El legado de R. L. Stine

«R. L Stine ha logrado que ocho de los diez libros para jóvenes más leídos en Estados Unidos sean suyos. De sus relatos se han vendido millones de ejemplares en todo el mundo.»

Esta sugerente leyenda, que me ha servido de excusa para utilizar la opción “quote” de WordPress, venía escrita en la última página de cada libro de Pesadillas en las infectas ediciones que sacó Ediciones B (valga la redundancia). No es difícil de creer. A mediados de los noventa, antes de Pokemon y a la vez que los tazos, la obra de R. L. Stine ARRASÓ en nuestro colegio y sin duda en todos los de España, tras un triunfal paseo por Estados Unidos. Comparábamos nuestras respectivas colecciones, nos lanzábamos a destripar los finales a cualquiera que se atreviese a decir en voz alta que aún no había leído No bajes al sótano, y, en definitiva, no hablábamos de otra cosa. Aquello era un auténtico fenómeno social, y si hubiese salido una colección de tazos de Pesadillas estaríamos hablando de una jugada maestra sin precedentes en la industria del entretenimiento.

Pero, ¿quién es el hombre tras los libros? ¿Quién se esconde tras el misterioso nombre de R. L. Stine? La respuesta es un tipo con más cara que espalda, un escritor sin ningún talento especial que se compró una colección de libros y películas de terror y ciencia ficción que abarcaba de Poe a Stephen King, y de Byron Haskins a John Landis; y que tuvo la desvergonzada idea de sustituir a sus protagonistas por adolescentes. Y ya está. El muy cabrón, con esta pobre idea, acertó de pleno en lo que la juventud de los noventa reclamaba, es decir, un sucedáneo de violencia y misterio expresamente para ella; y encontró una auténtica mina de oro. De este modo, Stine entró en el selecto club de los creadores de una única idea que explotar a la saciedad, junto a George Lucas y Tolkien, con la diferencia de que su idea era ya demasiado débil desde el principio como poder estirarse demasiado. El resultado fue una serie de sesenta y dos libros de los que sobran por lo menos cuarenta, pero que aún así fue inconcebiblemente seguida por varias series más, cada una de carácter más descaradamente exploit que la anterior, y de un montón de basura derivada que no enumeraré para no adelantar demasiado.

Entrad, niños, entrad...

Los libros de Pesadillas eran pequeños, baratos y parecían escritos por un niño de cuatro años. Todo eran ventajas. Las páginas se descomponían en nuestras manos, dejándonos los dedos llenos de escamas de algo parecido a sucedáneo de papel reciclado, y los chorreantes y sin duda espeluznantes números que marcaban el comienzo de cada capítulo estaban burdamente fotocopiados. Las portadas partían del mismo patrón: Arriba, el nombre de nuestro maestro de ceremonias R. L. Stine, el goteante Pesadillas y el título del libro en cuestión, a veces entre exclamaciones. El resto de la portada estaba ocupado por la auténtica protagonista, la imagen, rodeada de goterones de sangre de colores y siempre firmada por el enigmático TJACOBUS, nombre más de virus troyano que de persona. La sabia combinación de motivos terroríficos y colores chillones era la clave que hacía que los niños se acercaran a los libros como polillas. ¿O eran los POLVOS FLUORESCENTES? R. L. Stine guardaba un as en la manga para garantizar la fidelidad de sus infantiles clientes en forma de una mugre que brillaba en la oscuridad, y con la que él mismo repasaba los contornos de los elementos más relevantes del dibujo de su fiel TJACOBUS en cada uno de los libros que se iban a poner a la venta. Esto daba lugar a que en el patio del recreo se viese a muchos niños en actitud extraña, haciendo un canuto con su mano sobre un libro, mirando a través de él como si así pudiesen acceder a una dimensión invisible como la de Rec 2. Y es que así era. Por fortuna, la mugre fluorescente limitaba su terreno a la portada y quedaba oculta a la vista cuando se ponían los libros en la estantería, porque yo llego a tener con once años veinticuatro libros con un lomo en los que por la noche brilla veinticuatro veces la palabra Pesadillas y le digo a mi madre que los meta en una caja y los suba al altillo. Pero sigamos. Porque la cosa no acababa aquí. En el remoto caso de que el dibujo de TJACOBUS y la mierda fluorescente no surtieran el efecto deseado sobre el niño de turno, la Frase Escalofriante se convertía en el factor decisivo que llevaba al niño a ceder a los encantos de la pluma de Stine. La Frase Escalofriante no eran más que tres o cuatro palabras en pequeñito, situadas en algún hueco limpio del dibujo, y que constituían un guiño cargado de incertidumbre y promesas implícitas. Por ejemplo, si en el dibujo se ve un perro asesino mirando de frente al asustado lector, la frase dirá algo así como “¡Buen chico!”, ¡cuando es evidente que el perro es todo lo contrario! Este domino de la ironía por parte del autor es la que ponía la guinda a las portadas y las convertía en algo inimitable.

El genio tras los libros.

En cuanto al trepidante contenido, raro era el libro que se alejaba del esquema “niño escéptico con problema tipo hermana plasta/familia cursi/cambio de ciudad encuentra objeto/lugar/persona/animal de origen misterioso y se ve envuelto en una aterradora aventura en la que en realidad no pasa nada hasta los tres últimos capítulos, donde los horrores son vencidos o destapados como una farsa”. A lo que cabe añadir dos constantes innegociables: la primera, el final del primer capítulo, donde algo aterrador e indefinido ataca a nuestro protagonista, en un giro repentino que rompe lo que sin duda prometía ser una historia aburrida y cotidiana (seguro) y que nos deja en vilo hasta el capítulo dos, cuando se nos revela que el monstruo surgido de la nada para matar en realidad no es más que la hermana plasta de turno (lo que nos sirve para averiguar más detalles de la psicología de nuestro protagonista: se asusta con mucha facilidad). La segunda es el remate, la deliciosa e inigualable marca de fábrica de R. L. Stine, el guiño que nos advierte que tal vez no todo ha terminado de un modo tan feliz como parece… Al maestro le basta deslizar una pequeña frase tras el último párrafo para sembrar la incertidumbre en el lector más escéptico. ¿Que Charlie ha puesto fin al horror del siniestro sustituto vegetal de su padre? Pues basta con acabar con una flor que diga “¡espera! ¡yo soy tu verdadero padre!”. ¡La pesadilla no ha terminado del todo!

Puro TJACOBUS.

Antes hablaba de lo increíble que resulta que una colección tan limitada de por sí como Pesadillas fuese objeto de tantos intentos de ser prolongada. No estoy exagerando, porque la historia de las series secuela de Pesadillas daría para una entrada entera. El primer intento se llevó a cabo en 1995, tres años después de la aparición del primer libro. R. L. Stine, inquieto creador, se dio cuenta de que varias de sus ideas no encajaban bien con su serie estrella, así que ideó una variante llamada Vive tu propia Pesadilla. Esto significa que Stine no se conformó con plagiar a monstruos de la talla de Ray Bradbury, Pierre Boulle y Phillip K. Dick, y que por ello arremetió contra los anónimos escritores de libros Vive tu propia aventura, manirrotos incapaces de defenderse legalmente ante tamaña figura literaria, directamente o mediante herederos hambrientos de dinero. Supongo que no hace falta describir la dinámica de estos libros, así que bastará con destacar que el habitual narrador en primera persona de Stine deja paso a otro en segunda, una novedad estimulante. Yo tuve sólo uno, La mansión del murciélago, en el que nada más empezar podías o bien internarte en el misterioso caserón o bien volver a casa, con lo cual el libro terminaba antes de empezar con una subrepticia reprimenda por parte del narrador en segunda persona (“seguro que en tu casa tienes mucho con lo que divertirte…”). Este dudoso proyecto de motivaciones claramente comerciales no debió ser del agrado del íntegro TJACOBUS, porque las portadas de esta colección vienen firmadas por otro tipo, cuyo nombre ni recuerdo. Stine debió ser consciente de la falta de carisma del simio que ahora dibujaba para él, por lo que decidió buscar un nuevo gimmick para las portadas. Descartada la mierda fluorescente, quién sabe si por una peligrosa moda en los patios de recreo de rascarla de las portadas con las llaves y aspirarla, Stine no tardó mucho en encontrar la solución: hologramas. Con el alma de un William Castle de la literatura, Stine decidió plantar la imagen en mitad de una portada caleidoscópica que una vez más arremolinó a los niños en torno a los expositores.

Aterrador.

En 1998, Stine publicó su último Pesadillas original, Sangre de monstruo IV. No hace falta decir que tras semejante subproducto carente de imaginación (está de moda repudiar las cuartas partes), Stine se vio sin ideas. Se sentó en su sillón de pensar y tras unas pocas horas, lo vio claro. Necesitaba un envoltorio nuevo y original para que la musa regresase. Y fue entonces cuando dio con el título: Pesadillas, serie 2000. Porque al fin y al cabo, ¿qué asustaba más a la gente de 1998 que el Efecto 2000? A mi amigo Fernando, por lo menos, nada. Así que Stine se puso el mono de trabajo y le encargó a su fiel TJACOBUS, ya de vuelta en la saga, un logo novedoso y futurista. Éste se conformó con pintar de verde spectrum el logo normal y darle a la opción “añadir perspectiva” para evocar de algún modo la futurista saga galáctica de Lucas. Bajo este nuevo título, Stine publicó veinticinco libros más. Contradictoriamente, el cambio de aires no tuvo un efecto prolongado sobre la musa de Stine, porque mientras que el primero de la serie fue una historia original, ya para el segundo tuvo que recurrir a una secuela de La noche del muñeco viviente, encima la cuarta parte, encima un plagio de La novia de Chucky llamado sin ningún tipo de vergüenza La novia del muñeco viviente. Dentro de esta serie encontramos además una segunda parte de Un día en Horrorlandia, dos libros más ambientados en campamentos y triquiñuelas tales como dividir un libro en dos tomos. En 2000, el año profético, tras una quinta entrega del cansino Muñeco Viviente, Stine escribió un par de bodrios más y se rindió a la evidencia: el dique estaba seco.

El glorioso renacer de la colección.

Para el fin de Pesadillas, serie 2000, Stine había publicado tropecientos libros entre originales, Serie 2000 y Vive tu propia Pesadilla (incluidas unas versiones más roleras con la coletilla Special Edition), a los que hay que añadir unos libros de cuentos breves, Tales To Give You Goosebumps, que creo que no llegaron a salir por aquí y que ahora se venden en Amazon por la increíble cantidad de un centavo; además de las célebres Edición Monstruo. Éstas no eran más que recopilaciones de tres libros aleatorios de la colección original adornados con una portada churrigueresca, siempre protagonizada por un desconcertante esqueleto con corte de pelo cani que sin duda era un proyecto de personaje desterrado por Stine al no lograr encontrarle una historia a su medida. A veces, en las portadas, era el propio Stine el que aparecía de protagonista, en versión TJACOBUS y sentado en su sillón de pensar, atormentado por sus propias creaciones. Como se puede ver, ya latía en Stine el gusanillo de imitar a Hitchcock, cosa que se hizo más evidente con la llegada de la serie de televisión.

Sólo los más grandes pueden permitirse esta clase de autohomenaje.

El caso es que tras la finalización de la Serie 2000, Stine se vio convertido en un ex-escritor vagabundo con barba de tres días y guantes sin dedos, deambulando por las calles en busca de alguien que creyese en sus disparatados proyectos alejados de su serie estrella. Desesperado, trató de sacar adelante un proyecto llamado Goosebumps Gold Collection, que iba a arrancar por todo lo alto con una secuela de La máscara maldita pero que no llegó a ninguna parte, pese a la publicidad que le hizo TJACOBUS en su página web (motivada por una visita desesperada de un acabado y bebido Stine). Me gustaría decir que el lanzamiento publicitado pero jamás llevado a cabo de la Gold Collection convirtió a la serie en objeto de culto, buscado aún hoy por fans en forma de anuncios en revistas y pósters publicitarios, pero creo que debe ser la única vez en la Historia que algo así ha permanecido justamente en el olvido más miserable. No fue hasta 2008 cuando Stine volvió a los estantes de las librerías, con un nuevo intento de eternizar su obra magna con una serie llamada Goosebumps’ Horrorland, en la que uno de los libros más populares del autor ascendía a la categoría de título de la serie de un modo bastante aleatorio. Desde el principio, la colección se puso un listón muy alto, abriendo con una sexta parte de La noche del muñeco viviente y continuando con celebradas y enésimas secuelas de Sangre de monstruo y La máscara maldita (con ésta, Stine seguramente se quitó la espinita de su malograda Gold Collection). Sin TJACOBUS, las portadas han tirado por la vertiente más grotesca, asemejándose más bien a carátulas de la Troma y sin ningún interés por resultar terroríficas. No obstante, Stine está tan emocionado con la serie que no ve el momento de echar el cierre, con grandes ideas para secuelas de varios de sus libros, y secuelas de algunas de sus secuelas. Parece Robert Rodríguez.

Por lo visto, en este videojuego sale Jeff Goldblum. Pobre.

El universo de Pesadillas es tan vasto que abarcarlo de forma cronológica es tan complicado como ver de una sentada Érase una vez en América. Quedan muchos elementos de la obra de R. L. Stine por tocar, y como todos no son igual de importantes, terminaremos con un resumen general a través de algunos de los aspectos clave de la saga, momentos que de algún modo u otro suponen cumbres de la carrera de Stine o resultan definitorios:

Sangre de monstruo: La saga por excelencia de Pesadillas, y con una de las ideas más estimulantes vistas en la colección. Evan encuentra en una tienda un bote de algo llamado Sangre de monstruo… Un blandiblú verde que crece y que hace crecer a quien lo come. En el primer libro es Trigger, el manso perro de Evan, el que la come y se convierte en un monstruo desproporcionado. En el segundo, el mejor de la serie, es el hámster de la clase de Evan, Cuddles, quien se hace gigantesco. Y cerrando el círculo, Sangre de monstruo III está protagonizado por un Evan agigantado. Sin embargo, mucho tiempo después y para despedir la serie de libros originales, Stine se sacó del sombrero una cuarta parte con una Sangre de Monstruo azul de la que sólo puedo decir, según la ilustración de TJACOBUS, que parece ser que se atomiza en una especie de babosas con cara de cabreo. Hay otra quinta parte, escrita millones de años después para la colección Horrorland llamada ¡Sangre de monstruo para desayunar! que, como mínimo, cuenta con una portada grotesca. La saga nos dejó personajes memorables como el propio Evan, un nerd de doce años, su amiga amante de la ropa de colores chillones Andy, y el matón de la clase, Conan Barber (Conan el Bárbaro, ja, ja), deudor de Biff Tannen y hasta del Chuache de los libros de Flanagan. Sin olvidarnos de un legendario producto de merchadising, la mismísima Sangre de Monstruo, un blandiblú (ahora de verdad) que te llegaba como premio por coleccionar etiquetas de aquella bebida para niños hiperactivos llamada Pepsi Boom. Esta cosa tóxica no hacía otra cosa que estar blanda y manchar mucho, y por eso mismo corrió la misma suerte que el presunto Flubber que se vendió con motivo de la película y que cayó pesadamente al suelo de mi cocina para no botar jamás: ir directo a la basura.

La Sangre de Monstruo nos regaló una interpretación cada vez más histriónica conforme salían más secuelas.

El cambio de logo: Esto fue algo que creo que se limitó sólo a España, puesto que jamás he visto una versión diferente del logo original a la que todos conocemos. El trasvase de la obra magna de R. L. Stine al país de la tortilla de patatas tuvo notables consecuencias en las portadas, que se configuraron de una forma diferente a las versiones estadounidenses. Cambios sin demasiada importancia, desde luego, salvo uno: el título. El enteradillo en ordenadores de Ediciones B no fue capaz de descargarse de dafont.com la fuente que hacía del logo Goosebumps algo inimitable e inolvidable (en especial su G, tan característica como los tres círculos de la cara de Mickey Mouse), así que le coló a sus superiores una alternativa más convencional, una especie de Antique Olive versión goteante, sin el carisma de la original. No fue hasta un par de años después cuando finalmente el becario logró sacar la fuente original y el logo español de Pesadillas recobró su esplendor original, rompiendo la coherencia entre uno libros y otros. Muchos tenemos la mitad de los libros con el logo viejo y la otra con el nuevo. Pero no estoy en situación de culpar al becario por su recurso improvisado inicial, ya que yo tampoco soy capaz de encontrar en internet la legendaria fuente, tarea que se complica cuando ya existe una fuente llamada Goosebumps que no tiene nada que ver con el chorreante título de los libros. Ya sabéis, lectores y comentaristas, el link salvador se agradecerá.

El de abajo lo he sacado de una portada que no tengo ni idea de qué puñetas es.

La serie de televisión: Una de las sintonías más célebres de la tele de los noventa precedía a media hora de terror televisivo basado en las historias de R. L. Stine que podíamos ver en Megatrix por las mañanas. Un misterioso tipo en gabardina con un maletín en el que ponía “R. L. Stine” (y realmente interpretado por Stine) llega a lo alto de una colina y su maletín adquiere vida propia y se abre… liberando la letra G más famosa de la Historia. “Entrad, niños, entrad… ¡Qué miedo vais a pasar!” era la aterradora frase con la que se nos invitaba a ver el capítulo del día, aquí en España con la inconfundible voz de Carlos Revilla, todo un lujo. Stine incluso presentaba algunos episodios en persona, emulando descaradamente a Hitchcock. Yo siempre la consideré una serie mala. Pero ¿qué se podía esperar de una serie protagonizada por niños escogidos al azar en la calle y efectos especiales de pacotilla? Los efectos especiales fueron la razón de que muchos libros vieran su final cambiado en la serie. Cuestiones presupuestarias, las llaman. Algunos libros fueron adaptados, otros no. De los adaptados, algunos incluso eran divididos en dos partes, dando lugar a títulos caóticos como La noche del muñeco viviente III, segunda parte, con lo que ya conocemos el precedente de Harry Potter y las reliquias de la muerte. Por cierto, no he puesto el ejemplo de La noche del muñeco viviente por nada. Atentos:

El juego de mesa: Antes que nada, tengo que decirlo: yo lo tengo. El colorido, aparatoso y grandísimo Terror en el cementerio. Bien, ahora hablemos del juego, inevitable consecuencia lúdica del éxito de los libros (y la serie). Se trataba de un complejo divertimento en el que el tablero se construía sobre unas placas deslizantes (eso sí, todo de cartón) encajadas en la caja, y en el que las casillas, por lo tanto, iban cambiando dependiendo de la posición de las placas. Todo ello estaba aderezado con un espectacular montaje de verjas de cartón y lápidas de plástico que hacían que se tardase más en montar el juego que en terminar la partida. La ambientación era un festín para los fans, ya que los protagonistas eran varios de los personajes principales de los libros (recuerdo a la prota de Un día en Horrorlandia) unidos en la lucha contra el villano de otro libro de Stine, El fantasma sin cabeza (efectivamente, no quedó títere con cabeza en la masacre plagiadora de Stine, ni Washington Irving). Lo desconcertante era que la figura que en teoría debía ser el Fantasma Sin Cabeza era claramente el Fantasma de la Playa, tal y como aparecía en la portada de su libro. El objetivo, a todo esto, era nada menos que hacer saltar por los aires al fantasma, mediante un sofisticado mecanismo que jamás funcionó, al menos en mi juego. La figura del fantasma se encajaba en un dispositivo de plástico con muelle, a las puertas de una cripta recortable de cartón, y la gracia estaba en tirar, una vez alcanzada la meta, una bolita metálica por la chimenea. Ésta podía salir por una ventana o por la puerta. Si salía por la ventana, volvías al principio del juego con un mosqueo considerable, pero si salía por la puerta, caía sobre el dispositivo, soltando el muelle y lanzando al desdichado fantasma por los aires. Esto te lo podrán constatar los alucinados niños que aparecían en la parte posterior de la caja, encantados con el espectacular vuelo del fantasma, pero yo no. La bolita solía quedarse atascada dentro de la cripta y no salía por ningún sitio, y cuando lo hacía, jamás tuvo suficiente fuerza como para soltar el muelle. Jamás. Los sustitutos que ideé una vez se perdió la bolita fueron igual de inútiles, desde las canicas de mi juego de La guerra de las galaxias: Asalto a la Estrella de la Muerte hasta las tristes bolitas de papel de aluminio a las que tuve que recurrir una vez todas las canicas del otro juego desaparecieron.

Imposible encontrar el juego montado. Asco de google images.

Libros ambientados en campamentos: Algún trauma parecido al que tengo yo con los Scout debe tener R. L. Stine, que cada tres libros está metiendo a los chavales en un berenjenal relacionado con campamentos malditos. Pánico en el campamento (juegos misteriosos y un final plagiado totalmente de la novela original de El planeta de los simios), Horror en Jellyjam (uno de los libros más raros de la colección y la portada más perturbadora dibujada por TJACOBUS) y Campamento espectral en la serie original, seguido de otros como Fright Camp y Retorno al campamento espectral en las siguientes colecciones. He leído pocos, pero no dudo de que el talento de Stine logra que cada uno de ellos tenga personalidad propia y resulte indispensable dentro de la colección.

Uno de tantos.

Exploitations: No hay rasero más efectivo para medir el éxito de tu obra que éste. Y por esta regla de tres, R. L. Stine supo que Pesadillas había sido un éxito. Los libros de terror para críos brotaron como hongos tras el éxito de Pesadillas, y del mismo modo que los Gremlins tuvieron a sus Ghoulies y Rambo a su Strike Commando, Pesadillas tuvo a su pléyade de imitadores de poca monta. Los títulos remiten descaradamente al original Goosebumps: Shivers, Bone Chillers, Spinetinglers… Imitaban a Stine en todo, incluidos los libros ambientados en campamentos. Entre los escritores, destacan Anette y Gina Cascone, revelador apellido que remite al auténtico y genuino exploitation italiano que en los su mayor época de esplendor, los ochenta, nos dejó las célebres secuelas no oficiales de Alien (Alien 2 Sulla Terra) y Tiburón (L’ultimo Squalo). Estas dos hermanas, responsables de Deadtime Stories, escribían a cuatro manos y firmaban con el seudónimo de A. G. Cascone. No eran las únicas que plagiaban a R. L. Stine hasta el nombre, conscientes de que no había mayor sinónimo de terror que dos iniciales seguidas de un apellido: ahí están M. D. Spenser, M. T. Coffin y el más desvergonzado de todos, T. B. Stone (la parodia a lo Picapiedra). Además, no debemos olvidar las parodias que se marcó un tal R. L. Slime (¿seudónimo, decís?) bajo el título de Gooflumps. Lo que yo digo, un auténtico fenómeno.

¡Qué sutil!

Poco me queda por añadir. ¿Qué futuras sorpresas nos depara R. L. Stine? ¿Qué nuevos terrores despertará en nuestras almas? ¿Tal vez una nueva entrega de La noche del muñeco viviente? Con el próximo fin de la serie Horrorland, Stine debe estar ya preparando su nueva jugada maestra, un nuevo requiebro a la saga que nos dejará, sin duda, pegados al asiento. Esperemos que con el apoyo de TJACOBUS. En fin, ha sido una aventura larga y peligrosa, pero el repaso a la obra de R. L. Stine ha terminado, y ya puedo volver a la normalidad y a los partidos de beisbol con mis amigos sin tener que preocuparme por nada más.

–Miguel… ¿Eso de ahí es una colección de Pesadillas que te has olvidado de comentar?

¡Oh, oh!

18 comentarios en “El legado de R. L. Stine

  1. Genial artículo Miguel, me ha encantado. Y eso que a mí los libros de Pesadillas me cogieron ya un poco mayor y siempre los consideré una especie de copia mala de la serie de tv «El club de medianoche». También les pillé manía porque en la revista donde serializaban el cómic de Gárgolas (y cuyo nombre no recuerdo…¿Antonio?) eran pesadísimos con ellos. De hecho creo que el único Pesadillas que hay en mi casa venía de regalo con algún número de la revista esta.

    1. Una copia mala de El club de medianoche??? Pero si El club de medianoche era malísima esa serie!! Es verdad que Pesadillas (hablamos de la serie) era bastante discreta, pero en comparación con el Club de medianoche ésta salía ganando, eh. El Club de medianoche sólo un grupito de chavales sentados en una hoguera (¿alguien dijo cutre?) y sus historias eran flojísimas.!

  2. comento mientras agarro mi ejemplar de «zumo de cerebro» de la serie 2000. ana, la revista era la de disney o algo así. que coñazo dieron con independence day!

  3. Aaaah, recuerdo ZUMO DE CEREBRO. O más bien su portada en un expositor del Corte Inglés, porque nunca lo leí.

    Un día podría hablar de la revista ésa, la Top Disney, pero creo que eso es tarea de Fernando (aunque no creo que haya cabida para eso en su elitista blog).

  4. Escribo estas líneas desde mi móvil, por lo que disculpas anticipadas ya que no puedo explayarme tanto como desearía. Haces notar tu odio incondicional no solo hacia el autor, sino hacia lo que provocó que miles de niños se aficionaran a la lectura desde muy jóvenes. Me parece increíble como una persona, con una información mediocre, ya que te equivocas en la mitad de las cosas que cuentas y el resto te las inventas, es capaz de escribir un artículo tan sensacionalista y falso. Para empezar no era Stine el que escribía en la inmensa mayoría de los casos, sino un equipo de redactores que tenía en nómina, y que ayudados por un esquema específico creaban historias para lectores infantiles. Y repito: INFANTILES. Como quieres que estén escritos unos libros cuyo principal público son niños? Leyéndote dudo hasta que hayas tenido algún ejemplar en tu poder, ya que los lomos de los libros no brillaban en la oscuridad, sino sus portadas. Pero bueno, sería demasiado costoso, fácil y aburrido rebatir cada punto del artículo, así que me limitaré a decirte que en mi caso, un niño aficionado a las recreativas y sin ningún interés por lo escrito, comenzó a leer Pesadillas, cuya colección admiro cada día en mi biblioteca, y sí, digo biblioteca porque es lo que me he montado en mi casa dada mi afición DESDE ENTONCES, porque gracias a esta serie y a su creador, devoro un libro semanal como mínimo y he escrito otros dos. Ahora el tercero me lo van a publicar precisamente en Ediciones B y dado el cheque recibido veo un posible futuro siendo autor. Así que te agradecería que no contaras mentiras ni falsedades como has hecho. Que nadie se deje engañar por lo que el autor del artículo ha contado en él. Un saludo. Sin acritud.

    1. Siento que no hayas entendido la intención y el espíritu ya no solo de la entrada, sino de todo mi blog en general. También siento que no hayas sabido ver el cariño inmenso que quiero transmitir y con el que recuerdo los libros de Pesadillas. Por suerte, la mayoría de mis lectores detectan la intencionalidad con la que escribo cada cosa, y cuándo estoy serio y cuándo estoy siendo deliberadamente exagerado.

      Suerte con Ediciones B, y aquí sí que no hay sarcasmo de ningún tipo.

      1. Tu respuesta se salta con elegancia todo el asunto de la invención, ya que la inmensa mayoría de líneas que escribes no reflejan ni la realidad ni la historia real de estos libros tan geniales para el público infantil a los que tanto cariño intentas transmitir. Por suerte tus lectores desconocen del asunto. Por cierto, busca sarcasmo en el diccionario ya que al parecer no tienes muy claro su significado. Un saludo.

  5. r.l.stine es mi escritor favorito lo considero un idolo juvenil, sus libros son jeniales, y si pudiera pasar la pantalla te romperia la crisma por llamarle plagiador.

  6. me hizo gracia por la pregunta de si sacaran una nueva secuela de la noche del muñeco viviente, porque hace poco han sacado un libro nuevo en Estado Unidos llamado son of slappy que es una secuela del muñeco viviente

  7. Creo que más abajo ya han puesto mis palabras o por lo menos la mayoría de lo que pienso. Hay un tipo de palabra para describir lo que leí pero no sería más que insultos.
    No sólo destruyes con calumnias a alguien sino que quitas las ganas de leer a un genio de la literatura INFANTIL. Me da vergüenza que todavía se pueda leer este post que desalienta a leer a un genio.
    Uno cree que porque puede opinar DEBE hacerlo. No es así. Uno debe discernir entre ño constructivo y lo destructivo y tu post es solo destruir a alguien que puede sembrar las ganas de empezar a leer.

    1. Totalmente de acuerdo contigo. Te digo, yo, con 29 años que tengo hace poco decidí conseguir la colección original de Pesadillas con sus 60 libros, y ahora que ya los tengo todos cada vez que echo una mirada a la estantería de mi habitación y contemplo mi colección completa de de este gran escritor que fue y es R. L. Stine, me hace sentir orgulloso de tener su colección de libros, que de hecho, aún los sigo leyendo (y disfrutando) y gracias a él vuelvo a revivir recuerdos de infancia.

      Saludos!

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