, pero no veo a estos dos adaptando la de la Luna.

      Y gracias por la parte que me toca, hombre.

  2. Delirante, no esperaba menos viniendo de ti, jajajajaja. Mira que sabía que harías una entrada sobre Tintín, pero me has pillado por sorpresa con el tema. Venga, me animo y planto mi sugerencia:

    Además de todo lo que has dicho sobre La Estrella Misteriosa, yo creo que haría un importante ejercicio de condensación al igual que ha hecho con la estrenada en cines, y la enlazaría con el díptico del viaje a la Luna para ofrecernos un hijo bastardo de lo que sería Armageddon 2. Es especialmente adecuado, al igual que la original de carismático Bruce Willis supone una apología del americanismo visceral, god bless america, el judío le daría la vuelta a dicho argumento, poniendo a Estados Unidos como paletos que no saben mantener una estación espacial en condiciones y que estalla en mil pedazos al mínimo error humano, con dos cohetes, uno Europeo como el del comic, y otro Usamericano con las barras y estrellas, en una delirante carrera por el espacio, el mar de mares, en vez de por el mar de verdad, porque ¿a quién le importa si es agua o espacio?

    Por supuesto un elemento clave de la trama a mantener incuestionablemente son las setas gigantes.

    1. Tal como me lo cuentas parece más el Cacao Espacial de Mortadelo y Filemón, oiga. ¿Pero por qué no? Si no fuera por la naturaleza de las dos expediciones del cómic parecería una alegoría de la carrera espacial. Pero con setas gigantes. Y una araña.

  3. Gran artículo ;) Lo mejor, el despacho del señor Rajuela jaja!

    Pero de verdad, me ha encantado. Y tus posibles finales del Arte Alfa, que no dejan de tener su gracia, no tienen mala pinta. Pero estás como una puta cabra jaja. Sin acritud

  4. Estimado señor Roselló, es por posts como estos por lo que creo sinceramente que este blog debería ser nominado al Premio Anual Montgomery Burns por su Sobresaliente Labor en el Campo de la Excelencia. Cuente con mi voto.

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